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«24 Horas para el Señor»

28 de febrero de 2024/3 Comentarios/en Cartas, Cartas 2024, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

A toda la comunidad diocesana y, en especial, a los Párrocos de Segorbe-Castellón

Queridos hermanos en el Señor:

Un año más nos disponemos a celebrar las “24 horas para el Señor”, como pidió el Papa Francisco en Misericordiae Vultus (n.17), durante el viernes y el sábado de la 3ª Semana de Cuaresma, para adorar el Santísimo Sacramento y celebrar el Sacramento de la Reconciliación. Este año serán en toda la Iglesia los días 8 y 9 de marzo.

Nuestra Diócesis acoge cordialmente esta hermosa iniciativa, que tanto bien hace a cuantos participan en ella y a toda nuestra Iglesia diocesana. Teniendo en cuenta que la Ciudad de Castellón de la Plana celebra las Fiestas de la Magdalena en esta Semana de Cuaresma, en nuestra Diócesis lo celebraremos en las fechas siguientes:

– En la Ciudad de Castellón de la Plana, las 24 horas para el Señor serán del viernes 15 de marzo al sábado 16 de marzo, en la iglesia de la Sangre. Pido a los Sres. Arciprestes de la Ciudad que se encarguen de preparar, coordinar y publicitar esta iniciativa; y al resto de los Párrocos que lo anuncien en las parroquias y animen a participar.

– En el resto de la Diócesis, las 24 horas para el Señor se celebrarán en los días fijados para la Iglesia universal, es decir: del viernes 8 de marzo al sábado 9 de marzo. Pido a todos acoger con calor esta iniciativa. Habrá parroquias donde no será posible su celebración; os pido que informéis a los fieles de los lugares cercanos dónde se vayan a celebrar. En las ciudades donde haya varias parroquias, se podrían celebrar en una sola iglesia, animando a todos fieles de las distintas parroquias a su participación. Pido a los Sres. Arciprestes que se encarguen de coordinar esta celebración con los sacerdotes del Arciprestazgo.

Este año hay dos peticiones que deberíamos tener presentes en nuestra adoración del Santísimo: la paz y el don de la lluvia. Ante la terrible situación en Ucrania, en Tierra Santa y en otras partes del mundo pidamos a Dios por el don de la paz: que callen las armas y los responsables busquen caminos de reconciliación y de paz, basada en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. De otro lado, nuestra tierra está sufriendo una larga sequía: pidamos a Dios el don de la lluvia para nuestros bosques, nuestros campos y el consumo humano.

Acojamos cordialmente esta iniciativa del Papa Francisco. Será como siempre un momento de adoración y de reconciliación con Dios y los hermanos en el sacramento de la Penitencia, y un momento de gracia para todos en este Año Jubilar de Lledó.

Con todo afecto en el Señor, vuestro Obispo

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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La cuaresma, tiempo de la misericordia

24 de febrero de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

La Cuaresma es tiempo de gracia y salvación, tiempo de conversión de corazón a Dios y a los hermanos, y tiempo para dejarse reconciliar por Dios (cf. 2Cor 5, 20). Por ello mismo, la Cuaresma es un tiempo propicio para contemplar y experimentar la misericordia de Dios, y para vivir la misericordia con los hermanos. De ahí la llamada del tiempo cuaresmal a la oración más intensa, al ayuno, la limosna y las obras de caridad.

La escucha atenta de la Palabra de Dios de la misericordia divina ilumina nuestra oración, que nos lleva a descubrir o profundizar en el misterio de Dios, que es amor. El nombre de Dios es misericordia, nos ha dicho el papa Francisco. Misericordia significa etimológicamente el corazón que se abaja ante cualquier miseria humana. Es la palabra que mejor expresa el amor de Dios hacia la humanidad. Indica su disposición a aliviar cualquier necesidad humana y su infinita capacidad de perdonar. Es un amor eternamente fiel, que sigue amando a su criatura incluso cuando ésta se aleja de Él, que la espera pacientemente y sale a su encuentro. Es un amor compasivo que se compadece ante cualquier sufrimiento  humano; es un amor entrañable como el de una madre, un amor que sale de sus entrañas.   

Jesús es la misericordia encarnada de Dios. Jesus, el Hijo de Dios, nos revela el amor compasivo y misericordioso de Dios. Jesús habla con palabras de misericordia, mira con ojos misericordiosos, actúa y cura movido por la compasión hacia los necesitados, desheredados y enfermos en el cuerpo y en el espíritu. La persona misma de Jesús es un amor que se entrega gratuitamente hasta muerte en Cruz por amor a toda la humanidad; los signos que Jesús realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia los pobres, excluidos, enfermos y sufrientes son muestra de la compasión y de la misericordia de Dios.

Dios nos ha pensado a cada uno desde siempre y nos ha creado por amor y para el amor en plenitud. Dios viene a nuestro encuentro y nos indica el camino para alcanzar la felicidad plena y la salvación eterna. Con amor paciente y tierno nos indica como a hijos y amigos suyos cuál es el camino. Si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos que, por acción o por omisión, nos hemos alejado de Dios y del prójimo, de sus caminos hacia la Vida, que son sus Mandamientos; si somos veraces reconoceremos que hemos rechazado el amor de Dios con nuestros pecados; si somos humildes reconoceremos que estamos necesitamos de su perdón y reconciliación.

Así la contemplación de la misericordia de Dios nos llevará al arrepentimiento de nuestros pecados y a la petición del perdón, para acoger, celebrar y experimentar personalmente la misericordia divina. Dios nos espera y nos acoge en la confesión, el sacramento de la misericordia, para darnos el abrazo del perdón que alegra su corazón. Su misericordia va incluso más allá del perdón; se transforma en este Año Jubilar Mariano de Lledó en indulgencia plenaria. A través de la Iglesia, la indulgencia nos libera de todo residuo del pecado. Dios cura nuestras heridas, Dios sana las huellas que el pecado deja en nuestros comportamientos y pensamientos.

La misericordia recibida de Dios transforma nuestros corazones; y nos capacita para obrar con caridad, para crecer en el amor, para poder ser misericordiosos como el Padre (Lc 6, 36), ejercitando las obras de misericordia corporales y espirituales.  Las recordamos.

Las obras de misericordia corporales surgen en su mayoría de las palabras de Jesús en su descripción del Juicio Final en el Evangelio de Mateo (cf. 25, 34-36). Y son las siguientes: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al forastero, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los difuntos. Y las obras de misericordia espirituales, tomadas de otros textos de la Sagrada Escritura y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo, son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita,  corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y orar a Dios por los vivos y por los difuntos. La clave de todas está en enseñarnos la sabiduría del corazón que es salir de sí hacia el hermano.

Por la dureza de nuestro corazón puede que nos cerremos a Dios, a su voz y a su misericordia. Dejémonos evangelizar en esta Cuaresma escuchando, meditando, experimentando y viviendo el Evangelio de la misericordia.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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El itinerario cuaresmal

17 de febrero de 2024/0 Comentarios/en Cartas, Cartas 2024, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Con la imposición de la ceniza el pasado miércoles hemos comenzado el tiempo cuaresmal. La Cuaresma es un camino o itinerario que nos lleva a una meta segura: la Pascua de la Resurrección del Señor. La Palabra de Dios nos invita y exhorta en este tiempo a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida convertida, reconciliada y renovada. Este tiempo santo nos ofrece a todos los bautizados la oportunidad de renovar nuestra fe, de avivar la vida nueva del bautismo y de acrecentar nuestro amor a Dios y a los hermanos. La Cuaresma es un tiempo ‘fuerte’, un momento decisivo que puede favorecer en cada uno de nosotros el cambio, la conversión. La Cuaresma es un tiempo de gracia y de salvación  (cf. 2 Cor 6,2).

En la imposición de la ceniza y a lo largo de este tiempo de gracia, escuchamos una fuerte llamada de Jesús mismo a la conversión. “Convertíos y creed el Evangelio” (Mc 1,15). La ceniza nos recuerda que somos mortales, frágiles y pecadores. La llamada a la conversión y el recuerdo de nuestra caducidad están íntimamente unidas: en esta vida breve hay que ir consumiendo el hombre viejo mediante la conversión a Dios, la fe en el Evangelio y las buenas obras para alcanzar la vida del hombre nuevo en la Pascua.

Todos los cristianos, nuestra Iglesia, nuestras comunidades necesitamos cambiar para mejor. Necesitamos convertirnos cada día a Dios para que Él ocupe el centro de nuestra vida y misión. No podemos contentarnos con una vida cristiana y eclesial mediocre. Estamos llamados a vivir unidos a Dios y a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca abandona; incluso cuando nos alejamos por el pecado, Jesús nos sigue esperando, y con esta espera manifiesta su voluntad de perdonar.

Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para convertirnos debemos escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8), sobre todo, en la oración. Dios quiere ser nuestro guía hacia la tierra prometida. Él nos indica el camino para alcanzar nuestro verdadero ser, nuestra plenitud y nuestra salvación. Con amor nos sugiere como a sus hijos y amigos lo que hemos de hacer y evitar. Él nos quiere llevar a la comunión de vida consigo y con todos los demás. Quien escucha su voz encontrará la clave para caminar en la vida, para alcanzar la verdadera felicidad, para llegar a la vida eterna, a la tierra prometida en el Paraíso.

Puede que la llamada a la conversión nos resulte tan conocida que nos sea ya indiferente. Puede que nos hayamos instalado de tal modo en un estilo de vida mundano, alejado de Jesucristo y del Evangelio, que ya no sintamos necesidad  de conversión y de mejora. Acojamos la llamada de Jesús a la conversión de modo que Él sea de verdad el centro de nuestra vida de bautizados. Este tiempo de Cuaresma nos invita a hacer un alto en el camino y reflexionar sobre el grado de nuestra fe y vida cristiana. La invitación a la conversión es una llamada y un proceso permanente en la vida de todo cristiano y de toda comunidad cristiana.

Dios no deja de hablarnos y de salir a nuestro encuentro. En lo más íntimo de cada persona resuena su voz. Abramos nuestro corazón a Dios, que nos habla, para escuchar su Palabra, acogerla y adherirnos plenamente a ella, para dejarnos configurar y guiar por Él como llevados de la mano. El cristiano es una persona que confía en Dios y se deja guiar por el Espíritu Santo.

La Cuaresma nos llama a crear silencio en nuestro interior para descubrir en la oración personal la voz de Dios, que es sutil, sabia y amorosa. Dejémonos evangelizar en el trato frecuente con la Palabra de Dios –leyendo y meditando el Evangelio-, de tal manera que adquiramos cada vez más una mentalidad evangélica.

Para este tiempo cuaresmal, junto a la oración, el Señor nos propone el ayuno.  Hemos de ayunar no sólo de alimentos materiales, sino también de todo aquello que bloquea o dificulta nuestra apertura a Dios y al hermano necesitado, o que favorece los vicios, las pasiones, las ataduras a las cosas y el egocentrismo. Hemos de ayunar, en definitiva, de todo aquello que nos esclaviza, como nos recuerda el papa Francisco en su Mensaje de este año, de todo aquello que dificulta nuestro amor a Dios y a los hermanos. El Señor nos propone además el ejercicio de la limosna, que se expresa en las obras de caridad  hacia a los más necesitados. Necesitamos aligerar nuestras mochilas para recorrer con presteza el itinerario cuaresmal. Así llegaremos llenos de alegría a la meta de la Pascua.

Con  mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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El cuidado de la creación

10 de febrero de 2024/0 Comentarios/en Cartas, Cartas 2024, Manos Unidas, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

La organización católica ‘Manos Unidas’ celebra estos días su campaña anual en la lucha contra el hambre en el mundo y por el desarrollo de los pueblos más pobres. Este año se fija en la crisis medioambiental, en especial en el cambio climático, que está afectando a millones de personas, sobre todo del Sur del planeta, perjudicando sus derechos más básicos como el derecho a la alimentación, al agua potable, a la salud, a una vida digna, a un entorno saludable, lo que genera una gran injusticia climática.

Existe una evidente desigualdad tanto en las causas como en las consecuencias del cambio climático. Así, mientras que las causas de este cambio están, sobre todo, relacionadas con la creciente actividad económica de los países más desarrollados, sus riesgos, impactos y consecuencias más severas las sufren los pueblos del Sur, que poco han participado en originar el problema. Las consecuencias negativas de este cambio son visibles en todo el mundo, pero se sufren más en unos lugares que en otros. Los cambios del clima, la pérdida de cosechas, la escasez de agua, los incendios forestales y los fenómenos meteorológicos extremos afectan, sobre todo, a los más empobrecidos. A la vez, muchas personas tienen que abandonar su tierra por el deterioro del medio ambiente emigrando a otras tierras y países.

Pero todavía estamos a tiempo de revertir esta situación, provocada por el cambio climático. Hacerlo depende de todos y cada uno de nosotros. Por ello, el lema de este año habla de “El efecto ser humano”, porque el ser humano es la única especie capaz de cambiar el planeta, para bien o para mal.

El papa Francisco, en su Encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, nos urge a poner remedio a los males medioambientales y al problema de injusticia social, que va unido a ellos. Porque el auténtico desarrollo humano integral y el desarrollo de los pueblos peligran cuando se descuida o se abusa de la tierra y de los bienes que Dios nos ha dado. Y en su encíclica Laudate Deum, el mismo Papa nos recuerda que el cambio climático es innegable, que sus signos son cada vez más patentes y que ya no se puede dudar de su origen humano. Por ello nos exhorta a un compromiso para revertir el cambio climático; un compromiso que brota de nuestra fe que “no sólo da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado” (n. 61). Y nos llama “al esfuerzo de los hogares por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia, para ir creando una nueva cultura del cuidado de la creación” (n. 71).

Es necesario que volvamos nuestra mirada y nuestro corazón a Dios. “Y vio Dios que era bueno”, nos dice el libro del Génesis (1,25). La tierra, las aguas, los árboles, los animales y el ser humano, todo es hermoso y bueno a los ojos del Creador. El universo entero es un don de Dios, fruto de su amor, en cuya cima ha situado al hombre y a la mujer, creados a su imagen y semejanza para ‘llenar la tierra’ y ‘dominarla’ como ‘administradores’ de Dios mismo (cf. Gn 1,28).  Este encargo original de Dios es una llamada a la responsabilidad de todos. Somos administradores, y no dueños de la creación. Todo lo que existe, lo ha confiado Dios al ser humano no para disponer arbitrariamente de ello, sino para administrarlo con responsabilidad, justicia y solidaridad.

La tierra es un don de Dios para que todo ser humano disponga de lo necesario para vivir con dignidad. No somos dioses, ni creadores ni propietarios de la tierra; somos sus administradores. Por desgracia, la respuesta humana a este regalo de Dios ha estado marcada por el pecado, por creerse dueños de la creación, por el egoísmo y la codicia de poseer. Hemos creado una emergencia climática que amenaza seriamente la naturaleza y la vida, incluida la vida humana. Hemos olvidado quiénes somos: criaturas a imagen de Dios, llamadas a vivir como hermanos en la misma casa común. Hemos olvidado lo que realmente importa y hace bien a las personas: la justicia, la caridad, la solidaridad, el respeto y la sobriedad. Esto nos llama a cambiar nuestra mente y nuestros hábitos de vida y de consumo insolidarios e insostenibles.

Acojamos y apoyemos la Campaña de Manos Unidas para que pueda seguir trabajando en la concienciación por el cuidado de la creación y pueda llevar a cabo sus programas de lucha contra el hambre y de desarrollo de los más desfavorecidos del mundo. Seamos generosos en la colecta de la Campaña de este año. Muchas gracias.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Cuidar a los enfermos en la soledad

3 de febrero de 2024/0 Comentarios/en Cartas, Cartas 2024, De Pastoral De La Salud, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El día 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, bajo el lema “No conviene que el hombre esté solo”. Y en España comenzamos la Campaña del Enfermo 2024, que terminará el día 5 de mayo con la Pascua del Enfermo.

La Jornada es un día para renovar la cercanía y compromiso de toda la comunidad cristiana hacia los enfermos, llamada este año a cuidar de ellos en su soledad. Dice el papa Francisco en su mensaje que “cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones, todas sus relaciones; con Dios, con los demás -familiares, amigos, personal sanitario-, con la creación y consigo mismo”. Recordemos que todos hemos venido a este mundo porque alguien nos ha acogido; hemos sido creados por amor y para el amor, estamos llamados a la comunión con Dios y a la fraternidad con los hermanos. Esta dimensión relacional de nuestro ser humano nos sostiene de manera particular en tiempos de enfermedad y fragilidad; es la primera terapia que debemos adoptar todos juntos ante la soledad de los enfermos.

La Campaña, por su parte, quiere promover la reflexión sobre el aumento de las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional. Es una tema particularmente urgente entre nosotros, ya que España encabeza la lista de países que más ansiolíticos consumen. Muchas son, en efecto, las personas que sufren ansiedad, depresión, trastornos del sueño y de adaptación, u otras alteraciones mentales como trastornos de personalidad y psicosis afectiva. En edades avanzadas nos encontramos con la enfermedad de Alzheimer y la demencia senil. Son todo un mundo de sufrimiento para los enfermos y especialmente para los que los cuidan con gran paciencia y sufrimiento. También muchos niños, adolescentes y jóvenes sufren problemas de soledad, de aprendizaje, de comportamiento, de enuresis, anorexia y la bulimia. La Campaña quiere ayudarnos a tomar conciencia de que, aunque no siempre se trate de una enfermedad mental en el sentido habitual del término, hemos de cuidar y acompañar a las personas que padecen este tipo de sufrimiento que se manifiesta en la tristeza, la amargura, la pena, el desánimo o la ansiedad. Estamos llamados a anunciar con el profeta Jeremías: “Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas” (Jer 31, 13)

Cuidar a los enfermos en la soledad y dar esperanza en la tristeza a los que sufren psicológica y emocionalmente es posible. Todos estamos llamados a comprometernos para que así sea. Fijémonos en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37), en su capacidad hacerse prójimo y en la ternura con que alivia las heridas del hermano que sufre. El Buen Samaritano es un referente permanente y siempre actual para toda la Iglesia y, de forma especial, en su servicio en el campo de la salud, de la enfermedad y del sufrimiento. En esta parábola, Jesús manifiesta con sus gestos y palabras el amor tierno y compasivo de Dios por cada ser humano, en especial por los enfermos y los que sufren. Al final de la parábola, Jesús concluye con un mandato apremiante: “Anda, y haz tú lo mismo”. Se trata de un mandato incisivo: Jesús nos indica cuáles deben ser también hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos con los que necesitan de sus cuidados. El samaritano, comentan muchos Padres de la Iglesia, es el mismo Jesús. Mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor compasivo de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a ser samaritanos, y a manifestarlo con nuestra cercanía, empatía, compasión y ternura a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.

Pero esta capacidad para amar no viene de nuestras fuerzas, sino más bien de haber experimentado el amor de Dios en una relación personal y vivificante con Cristo. De ahí derivan la llamada y la capacidad de cada cristiano de ser un “buen samaritano”, que se detiene ante el sufrimiento del otro, porque quiere ser “las manos de Dios”.

La Iglesia lo ha hecho y lo sigue haciendo hoy por medio de sacerdotes, religiosos y seglares que han sentido de modo particular la vocación de trabajar en el campo de la salud. El amor a los enfermos y su cuidado no puede faltar nunca en la acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana, de cada parroquia y de las familias. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas, de los visitadores de enfermos y de los hospitalarios de Lourdes.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Todos somos destinatarios del Primer Anuncio

27 de enero de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, Curso Pastoral 2023-24/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos. 

El presente curso pastoral, nuestra Iglesia diocesana está centrada en el Primer Anuncio. La Iglesia, también nuestra Iglesia diocesana, está convocada por Jesús para ser enviada a anunciar el Evangelio a todas las gentes de todo tiempo y lugar. Esta es su razón de ser y su dicha más profunda. El centro del Evangelio no es una teoría o una fórmula, sino una Persona: Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado, para que todo el que crea en Él tenga vida en plenitud, la vida eterna.

Jesucristo no es alguien del pasado. Cristo vive, porque ha resucitado y sale al encuentro de todos para que creyendo en Él tengamos vida. En palabras del papa Francisco, el mensaje principal del Evangelio es: “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” (EG 164). Este anuncio responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano. Este es el contenido de lo que llamamos primer anuncio. No puede faltar nunca ni puede ser sustituido por ningún otro mensaje. Su objetivo es propiciar el encuentro de cada persona con el amor de Dios en Cristo, que libera, salva y colma el deseo de verdad, libertad, plenitud y felicidad: un encuentro que mueva a cada persona a creer de corazón en Cristo vivo, a entrar en una relación personal con Él y a orientar toda su vida según el Evangelio en el seno de la comunidad de los creyentes.

Hablamos de primer anuncio no porque sea la primera de muchas tareas que, una vez hecha, se olvida. Es el primero porque es el principal y el fundamento de todo: es el anuncio que siempre hay que volver a hacer, escuchar y renovar de una forma o de otra a lo largo de toda la vida de un cristiano. Todo lo que la Iglesia hace, dice y vive está y debe estar basado en el anuncio de Cristo vivo. Cuando la Iglesia enseña o da catequesis está actualizando este primer anuncio. Cuando la Iglesia promueve la justicia y ejerce la caridad, resuena este anuncio. Cuando la Iglesia celebra la liturgia, hace presente a Cristo vivo y evangeliza con la belleza de la liturgia. El primer anuncio es la puerta de entrada normal en la experiencia cristiana; es el fundamento permanente de toda la vida cristiana, ha de estar presente en la catequesis, la teología, la moral, en toda formación cristiana y es la base de toda renovación de la actividad evangelizadora de la Iglesia (cf. EG 165).

Los destinatarios son –somos- pues todas las personas que necesitan o necesitamos hacer la experiencia fundante de encuentro con Jesucristo y de renovarlo cada día. El Señor busca a todos, quiere que todos sintamos el calor de su misericordia y su amor. No olvidemos nunca que todas las personas tienen derecho a conocer a Jesucristo, que murió por todos, y a experimentar la salvación que Él nos ofrece.

Según esto podríamos distinguir varios grupos de destinatarios del primer anuncio. En primer lugar, y a veces se olvida, estamos quienes participamos habitualmente de la vida y la misión de la comunidad cristiana, incluidos los pastores, catequistas y tantos otros; necesitamos mantener viva la experiencia del encuentro con el Señor; sólo desde el encuentro con Cristo y la conversión permanente a Él surgirán testigos capaces de comunicar su propia experiencia de fe y animar a otros a dar el paso. El primer anuncio se dirige también a los bautizados que no tienen una relación personal con el Señor, aunque participen de la vida de la Iglesia, o que no viven las exigencias de su bautismo, ya que se alejaron de Él por las causas que sean; incluso a los fieles que conservan una fe sincera, pero la expresan de formas diversas, apartadas de la liturgia y la vida de la Iglesia. Y finalmente están quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado: muchos de ellos buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, también en países de antigua tradición cristiana.

Todos tienen el derecho a recibir el Evangelio. Anunciemos a Cristo y su buena noticia en todas las realidades en las que nos movemos: en la comunidad cristiana, la familia, la universidad, el trabajo, el barrio o el pueblo; en el mundo de la política, la economía, la cultura, la ecología; en el mundo de las comunicaciones sociales y en todas aquellas realidades en las que estamos insertos.

Hoy se requiere el compromiso generoso de cada uno de los bautizados al servicio de la misión evangelizadora, ante todo con el testimonio diario de una vida conforme al Evangelio; y hemos de hacerlo en los ambientes donde vivimos y asumiendo los compromisos que nos corresponden al servicio de la comunidad de la Iglesia.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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“Permaneced en mi Palabra”

20 de enero de 2024/0 Comentarios/en Cartas, Cartas 2024, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos,

Cada III Domingo del Tiempo Ordinario celebramos en toda la Iglesia Católica el Domingo de la Palabra de Dios. Está dedicado especialmente a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Así lo indicó el para Francisco al instaurar la Jornada en su Carta Apostólica Aperuit illis, de 30 de septiembre de 2019.

La Palabra de Dios ocupa un lugar central en la vida de toda comunidad eclesial y un papel decisivo en la vida espiritual de todo cristiano en los diferentes ministerios y estados de vida. Jesús pide a sus discípulos “permaneced en mi palabra” (Jn 8, 31), como reza el lema de la jornada de este año.

La Sagrada Escritura es la Palabra escrita del Dios vivo. Escrita hace muchos siglos, no pertenece sin más al pasado. Es la Palabra del Dios vivo. Dios nos sigue hablando en la Escritura. En su origen y raíz está el deseo de Dios de comunicarse a la humanidad. Dios abre su corazón y designio, muestra su rostro, ofrece su amistad e invita a compartir con Él su misma vida en su Hijo, la Palabra encarnada. Dios mismo es quien nos habla y quiere suscitar nuestra fe, provocar nuestra conversión y liberarnos de nuestras esclavitudes. La Palabra de Dios pide, por tanto, ser leída, proclamada, escuchada y acogida sabiendo que es Dios mismo quien nos habla aquí y ahora.

Como dice la carta a los Hebreos, “la Palabra de Dios es viva y eficaz” (Hb 4, 12). Es una palabra viva porque es la Palabra del Dios vivo; dicha o escrita en un contexto concreto, sin embargo trasciende dicho contexto para ser contemporánea a todos los tiempos, extensiva a todos los lugares y dirigida a todos los hombres. Es una palabra que se pronuncia aquí y ahora para cada uno de nosotros o para una comunidad cristiana concreta, cuando se lee, proclama o escucha. El Espíritu Santo que la inspiró, la reaviva para salvación de quienes la escuchan con fe en el presente.

La Biblia no es un simple libro de contenido espiritual. Es una Palabra viva de Alguien -Dios- que habla, actúa y se hace presente a través de ella porque quiere entablar con nosotros una relación de amor que nos va transformando. Dios nos sigue hablando en su Palabra escrita. Esto pide en primer lugar saber escuchar a Dios. No se trata de un simple leer u oír superficial, sino de escuchar con atención y con actitud de acogida la Palabra de Dios, como hace la Virgen Maria, cuando Dios le habla por medio del ángel en la anunciación. Con frecuencia leemos o escuchamos la Palabra de Dios de un modo distraído: leemos u oímos las palabras, pero en realidad no escuchamos. Como María hemos de estar atentos a Dios, para escucharle y estar abiertos a su novedad y su sorpresa en nuestra vida.

La escucha atenta y acogedora de la Palabra de Dios nos irá conformando con “la mente de Cristo” (1 Cor 2, 16); es decir, con su modo de pensar, su sensibilidad, sus valores, su adhesión al Padre y su debilidad por los pobres. Así la Palabra nos convierte e introduce progresivamente en el proyecto divino de la salvación. Nos mueve a reconstruir una y otra vez el edificio de la comunidad cristiana. Nos ofrece luz y consuelo en los momentos de angustia. Nos da aliento y nos llama a la fraternidad solidaria, nos muestra nuestra fragilidad, nos pide fidelidad para cumplir nuestra misión y nos da esperanza para perseverar sin desmayo.

Ahora bien, decir que la Palabra de Dios es eficaz no significa que siempre sea efectiva. Para que lo sea es necesaria su acogida personal y el compromiso por parte de quien la escucha de dejarse interpelar, transformar y salvar. Esto pide a su vez perseverancia. Jesús dice a sus discípulos “permaneced en mi palabra” (Jn 8, 31). La Palabra de Dios es como el espacio vital en el que el discípulo de Jesús ha de vivir y mantenerse en toda su vida y en toda su conducta. La vinculación a Jesús debe ser en efecto duradera, pues de ello depende nuestra salvación. Cuando se abandona esa vinculación, se abandona también el espacio salvífico de la fe, cayendo en el ámbito nefasto de la muerte y de la mundanidad. Permanecer en la palabra de Jesús se convierte así en característica del verdadero discípulo. Ser discípulo de Jesús consiste fundamentalmente en que el discípulo se orienta por la Palabra de Jesús como la señalización única y definitiva, como el camino que lleva a la Vida.

Celebremos con gozo esta Jornada. Que nos ayude  a valorar la importancia de la Palabra de Dios en ls vida de todo cristiano y de toda comunidad cristiana. Escuchemos a Dios que nos habla en su Palabra para crecer como comunidad de discípulos misioneros.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Infancia Misionera

13 de enero de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, De Misiones y Cooperación con las Iglesias/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos, queridos niños y niñas:

Este segundo domingo de enero celebramos en España la Jornada de Infancia Misionera y, el sábado siguiente, 20 de enero, tendremos en nuestra Diócesis el Encuentro diocesano anual. Es una alegría encontrarse cada año con centenares de niños y niñas, venidos de todos los rincones de la Diócesis, acompañados por sus padres, catequistas, profesores y sacerdotes. Los pequeños intuyen muy bien y celebran con alegría que ellos también son Iglesia y que también ellos están enviados a la misión de llevar el Evangelio a todos; ellos quieren ser “pequeños misioneros” (san Juan Pablo II); y ellos saben que su oración, sacrificio y aportación, por pequeña que sea, es muy importante para que el amor de Dios, recibido en Jesús, llegue a todos, en especial a los niños tan necesitados en los llamados ‘países de misión’. La experiencia del encuentro nos anima a todos, pequeños y mayores, a ser misioneros con la fuerza y el coraje necesarios para seguir anunciando el Evangelio.

El papa Francisco recuerda una y otra vez que la misión es la razón de ser de nuestra Iglesia y que es parte fundamental de nuestra condición de bautizados. Esto vale también para los niños y las niñas, que son, precisamente, los protagonistas de Infancia Misionera. Recordemos que esta obra nació para que los niños cristianos pudieran ser misioneros ayudando a los niños en países de misión. Fue puesta en marcha en 1843 por el obispo francés Forbin-Janson, movido por las noticias que los misioneros le contaban sobre la difícil situación de los niños en el continente asiático. De acuerdo con Paulina Jaricot, este obispo francés pensó que los niños podían ayudar a otros niños de los países de misión, rezando un avemaría cada noche y ofreciendo por ellos una limosna. Así de sencillo.

Sí, también los niños son misioneros, no por concesión de los mayores, sino por su bautismo que les llama a ser discípulos misioneros de Jesús. Esta es la razón honda y la propuesta de Infancia Misionera: que los niños tengan el protagonismo misionero que les corresponde por razón de su bautismo. Los niños de Infancia Misionera escuchan, contemplan, preguntan, rezan y entregan su ofrenda con amor. No importa la cantidad, sino el amor con que el niño lo ofrece.

El lema para la Jornada y el Encuentro de este año es “Comparto lo que soy”. La misión a la que nos envía Jesús no es dar cosas, o no es sólo dar cosas. La misión es compartir con los demás con alegría lo que soy por el bautismo, a saber, hijo amado por Dios, para que su amor llegue a todos; es compartir con otros la amistad con Jesús, la fe y la confianza en Él, que nos da esperanza y aliento en nuestro día a día y nos envía a vivir la caridad con todos. Quien ha tenido la dicha y la experiencia de conocer, encontrarse con Jesús y seguirle, se lo dice a los demás; comunica con su palabra y su vida aquello que ha experimentado, visto y oído. Quien sabe apreciar con gratitud el don tan bello de la amistad con Jesús siente la necesidad de comunicarlo a los otros. Compartir lo que soy es también sentirse unido a todos los niños del mundo y a nuestros misioneros que llevan por todo el mundo el Evangelio, la vida de fe, la alegría de ser hijos de Dios. Compartir lo que soy es compartir lo poco o mucho que tengo con los que menos tienen.

El  Papa nos ha propuesto para este año intensificar la oración. Hemos de aprender a rezar por la misión, a hablar a Dios de la misión y a escuchar al Señor para la misión. Aunque estemos en lugares muy distintos y distantes, la oración por la misión nos une a todos con Dios en una cadena o sinfonía y nos ayuda a caminar juntos en la misma dirección. Dios nos escucha siempre. Sabemos bien que nada de lo que oramos con fe, damos con generosidad u ofrecemos a Dios, quedará sin fruto.

Os animo a todos –niños y niñas, catequistas y profesores, parroquias y  colegios, movimientos y comunidades eclesiales, a participar junto con vuestros sacerdotes en el encuentro diocesano de Infancia Misionera el próximo sábado, día 20, en el Seminario Diocesano Mater Dei. Estoy seguro que nos os defraudará.

Queridos niños y niñas de Infancia Misionera. Jesús cuenta con cada uno de vosotros para que el Evangelio siga anunciándose en tierras de misión y entre nosotros. Cuenta con vuestra oración, con vuestro sacrificio y con vuestro amor por las misiones. Quizá un día algunos lo hagáis también como misioneros. ¡Gracias por vuestra implicación! ¡Sed amigos de Jesús! ¡No perdáis vuestro espíritu misionero!

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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El bautismo: el gran regalo del amor de Dios

6 de enero de 2024/0 Comentarios/en Cartas, Cartas 2024, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Con la Fiesta del Bautismo de Jesús este Domingo concluye el tiempo de la Navidad. En este día recordamos el bautismo de Jesús a orillas del río Jordán de manos de Juan Bautista. Jesús, que no tenía pecado alguno, se hace solidario con los hombres y recibe como los demás el bautismo de penitencia de Juan, transformando este gesto en una manifestación de su divinidad. “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»” (Mc 1, 10-11). Son las palabras de Dios-Padre que muestra a Jesús como su Hijo amado. Jesús comienza su vida pública en su misión salvadora, que concluirá con su muerte y resurrección. Jesús es el enviado por Dios para traernos el perdón, la vida y el amor de Dios. Este hombre, aparentemente igual a los demás, es Dios mismo, que libera del pecado y da el poder de convertirse “en hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn 1, 12-13).

Esto es lo que ocurre en nuestro bautismo. Quien recibe el bautismo con fe en Dios vivo, Uno y Trino, renace a la vida misma de Dios, queda inmerso en el ser y en la vida de Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el bautismo, Dios nos convierte para siempre en hijos suyos en su Hijo, Jesús. En cada bautismo, Dios-Padre repite sobre cada bautizado las palabras sobre Jesús en el Jordán: “Este es mi hijo amado”. Dios nos incorpora a su misma familia, en la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por lo tanto estar bautizados quiere decir estar y vivir unidos a Dios. En una única y nueva existencia pertenecemos a Dios, estamos inmersos en Dios mismo.  

Como enseñó el papa Benedicto XVI, esto tiene varias consecuencias. Gracias al bautismo podemos decir que Dios no está lejos de nosotros, sino que nosotros estamos en Dios y Dios está en nosotros. ¡Vivamos realmente en su presencia y en su gracia! De otra parte, si todos los bautizados estamos inmersos en Dios, todos estamos unidos al resto de los bautizados, estamos inmersos en la comunión con los otros, en la comunidad de los bautizados, en la comunión de la Iglesia. El bautismo nos incorpora a la comunidad eclesial y rompe el aislamiento; un cristiano aislado, no es un cristiano. Hemos de tenerlo presente en nuestro ser cristianos y en nuestro vivir como tales. El bautismo afecta a toda la comunidad eclesial, a cada comunidad parroquial. Y, por último, con la inmersión en el la vida de Dios por el bautismo, los bautizados estamos también ya inmersos en la vida inmortal de Dios, estamos vivos para siempre; el bautismo es el primer paso de nuestra resurrección: inmersos en Dios, estamos ya inmersos en su vida indestructible, empieza nuestra resurrección. 

Nosotros no nos hacemos hijos de Dios; somos hechos hijos de Dios, somos hechos cristianos. Ser hijos de Dios y cristianos es el gran regalo gratuito del amor de Dios, no es consecuencia de una decisión humana. Es verdad que para ser bautizados es necesaria también la decisión humana, pero el bautismo es, sobre todo, una acción amorosa de Dios con cada uno de nosotros: yo soy amado por Dios, soy tomado de la mano por Dios y así, diciendo ‘sí’ a esta acción de Dios, me convierto en su hijo.

Este gran regalo de Dios se convierte en tarea para cada bautizado a lo largo de toda su existencia terrenal, para que el germen de la nueva vida implantada en el bautismo dé frutos de santidad y de vida eterna. Porque Dios actúa sólo contando con nuestra libertad. Dios nos interpela en nuestra libertad, nos invita a acoger y cooperar con su don gratuito. Este gran regalo requiere la cooperación de nuestra libertad para decir el “sí” a Dios que confiere eficacia a la acción divina. Nuestro primer paso es la fe, con la que confiamos en Dios, nos adherimos a Él y su Palabra, Jesucristo, nos abandonamos libremente en sus manos. Todo bautizado debe recorrer personalmente un camino espiritual que le lleve a acoger con fe y vivir con fidelidad y alegría el don recibido en el bautismo. En la raíz de todo debe estar siempre el Primer Anuncio: Dios te ama.

También y sobre todo los niños bautizados en su infancia deben hacer este camino espiritual. No podrán abrir su corazón al don recibido si los adultos no les hacemos el Primer Anuncio (Dios te ama) ya en su despertar religioso, y en todo su proceso de catequesis de iniciación cristiana.  Padres y padrinos, catequistas y toda la comunidad cristiana hemos de ayudarles, con la palabra y el testimonio de vida, a experimentar que Dios los ama y a que se encuentren personalmente con Jesús y entablen una verdadera amistad con Él, y así seguirle insertos en la comunidad de los creyentes para ser discípulos misioneros del Señor.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Toda la información de la Iglesia de Segorbe-Castellón en la semana del cónclave y de la elección de León XIV como Papa
Castellón ha vivido un fin de semana repleto de fervor y tradición en honor a su patrona, la Mare de Déu del Lledó, con motivo de su fiesta principal. Los actos litúrgicos y festivos han contado con una alta participación de fieles, entidades sociales, culturales y representantes institucionales de la ciudad, en un ambiente marcado por la devoción mariana y la alegría pascual.
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12 May 2024

#JornadaMundialdelasComunicacionesSociales

📄✍️ Hoy se celebra la 58º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «#InteligenciaArtificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana» es el tema que propone @Pontifex_es 💻❤️

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12 May 2024

#CartaDelObispo #MayoMesDeMaria

💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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📬 El Papa Francisco felicitó a D. Casimiro por sus bodas de oro sacerdotales en una carta fechada el 31 de marzo y recibida el 6 de mayo. En ella, el Santo Padre expresaba su gratitud por “su ministerio de servicio a la comunión en el pueblo santo de Dios” y le impartía su bendición⛪🙏 ... Ver másVer menos

El Papa Francisco felicitó a D. Casimiro por sus bodas de oro sacerdotales: "Con gratitud por su ministerio de servicio a la comunión" - Obispado Segorbe-Castellón

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El Papa Francisco felicitó al Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, que celebró el pasado 6
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