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Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Virgen y ordenación de diáconos permanentes

10 de diciembre de 2023/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Comisión Diaconado Permanente, Delegación para el clero, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 8 de diciembre de 2023

(Gn 3. 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6.11.12; Lc 1, 26-28)

Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor

1. Os saludo con afecto a cuantos habéis acudido a nuestra S. Iglesia Catedral en Segorbe para celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y para acompañar a nuestros hermanos, Paco Rubio, Vicente Meneu y Abraham, en el día de su ordenación de diáconos permanentes. Hoy es un día de intenso gozo espiritual. Hoy contemplamos el amor pleno de Dios y su grandeza de Dios en la Virgen María, la más humilde y a la vez la más grande de todas las criaturas. Al gozo por esta Solemnidad se une nuestra alegría y nuestra acción de gracias a Dios por vuestra ordenación, queridos hijos. Con el salmista cantemos “al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” (Sal 97) en la Virgen María y porque es grande con vosotros al concederos la gracia del orden del diaconado.

María, concebida sin mancha de pecado original

2. Fijémonos primero en María, en el misterio de su Inmaculada Concepción. En ella resplandece la eterna bondad del Creador; en su plan de salvación, la escogió para ser madre de su Hijo unigénito y, en previsión de la muerte de él, la preservó de toda mancha de pecado (cf. Oración colecta). María no sólo no cometió pecado personal alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del género humano que es la culpa original, para la misión a la que Dios la había destinado desde la eternidad :la de ser la Madre del Redentor.

Todo esto está contenido en el dogma de fe de la “Inmaculada Concepción”. El fundamento bíblico de esta verdad cristiana se encuentra en las palabras de saludo del ángel a la joven de Nazaret: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). “Llena de gracia” es el nombre más hermoso de María, el nombre que Dios mismo le dio para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, “el amor encarnado de Dios”.

María, elegida por su humildad

3. La razón por la que Dios escogió a María para ser la Madre de su Hijo según la carne, es algo que pertenece a su designio insondable. Sin embargo, el Evangelio indica que, ante todo, fue la humildad de la Virgen. Lo dice María misma en el Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, (…) porque ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1,46.48). Sí. Dios quedó prendado de la humildad de María, que halló gracia a sus ojos (cf. Lc 1, 30).

Humildad es vivir en la verdad, nos dice Santa Teresa de Jesús. La Virgen vive desde la verdad de su persona, que es la de toda persona humana y de todo diácono. Y esta verdad sólo la descubre en Dios y en su amor. María sabe que ella es nada sin el amor de Dios, que la vida humana sin Dios sólo produce vacío. Ella sabe que el fundamento de su ser y de su misión no está en sí misma, sino en Dios, que ella está hecha para acoger el amor de Dios y para darse por amor a Dios y a los hermanos. Es la santidad. Por ello vivirá siempre en Dios, desde Dios y para Dios. María, aceptando su pequeñez ante Dios, dejando que Dios sea grande, se llena de Dios y queda engrandecida. Dichosa por haber creído, María nos muestra que la fe confiada en Dios es nuestra dicha y nuestra victoria, porque “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23).

María, imagen y modelo de los diáconos

4. Por su fe y por su santidad, la Virgen Maria es imagen y modelo de la Iglesia y de los diáconos. Como ella, sois elegidos para recibir la bendición del Señor y llevarla a toda la familia humana. Esta ‘bendición’ es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con perfecto amor lo dio al mundo, siendo la esclava del Señor, la sierva de su Hijo, la servidora de la Iglesia y de la humanidad. Esta es también la vocación y la misión de nuestra Iglesia y todo lo bautizado: acoger a Cristo Vivo en nuestra vida y anunciarlo a todos para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.

Esta es también vuestra vocación como diáconos. Las palabras del ángel a María, “llena de gracia”, valen también para vosotros. Salvando las distancias, la gracia de Dios con María, lo que ocurrió en ella se va a realizar en también en vosotros. Como ella fuisteis elegidos y llamados por Dios; no por vuestros méritos, sino por puro amor y gracia de Dios. Como ella, Él os ha ayudado a superar vuestros miedos respondiendo a vuestras preguntas; como ella, habéis creído, esperado y amado a Dios y su Hijo, Jesucristo. Y hoy le decís: “He aquí el siervo  del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y, como a ella, mediante la imposición de mis manos y la oración consagratoria, el Señor va a enviar sobre vosotros su Espíritu Santo, que en vuestro caso os va a consagrar Diáconos, siervos de Dios, de su Jesucristo, de la Iglesia y de los hermanos. ¡Sed “santos e intachables ante él por el amor” (Ef 14), hecho servicio¡

Signos del Cristo, Siervo, en el servicio de la Palabra, la Liturgia y la Caridad

5. Al ser ordenados de diáconos participaréis de los dones y del ministerio que los Apóstoles recibieron del Resucitado para ser en la Iglesia y en el mundo signos e instrumentos de Cristo, Siervo, que no vino “para ser servido sino para servir”. El Señor imprimirá en vosotros una marca profunda e imborrable, que os hará para siempre conformes con Cristo Siervo. Hasta el último momento de vuestra vida seréis siempre por la ordenación y habréis de ser siempre con vuestra palabra y con vuestra vida signo de Cristo Siervo, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz para la salvación de todos.

¡Que como María, vuestro mayor y único deseo sea servir a Dios en los hermanos! Al ser ordenados diáconos sois llamados, consagrados y enviados para ejercitar un triple servicio, una triple diaconía: la de la Palabra, la de la Eucaristía y la de la Caridad. Fortalecidos con el don del Espíritu Santo, ayudaréis al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y sobre todo en el ministerio de la caridad, mostrándoos servidores de todos.

Recordad siempre que no sois dueños, sino servidores de la Palabra de Dios; no es vuestra palabra, sino la de Dios, la que habéis de predicar y enseñar. Y, en último término, la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, es su Hijo, Jesucristo. Cristo Jesús, muerto y resucitado, para la vida del mundo, será también el centro de vuestra predicación y enseñanza, para que todos los que crean en él, reciban, por su nombre, el perdón de sus pecados (cf. Hech 10, 42-43). Cristo Vivo es quien ha de llegar a los demás por medio de vuestros labios y de vuestra vida.   

Más tarde os entregaré a cada uno el Evangelio con estas palabras: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero: convierte en fe viva lo que lees y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”. Os habéis de poner en camino, “en salida”, dóciles a la moción del Espíritu, para anunciar a todos –niños, adolescentes, jóvenes y mayores- el Evangelio de Jesús, y acompañarles hasta el encuentro personal con el mismo Señor, que transforma y salva. Una de las tareas más urgentes de nuestra Iglesia y el mejor servicio que podéis prestar hoy es el Primer anuncio, para llevar a los hombres y mujeres al encuentro o reencuentro con Cristo Vivo, que llena el corazón de alegría y de esperanza. Para ello acoged vosotros mismos con fe viva el Evangelio. El diácono ha de leer y estudiar, escuchar y contemplar, asimilar y hacer vida la Palabra de Dios; es decir, dejarse transformar y conducir por la Palabra de Dios.

Como servidores en la Liturgia, y en especial en la celebración de la Eucaristía, ayudad a nuestros fieles a creer en el misterio de la Eucaristía; ayudadles a participar en ella asiduamente, y que lo hagan debidamente preparados y limpios de todo pecado de una forma activa, plena y fructuosa para que su vida sea una existencia eucarística. Se os entregará el Cuerpo del Señor para repartirlo a los fieles, y para llevarlo a los enfermos. Tratad siempre los santos misterios con íntima adoración, con recogimiento exterior y con delicadeza espiritual. No descuidéis la devoción eucarística y la adoración del Señor, presente en la Eucaristía.

Como diáconos se os confía, finalmente y de modo particular, el servicio de la Caridad, como a los primeros diáconos. El servicio a la Eucaristía os ha de llevar necesariamente al servicio de la Caridad. No reduzcáis vuestra diaconía al servicio del altar. A vosotros se os pide que atendáis las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres y vulnerables: tened en cuenta las penas y sufrimientos de los hermanos, sed capaces de entregaros buscando su bien: estos son los signos distintivos del diácono del Señor. 

El Señor nos dio ejemplo para que lo que Él hizo también lo hagáis vosotros. En vuestra condición de diáconos, es decir, de siervos de Jesucristo, que se mostró servidor de los discípulos, servid con amor y alegría a Dios en el servicio a los hombres. Sed cercanos, compasivos y misericordiosos, acogedores y comprensivos con los demás; amadles como Cristo mismo les ama, dedicadles vuestro tiempo y vuestras energías. El diácono, colaborador del Obispo y de los presbíteros, debe ser juntamente con ellos, la viva y operante expresión de la caridad de Cristo y de la Iglesia.

Exhortación final

6. Contemplemos hoy a María, la Inmaculada, en toda su hermosura y santidad. Pidamos a la Virgen, que se avive hoy en vosotros el deseo de la santidad y amistad con Dios, el deseo de ser siervos de Dios, de su Palabra, de su Hijo en el servicio a la Iglesia y a los hermanos ¡Que de manos de María sepáis acoger en nuestras vidas al Dios que os ama, hasta el extremo en Cristo Jesús, hoy y todos los días de vuestra vida!  Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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HOMILIA EN LA FIESTA DE SAN PASCUAL BAYLÓN

17 de mayo de 2023/0 Comentarios/en Homilías, Homilías 2023, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Patrono de la Diócesis y de la Ciudad de Villa-real

***

Iglesia Basílica de San Pascual, Villarreal – 17.05.2023

(Ecco 2,7-13; Sal 34: 1 Cor 1, 26-31; Mt 11, 25-30)

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor

1. Os saludo a todos cuantos os habéis unido a esta celebración de la Eucaristía, aquí en la Basílica o desde vuestros hogares a través de la televisión. El Señor Jesús nos ha convocado para recordar y honrar a san Pascual, Patrono de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón y de la Ciudad de Vila-real.

2. Al celebrar la Fiesta de san Pascual vienen a nuestra memoria su vida sencilla de pastor y de hermano lego, sus virtudes de humildad y de confianza en Dios, su entrega al servicio de los hermanos y su caridad hacia los más pobres y necesitados; recordamos también su gran amor a la Eucaristía y su profunda devoción a la Santísima Virgen. De san Pascual se ha destacado siempre un rasgo de extraordinario valor evangélico: su amor al prójimo y, en especial, a los más pobres, un amor que alimentaba en su devoción a la Eucaristía, fuente inagotable de la caridad.

Pascual servía a todos con alegría. Sus hermanos de comunidad no sabían qué admirar más, si su austeridad o su caridad. Pascual “tenía especial don de Dios para consolar a los afligidos y ablandar los ánimos más endurecidos”, dicen muchos testigos. Su deseo era ajustar su vida al Evangelio según la Regla de San Francisco, desgastándose por Dios y por sus hermanos. Y todo ello con el espíritu de pobreza, austeridad y oración, propio de la orden franciscana. Sus oficios de portero, cocinero, hortelano y limosnero favorecieron el ejercicio de su caridad, impregnada siempre de humildad y de sencillez. Para los pobres se privaba hasta de la propia comida. Decía que no podía despedir de vacío a ninguno, pues sería despe­dir a Jesucristo. 

Los santos como Pascual son siempre actuales. Sus biografías reflejan modelos de vida, conformados según el Evangelio y a la medida del Corazón de Cristo, y, a la vez, cercanos al hombre de su tiempo; y, en último término, al hombre de todos los tiempos. Son modelos extraordinariamente humanos, precisamente porque son cristianos, surgidos del seguimiento de Cristo. A través de ellos, Jesucristo se hace presente en el corazón de la Iglesia y en medio del mundo, y muestra la extraordinaria fuerza que brota del Amor de Dios: un amor que es capaz de renovar y transformar todo: las personas, las comunidades, la Iglesia, los matrimonios y las familias, y toda la sociedad.

Los santos son grandes figuras de renovación espiritual en su entorno eclesial y social. Su forma de ser, de estar y de actuar en el mundo no suele ser espectacular. Con frecuencia pasan desapercibidos. Rehúyen los halagos y aplausos. Son humildes y sencillos. Su alimento es la oración, la escucha de Dios, la unión y la amistad con Cristo. En la entrega de sus vidas a Dios y a los hermanos cifran el sentido de su vida. San Pascual Bailón, nuestro Patrono, es uno de esos santos; y de enorme actualidad para toda nuestra Iglesia diocesana y para nuestra sociedad. 

3. A la luz de la Palabra de Dios, este año quiero acercar a vuestro corazón tres realidades de la vida de Pascual: su fe, su esperanza y su caridad. Tres virtudes que nos interpelan especialmente en estos momentos de increencia, de indiferencia religiosa y de alejamiento de la fe de tantos bautizados; tiempos también de desesperanza ante el futuro, de individualismo egoísta, de exclusión del diferente y de descarte de los más vulnerables.

Vivimos inmersos en una cultura en la que el hombre y el mundo son entendidos como si Dios no existiera: la vida del hombre, la familia, el trabajo y las relaciones humanas, la sociedad; todo se quiere concebir y configurar sin referencia a Dios. El hombre y la sociedad actuales quieren bastarse a sí mismos, ser autosuficientes. El hombre se ha convertido en absoluto y excluye a Dios de su existencia. En su endiosamiento e autoidolatría, llega a afirmar incluso que no le interesa ni tan siquiera plantear la cuestión de Dios. Le importa sobre todo mantener a Dios al margen de sus ideas, de sus proyectos y de su vida. Es la tentación permanente del ser humano: pretender ser dios, ocupar el lugar de Dios. Dios es silenciado, minimizado o directamente negado, sobre todo, cuando incomoda las posiciones y las libertades sin ética o un estilo de vida sin Dios. Pero el silenciamiento de Dios, de su presencia, de su verdad y de su providencia amorosa abre el camino a una vida humana sin rumbo y sin sentido, a idolatrías de distinto tipo, a proyectos que acortan el horizonte y se cierran en intereses inmediatos.

El hombre es grande, sólo si Dios es grande en su vida. ¡Qué bien lo entendió Pascual contemplando a la Virgen en el Magníficat! Pascual cree en Dios y a Dios, se fía y confía en todo momento en Dios. Nuestro santo es un hombre de fe profunda, porque es un hombre sencillo y humilde. Las cosas de Dios sólo las entiende la gente sencilla. “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25-27). No podremos abrir nuestra mente y nuestro corazón a Dios y sentir su cercanía si no somos humildes. Los ojos para ver a Dios son la humildad y la admiración que se hacen oración y adoración. Pascual vivió en oración continua y en adoración a Dios, de forma muy concreta ante el Sacramento de la Eucaristía. De ella recibía la fuerza en el camino de la fe, en el camino de la vida, en el camino del amor a los hermanos. Amaba a Cristo que en el misterio insondable de su presencia Eucarística le llevaba a vivir en la alegría y felicidad. Él se sentía amado por Cristo.

El supo acoger las palabras del Evangelio: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mi 11,29). En medio de los trajines de la vida necesitamos aliento y ánimo. Sólo lo encontraremos, como San Pascual, en la Eucaristía, presencia viva de quien asumió todas nuestras dolencias, nuestros cansancios, nuestro pecado, para darnos vida, felicidad, libertad y grandeza. En el hondón de nuestras vidas sólo Dios es capaz de entrar y levantarnos de nuestra postración.

En segundo lugar, Pascual vive en esperanza. “Dichoso el que espera en el Señor” (Sal 34), hemos aclamado en el Salmo. Es una llamada a confiar y esperar siempre en Dios. Cristo Jesús es nuestra esperanza, la única que no defrauda. El diálogo con el Señor en la oración ofrece siempre salidas en cualquier situación. La desesperación, el apocamiento y el encerrarse en uno mismo nos bloquean, mientras que el diálogo con el Señor nos ilumina y nos abre a la esperanza. Ante cualquier dificultad, Pascual nunca dijo «no puedo más». Sin embargo, esta frase se pronuncia muchas veces en nuestra sociedad. El desesperado cuestiona también a Dios. Y una sociedad desesperada pone sus esperanzas en pequeñas cosas sin importancia.

¿Dónde estuvo la esperanza de san Pascual? Tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Él fue su esperanza. Un Dios que se hizo carne; que se ha hecho uno de nosotros, y nos acompaña; que nos llama, nos ama y nos ha dado la vida; un Dios que nos hace mirar con amor al prójimo y nos impulsa a hacer el bien, eliminando desesperanzas, envidias y celos.

El Señor Resucitado sale hoy de nuevo a nuestro encuentro para despertar y avivar nuestra fe pascual, fundamento de la esperanza cristiana. En la muerte y resurrección de Cristo Jesús hemos sido salvados, hemos sido rescatados, y hemos sido sanados y abrazados para siempre. Nada ni nadie, ni la enfermedad, ni la tribulación, ni la penuria, ni los poderes de este mundo, ni tan siquiera la muerte, nos podrán ya separar del amor de Dios, manifestado en Cristo, nos recuerda san Pablo (cf. Rom 8, 39). La verdadera esperanza nace del amor de Dios manifestado en Cristo. El fin de la esperanza cristiana es la vida eterna en el Cielo. Pero esta esperanza nos acompaña ya en nuestra vida actual y nos socorre allí donde nuestras posibilidades llegan al límite.

Y, en tercer lugar, san Pascual vivió la caridad con las medidas del amor de Dios. Vive regalando el amor mismo de Dios, desde su comunión plena con Jesucristo en la Eucaristía. ¡Dios es Amor!  No hay otro camino para el encuentro con Dios y con los hermanos: amar y dejarse amar. Así vivió san  Pascual. Y por eso es santo, porque la santidad no es sino la perfección en el amor, en la caridad. 

Precisamente porque fue humilde, porque se dejó amar y transformar por Jesucristo en la Eucaristía, y le amó con toda su alma, pudo entregarse al servicio de los pobres y a las tareas más humildes del convento. Cuando un corazón es humilde se hace generoso; cuando un corazón está cerca de Jesucristo, que nos ha amado hasta entregar su vida por nosotros en la Cruz, se hace caridad con los demás. La alegría de Pascual era saberse amado por Jesucristo. Y esa alegría se desbordaba para que la cercanía y el amor de Cristo llegaran a los más pobres y necesitados. Un corazón renovado se siente llamado a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a un hermano.

Pascual amaba a Cristo con toda su alma; este amor le trasformó y le llevó a entregarse al cuidado de hambrientos y sedientos, y a dar cobijo a los ‘sin techo’. Se necesitan corazones generosos como el de Pascual para salir al paso de tantas necesidades presentes y futuras.

4. No olvidemos que la historia de Vila-real y de nuestra tierra está fraguada por la fe cristiana. ¡Que san Pascual interceda por nosotros para que sepamos perseverar en la fe en Dios; que por su intercesión se aviven en nosotros la fe y la confianza en Dios, el espíritu de oración y la devoción a la Eucaristía, para que así vivamos con esperanza y seamos testigos creíbles del amor de Dios en el amor a los hermanos.

¡Que la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos proteja y guie en nuestro caminar! Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Fiesta de la Mare de Déu del Lledó y apertura del Año Jubilar de la Coronación

9 de mayo de 2023/3 Comentarios/en Noticias destacadas, Año Jubilar del Lledó, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

Basílica de Lledó, 7 de mayo de 2023

(Is 7, 10-14; 8, 10b; Magnificat;  Heb 10, 4-10; Lc 1 26-38)

Hermanas y hermanos todos en el Señor:

1. Saludo de corazón a los sacerdotes concelebrantes, en especial, al Prior de esta singular Basílica, al Prior de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó, y al Ilmo. Sr. Prior emérito de la Cofradía. Mi saludo cordial al Presidente, Directiva y Cofrades de la Real Cofradía así como a la Presidenta de la Junta  y Camareras de la Virgen. Mi saludo respetuoso y agradecido a las autoridades, en especial, a la Sra. Alcaldesa y Miembros de la Corporación Municipal de Castelló en el día de su Patrona. Un saludo especial a la Regidora de Ermitas y Procuradora Municipal de la Basílica, al Clavario y al Perot de este año, y a las Reinas Mayor e Infantil de las Fiestas. Os aludo a todos cuantos habéis venido hasta la Basílica para participar en esta solemne celebración eucarística, y a cuantos a través de la TV estáis unidos a nosotros, especialmente a los ancianos, enfermos e impedidos para salir de casa.

Cada primer domingo de Mayo, el Señor nos convoca para cantar y honrar a Santa María de Lledó en el día de su Fiesta Mayor. Ella es nuestra Madre, Reina y Señora, ella es la Patrona de Castelló. Al abrir hoy el Año Jubilar para prepararnos al Centenario de su Coronación pontificia nos acogemos a su especial protección de Madre: a ella le rezamos y a sus pies ponemos nuestras esperanzas en este tiempo de gracia. Maria nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestras parroquias y la Ciudad entera estamos en su corazón. Que este Año Jubilar sea un tiempo en que se acreciente nuestro amor y devoción hacia la Virgen de Lidón, para que de sus manos se avive y se fortalezca la fe y vida cristiana en y entre nosotros, y para que nuestras parroquias se renueven en su acción pastoral y en su misión evangelizadora. Mirando a la Virgen hallaremos el camino y la fuerza para acoger a Dios en su Hijo en nuestras vidas y para perseverar firmes en la fe en tiempos de increencia y de indiferencia religiosa.

María es la Madre de Dios

2. Vuestra presencia es un signo elocuente de la devoción secular de la Ciudad  a la Mare de Déu del Lledó. Sí: María es ante todo la Madre del Hijo de Dios. “Concebirás en tu vientre  y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo” (Lc 1,31-32), acabamos de escucharen el Evangelio. María nos da al Hijo de Dios y dirige nuestra mirada hacia Él. Su deseo más ferviente es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro personal con Cristo Jesús, que avive y fortalezca nuestra fe para que se renueve nuestra vida cristiana y comunitaria.

Nuestra devoción a María ha de estar siempre orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque su Hijo, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida: el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el rostro de Dios y quién es el hombre, y la Vida en plenitud que Dios nos regala con su muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús, fruto bendito de su vientre. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).

Contemplar la fe de María

3. Este Año Jubilar nos ofrece la oportunidad de contemplar la fe de María. Ella es el modelo de fe en Dios y a Dios. La Virgen, antes de nada, escucha con atención a Dios que le habla por medio del Ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. En su turbación ante estas palabras, María medita qué podría significar aquel saludo. La voz del ángel suena de nuevo, pero sus palabras son más desconcertantes aún: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre  y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo”. Ante estas palabras, la Virgen de Nazaret no duda, pero indaga: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Al final,  la Virgen se fía de Dios y acoge su designio: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (cf. Lc 1, 26-38). Con este acto de fe libre, de confianza plena y de disponibilidad total, María  se convierte en la Madre del Hijo de Dios; así se consuma el mayor y más decisivo acto de fe en la historia del mundo. 

La Virgen, porque se sabe llena de gracia y amada por Dios, confía en Dios, se fía plenamente de Él y de su Palabra; ella cree que será la Madre del Salvador sin perder la virginidad. Ella es la mujer humilde. Y porque la humildad no es apocamiento, sino vivir en la verdad (Sta. Teresa de Jesús), María sabe que sin Dios nada es. Desde el primer instante se adhiere con todo su corazón al plan de Dios sobre ella, un plan que trastoca el orden natural de las cosas: una virgen madre, una criatura madre del Creador.

María cree cuando el ángel le habla. Y sigue creyendo cuando el ángel la deja sola y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que está encinta. María supo confiar siempre en Dios y confiarse siempre a Dios. La verdadera fe siempre significa salir de sí mismo para dejarse encontrar por Dios, para dejarse amar y sorprender por Dios y su novedad. “Dichosa tú porque has creído porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).

La vida de María fue una peregrinación en la fe. Ni el designio de Dios ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella se fió de Dios y vivió apoyándose en la Palabra de Dios. El plan de Dios se le ocultó a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarle de Herodes, las fatigas para proporcionarle lo estrictamente necesario o su sufrimiento al pie de la Cruz. María “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19). Aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel hijo débil e indefenso, era el Hijo de Dios. La Virgen creyó y se fio siempre, aun cuando no entendiera el misterio. La Virgen vive en Dios, está como impregnada por la Palabra de Dios; todo su pensamiento, toda su voluntad y todas sus acciones están impreg­nados y formados por Dios y su Palabra. Caminemos en este Año Jubilar tras las huellas de María.

La fe de María, modelo de fe para los cristianos

4. Nuestra devoción a la Mare de Déu será auténtica, si como ella acogemos a Dios en nuestra vida, si escuchamos a Dios y su Palabra, si acogemos con alegría su voluntad,  si nos lleva al encuentro con Cristo vivo, si en María descubrimos de verdad a la Madre de Dios, a la primera discípula, al modelo perfecto de seguimiento de Jesús. Si honramos a María con amor sincero acogeremos de sus manos al Hijo de Dios para, como ella, dejarnos encontrar por El, conocerle, amarle y seguirle con una adhesión personal en estrecha comunión con la Iglesia. María nos anima y exhorta a creer en Dios y a perseverar en la fe en su Hijo. 

La fe cristiana no es el resultado de nuestros esfuerzos o razonamientos. La fe es un don gratuito de Dios. Pero no es privilegio de unos pocos. Porque Dios busca y sale al encuentro de todo ser humano, porque nos ama y nos llama a participar de su amor en plenitud. Para que esta llamada de Dios se haga realidad es preciso que cada uno se deje, como María, amar por Dios y le abra su corazón, que se adhiera confiadamente y de todo corazón a Dios. La fe consiste antes de nada en creer a Dios. Y porque confiamos en Él, acogemos, a la vez y en el mismo acto, lo que Él nos revela y los caminos que nos ofrece para llegar a la Vida. Lo decisivo es la adhesión confiada al Dios vivo en su Hijo, Jesucristo.

La fe cristiana es antes de nada vivir desde Dios que nos crea a la vida por amor y nos llama a su amor y su vida en plenitud. Los seres humanos no somos el centro ni la medida de todas las cosas; no somos dueños de nuestras vidas. No podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas nuestro deseo innato de infinitud, de felicidad, de inmortalidad, de libertad y de vida. Reconozcamos nuestra finitud y limitación. Nuestro origen y destino están en Dios. Él es el fundamento sobre el que descansa todo.

La fe es siempre una experiencia personal. La fe tiene lugar en el seno de la comunidad de los creyentes, en el seno de la Iglesia y en comunión de fe con la fe de la Iglesia; pero la decisión personal no puede ser reemplazada por nada ni por nadie. La fe sucede en lo más íntimo de nuestra persona, en lo más íntimo de nuestro corazón,  y compromete a la persona en su totalidad; es el acto personal más intenso. La fe proyecta todo el ser de la persona hacia Dios. No se cree sólo con el sentimiento, con la voluntad o con la razón. La fe consiste en la entrega incondicional y confiada de toda la persona a Dios. “Buscarás al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas de todo corazón” (Dt 4,29).

¡Así lo han experimentado nuestros antepasados en la fe generación tras generación desde aquel 1366, año de la feliz ‘troballa’ de la imagen de Nuestra Señora de Lledó! Ellos han experimentado su presencia maternal en sus vidas, la coronaron Reina del cielo. De sus manos, acogieron a su Hijo, el Rey mesiánico, y pervearon firmes en su fe.

Ante la crisis espiritual, avivar la fe en Dios

5. Miremos esta mañana una vez a la Mare de Déu del Lledó. Vivimos momentos de una profunda crisis en todos los ámbitos. Es sobre todo una crisis humana y espiritual;  una crisis que afecta a la sociedad, a las personas, a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones, sobre todo a los más jóvenes. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin esperanza, porque se pretende desalojar a Dios de nuestras vidas.

Con frecuencia somos víctimas de un ambiente, en el que el hombre y la sociedad son entendidos y viven como si Dios no existiera; un ambiente que está marcando también la vida de nuestras familias, la educación de los hijos y las relaciones sociales, labores y políticas. Dejamos a Dios al margen de nuestros proyectos y de nuestras acciones cotidianas. Pero el silenciamiento de Dios abre el camino a una vida sin rumbo, y a proyectos que  acortan nuestro horizonte y se limitan a intereses inmediatos. El silenciamiento de Dios lleva al ocaso del hombre. Expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del ser humano, el ocaso de su dignidad. Una sociedad que da la espalda a Dios, a su amor, a su ley y sus caminos termina por deshumanizar al hombre; termina por volverse en contra el mismo hombre, contra su inviolable dignidad y sus derechos más sagrados.

En estas circunstancias acudimos a María y le pedimos que nos enseñe a ser creyentes auténticos de Dios y testigos de su amor. Nuestra Iglesia en Castellón, a imagen de María, está llamada a dejarse vivificar por el Señor resucitado. Contemplando a María nuestras comunidades cristianas están llamadas a ser el lugar donde todos puedan encontrar y experimentar la cercanía de Jesucristo y del amor de Dios. Sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor en nuestro caridad fraterna y comprometida, en especial con los más necesitados y desfavorecidos.

Oración final

6. Mare de Déu del Lledó, madre del Hijo de Dios y madre nuestra. Hoy reconocemos agradecidos que la historia de Castelló ha sido un canto de amor hacia ti, que eres el honor de nuestro pueblo. Ante tu altar, Castelló ha begut sa glòria, proclamándote bienaventurada de generación en generación. Por eso te invocamos como nuestra alegría, esperanza y consuelo. En este Año Jubilar pedimos a Dios Padre por tu intercesión el perdón de nuestras faltas de fe, esperanza y caridad. Qué Dios nos conceda un amor sincero a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres, a los que sufren y a los necesitados. Bendice copiosamente a nuestras familias y a nuestra Iglesia, que camina junto a ti con esperanza, para crecer en la comunión y ser enviados a la misión evangelizadora. ¡Oh Santa María del Lledó! Tú que eres de l’amor nostre, Senyora, escucha la oración de tus hijos que te aclaman como Madre, Reina y Patrona. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

10 de abril de 2023/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 9 de abril de 2023

(Hch 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)

Cristo ha resucitado

1. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, Aleluya! Es la Pascua de resurrección: “el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Hoy el Señor resucitado nos invita a salir de nuestras dudas, a superar nuestros miedos y a confiar en Dios y creer de verdad que Jesús ha resucitado. Dejémonos encontrar por el Resucitado para que avive nuestra fe, esperanza y caridad, para que nuestra alegría pascual sea completa.

En el Credo confesamos que Jesús, después de su crucifixión, muerte y sepultura, “al tercer día resucitó de entre los muertos”. Pero¿lo creemos de verdad? Y ¿qué incidencia tiene en nuestra vida? El evangelio de hoy nos invita, en primer lugar, a dejarnos llevar por la luz de la fe ante el sepulcro vacío de Jesús. Este hecho desconcertó en un primer momento a María Magdalena y a los mismos Apóstoles, Pedro y Juan. María Magdalena quedó sorprendida al ver retirada la losa del sepulcro, y corrió enseguida a comunicar la noticia a Pedro y a Juan: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,1-2). Los dos van corriendo hacia el sepulcro y Pedro, entrando en la tumba, vio “las vendas en el suelo y el sudario…  en un sitio aparte”. Después entró Juan, y “vio y creyó” (Jn 20, 6-7). Sólo Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, “vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos» (Jn 20,8-9). El cuerpo de Jesús ya no estaba en el sepulcro; no porque hubiera sido robado o puesto en otro lugar, sino porque había resucitado. Aquel Jesús a quien habían seguido, vive, porque ha resucitado; en Él ha triunfado la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, el amor de Dios sobre el odio del mundo.

Dios Padre ha librado de la muerte a su Hijo Jesús y lo ha glorificado, resucitándolo de entre los muertos a una vida gloriosa. Su resurrección no es una vuelta a esta vida mortal; su cuerpo pasa a la Vida inmortal y gloriosa de Dios. Su resurrección es el paso -la Pascua- a la Vida de Dios. Y no sólo para sí, sino para todos los que creen en Él. En Cristo resucitado se alumbra la Vida de Dios para toda la humanidad, para cada uno de nosotros. La resurrección de Cristo cambia la historia, es el centro mismo de la historia: en Cristo resucitado queda restaurada toda la creación, toda la humanidad y la misma historia. Cuantos la acogen con fe participan ya de su gloria.

La Resurrección de Cristo: hecho real, sucedido en la historia

2. ¡Cristo ha resucitado! Esta es la gran verdad de nuestra fe cristiana, es la Buena Noticia por antonomasia. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente. Ante quienes niegan la resurrección de Cristo o la ponen en duda hay que afirmar sin titubeos que Jesús ha resucitado verdaderamente. Su resurrección es un acontecimiento que ha sucedido en nuestra historia, aunque supera las coordenadas del tiempo y espacio. El que murió bajo Poncio Pilatos, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre.

La resurrección de Jesús no es fruto de una experiencia mística; no es una historia piadosa o la invención de unos discípulos fracasados. María Magdalena encuentra el sepulcro vacío y piensa que han trasladado a otro lugar el cuerpo inerte de Jesús. Los discípulos de Jesús, salvo el discípulo amado, tuvieron que encontrarse con el Resucitado, comer y beber con Él, para creer. Tomás tuvo que tocar las llagas de sus manos para creer. 

¡Cristo ha resucitado! Esta Buena noticia resuena hoy en medio de nosotros con nueva fuerza. Y nos invita a creer en Dios, que es Amor y Vida; nos invita a creer a Dios, a fiarnos de su Palabra, que nos llega en la cadena ininterrumpida de la tradición de los apóstoles y de los creyentes, en la tradición viva de la fe de la Iglesia; esta día nos exhorta a aceptar la Palabra de Dios y creer personalmente que Jesús de Nazaret, el hijo de Santa María Virgen, muerto y sepultado, ha resucitado de entre los muertos, por cada uno de nosotros. Dejémonos encontrar personalmente por el Resucitado, como los apóstoles. Él sale a nuestro encuentro hoy para que se avive en nosotros la alegria que de sabernos amados siempre por Dios en su Hijo resucitado y así se renueve nuestra esperanza.    

Los bautizados: partícipes ya de la resurrección por el Bautismo

3. Los bautizados participamos ya de la resurrección del Señor. “Habéis resucitado con Cristo” (Col 3, l), nos recuerda San Pablo en su carta a los fieles de Colosas. Por el bautismo renacimos un día a la nueva Vida de los Hijos de Dios: lavados de todo vínculo de pecado, Dios Padre nos acogió amorosamente como a su Hijo y nos hizo partícipes de la nueva Vida resucitada de Jesús. Así hemos quedado para siempre unidos a Dios, y, a la vez, unidos a la familia de Dios. Los bautizados hemos quedado unidos a Cristo, y, por ello, debemos vivir las realidades de arriba (Col 3, l), donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.

Para el cristiano, la vida no puede ser un deambular por este mundo sin saber hacia dónde va. “Somos ciudadanos del cielo” (Ef 2, 6); caminemos hacia el cielo. Aspiraremos “a los bienes de arriba no a los de la tierra” (Col 3, 2).

Por todo ello: Es verdadero cristiano quien se deja encontrar por Cristo, se deja transformar por la Vida nueva del Resucitado y pasa a ser un hombre nuevo. Porque por el bautismo toda nuestra persona y nuestra existencia queda afectada y comprometida. Nuestro bautismo pide una respuesta total de nuestra persona, que implica fe y conversión, es decir, un cambio radical en la forma de pensar, de sentir y de actuar: nuestro bautismo implica seguir a Jesucristo, a su persona y sus caminos, y dejar los caminos de un mundo alejado de Dios.

Creer y celebrar que Cristo ha resucitado implica vivir como Jesús vivió, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10,38); implica vivir como Jesús nos enseñó a vivir. “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). De la fe en la resurrección del Señor surge un hombre nuevo, que no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y vive para él.

Testimoniar la Resurrección del Señor

4. El bautizado se convierte así en testigo de la resurrección. La fe en la resurrección ilumina y transforma su vida, como a los Doce y a Pablo. La fe en la resurrección le hace su testigo para proclamarla con audacia, firmeza y perseverancia. Al verdadero creyente, nada ni nadie le podrá impedir el anuncio de la resurrección de Cristo, Vida para el mundo, pues a todos está destinado. Nada ni nadie lo podrán impedir: ni las amenazas o castigos de las autoridades, ni la increencia o la indiferencia ambiental, ni el desdén de algunos ni la vergüenza de muchos de confesarse cristianos. Es preciso dar testimonio a todos de la fe que ha llegado a nosotros desde los Apóstoles.  No tengamos miedo, no nos avergoncemos de ser cristianos. Cristo ha resucitado y ha sido constituido Señor de la vida: todos estamos llamados a resucitar.

Pascua es el triunfo de la Vida sobre la muerte, del perdón y la reconciliación sobre el odio y la crispación, de la justicia de Dios sobre las injusticias humanas, de la paz sobre la violencia y la guerra. Cristo resucitado es la luz para el mundo y la humanidad  (cf. Jn 1,9; 3, 19). Cristo abre horizontes de esperanza y de eternidad al ser humano. Porque Cristo Jesús ha resucitado sabemos que nuestro destino no es la tumba: Si Cristo ha resucitado, todos nosotros resucitaremos, nos recuerda S. Pablo (1 Cor 6, 14; 2 Cor 4, 14; cf Rom 8,11) y ello fundamenta nuestra esperanza, de modo que podamos vivir con el gozo del Espíritu.

El cristiano orienta hacia Dios las realidades terrenas, con alegría y con esperanza. La caridad de Cristo nos apremia a los bautizados a dar testimonio del Resucitado, Vida para el mundo, ante un ambiente social y político cada vez más crispado y ante una cultura de la muerte que se extiende como una mancha de aceite en nuestra sociedad. Demos testimonio alegre y esperanzado de la dignidad sagrada de toda persona, desde su inicio hasta su muerte natural. Demos testimonio con una vida honesta y honrada. Los santos han fecundado continuamente la historia con la experiencia viva de la Pascua. Vivamos también hoy los cristianos con alegría y fidelidad el misterio pascual difundiendo su fuerza renovadora en todas partes.

Vivamos fielmente nuestra fe en la resurrección; caminemos por el mundo dando a los hombres ‘razón de nuestra fe y de nuestra esperanza’. Con nuestra actitud, con nuestras palabras y con nuestro obrar. Así podremos ser testigos de la resurrección de Jesucristo.

            ¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!    

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL

10 de abril de 2023/0 Comentarios/en Homilías, Homilías 2023, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 8 de abril de 2023

1. “No temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como había dicho” (Mt 28,5). Las mujeres habían acudido a ver el sepulcro al alborear el primer día de la semana. Habían vivido los acontecimientos trágicos de la pasión y crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado el dolor, la tristeza y el desaliento. Aquella mañana van al lugar donde Jesús había sido enterrado para abrazarlo por última vez. Las empuja el amor. Aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por los caminos de Galilea y Judea hasta al Calvario. En un instante todo cambia. Jesús “no está aquí, ha resucitado como había dicho”. Este anuncio del ángel cambia su tristeza en alegría y corren a anunciarlo a los discípulos.

2. ¡Cristo vive! Aquel, a quien creían muerto, está vivo. La muerte ha dado paso a la vida; a una vida gloriosa para no morir más. La luz de Cristo irradia sobre la faz de la tierra y disipa las tinieblas de la noche, las tinieblas del pecado y de la muerte. Esta es “la noche clara como el día, la noche iluminada por el gozo de Dios”.

Sí, hermanos: Cristo ha resucitado y se ha convertido en Luz y Vida para todos. Él es nuestra esperanza, la esperanza de toda la humanidad. Porque en esta noche, la historia santa de Dios con la humanidad, su designio universal de vida y de salvación, iniciada en la creación y preparada en el Pueblo de Israel, llega a su término en Cristo. “Esta es la noche, en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. La Pascua es una nueva y definitiva creación. En la resurrección de Cristo todo es redimido, todo es recreado, todo se recupera su bondad original, según el designio creador de Dios. Sobre todo el hombre, el hijo pródigo que ha malgastado el bien precioso de su libertad alejándose de Dios por el pecado, recupera su dignidad perdida: ser criatura amada de Dios, hecho a su imagen y semejanza.

¡Qué profundas suenan estas palabras en la noche de Pascua! Y que enorme actualidad tienen para el hombre de hoy; un hombre consciente de sus posibilidades de dominio, pero también un hombre cerrado a Dios y confuso sobre el sentido auténtico de su existencia, porque no sabe ya reconocer las huellas del Creador.

3. ¡Cristo ha resucitado, Aleluya! El dolor y la tristeza del Viernes santo, y el silencio del Sábado santo se convierten en canto de alegría en el Aleluya pascual: una alegría y un canto destinados a avivar nuestra fe en Cristo resucitado y nuestra condición de bautizados.

            Porque en Cristo, primogénito de entre los muertos, hemos resucitado en nuestro bautismo. La victoria de Jesucristo sobre la muerte y sobre el pecado es también nuestra victoria. “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya” (Rom 6, 3-4).

            Hermanos: la victoria de Cristo es nuestra victoria. En Cristo estamos todos. Él es nuestra Cabeza y nosotros somos su Cuerpo. Su sangre ha sido derramada por todos. Y la nueva vida, que surge en la resurrección de Cristo alcanza a todos los bautizados en el bautismo. En Cristo resucitado todos empezamos a participar ya de la vida eterna. Lo que ha sucedido en Cristo, sucederá también en todos que nos hemos incorporado a Cristo.

            Esta es la gran verdad que hoy celebramos: si nuestra vida está unida a la de Cristo, estamos pasando ya de la muerte a la vida, estamos entrando ya en una vida nueva que no conoce la muerte. Lo que sucedió ya, sacramentalmente, en el bautismo – nuestra incorporación a Cristo – tiene que irse realizando día a día, en la fe, en la esperanza y en el amor, iluminando y transfigurando, con la fuerza del Espíritu, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, en la vida diaria, aun en las cosas mas pequeñas.

4. Por ello la Iglesia nos invita esta noche a renovar las promesas bautismales. Renunciemos de corazón a Satanás y a todas sus obras y seducciones para seguir firmemente a Cristo y su camino de salvación. El amor de Dios nos despierta esta noche y nos recuerda el misterio de nuestra propia vida, que se ilumina con nuevo resplandor recordando nuestro bautismo.

Renunciemos, digamos “no” al demonio, a sus obras y a sus seducciones. Quitémonos las ‘viejas vestiduras’ con las que no se puede estar ante Dios. Esta ‘vestiduras viejas’ son, como nos recuerda Pablo en Carta a los Gálatas,las “obras de la carne”. Es decir: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo” (Ga 5,19ss.). Estas son las vestiduras que hemos de dejar: son vestiduras de pecado y de muerte, impropias de todo bautizado.

Revistámonos de la ‘vestiduras’ de Cristo. Confesemos nuestra fe y que esta dé nueva orientación a nuestra vida. Dejemos que Dios nos vista con el vestido de la vida. Pablo llama a estas nuevas “vestiduras” de Dios, “fruto del Espíritu”: Y son: “Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí” (Ga 5, 22). 

5. Sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, perseveremos en nuestra fidelidad a Cristo y proclamemos con valentía que Cristo ha resucitado. Esta noche santa nos invita a anunciar con palabras y con el testimonio de vida el latir del Resucitado. Eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, que corrieron a toda prisa a dar la noticia a los discípulos (cf. Mt 28,8). Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros discípulos.

Vayamos con ellas a anunciar la noticia de la resurrección del Señor. Vayamos a todos esos lugares donde parece que el sepulcro tiene la última palabra, y donde parece que la muerte es la única solución. Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos corazones que han sepultado la esperanza, que han sepultado el sentido de la vida y que han sepultado la dignidad del ser humano.

            Que María, testigo gozoso de la Resurrección, nos ayude a todos a caminar “en una vida nueva” y que como María Magdalena y la otra Maria anunciemos con alegría que Cristo ha resucitado. Aleluya. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Misa Crismal

3 de abril de 2023/1 Comentario/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

Castellón, S. I. Concatedral, 3 de abril de 2023

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(Is 61,1-3ª.6ª.8b-9; Sal 88; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en nuestros Señor Jesucristo!

1. Os saludo de corazón a todos -sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas y fieles laicos-, que habéis venido de toda la Diócesis hasta esta Concatedral de Santa María para la Misa Crismal. Agradezco vuestra presencia y a todos os deseo la «gracia y la paz de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir (Apoc. 1,5, 8).

2. Recién comenzada la Semana Santa, en el marco de estos días santos, celebramos un año más la Misa Crismal; en ella el Pueblo de Dios, que peregrina en Segorbe-Castellón, se reúne en torno su obispo, padre y pastor, para la consagración del Santo Crisma y la bendición de los óleos de los catecúmenos y de los enfermos.

En esta celebración está representada toda nuestra Iglesia diocesana en sus distintas vocaciones, ministerios y carismas; todos formamos está porción del Pueblo de Dios, referidos los unos a los otros, con vocaciones, carismas y ministerios distintos pero complementarios: cada uno con su nombre, con su don y con sus talentos, a cada uno Dios le ha asignado una preciosa tarea y un hermoso destino. Esta Santa Misa nos permite experimentar con gozo nuestra pertenencia a esta Iglesia de Segorbe-Castellón. Nuestra Iglesia diocesana es un don de Dios, un pueblo de su propiedad, elegida para ser la morada y presencia de Dios en medio de nuestro pueblo y llamada a crecer en comunión con Dios y con los hombres para caminar juntos, sinodalmente, y salir a la misión de llevar a todos al encuentro salvador con Cristo. Somos hermanos porque, con el Padre común que nos ha regenerado el bautismo, con el Hermano mayor que nos ha redimido y con el Espíritu Santo que nos santifica, formamos esta familia de los hijos de Dios, puesta como levadura de Evangelio en la masa de la historia humana para que a todos llegue la Salvación.

En esta Misa, además de consagrar el Crisma y bendecir los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, cercano ya el Jueves Santo, los sacerdotes renovaremos las promesas sacerdotales recordando el día de nuestra ordenación y unción sacerdotal por el santo Crisma. Personalmente vivo con especial intensidad cada Misa Crismal. ¿Por qué? Porque es la Misa que el Obispo celebra con el Pueblo de Dios que le ha sido encomendado  y en la que se manifiesta públicamente la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo (PO 7). Hoy doy gracias a Dios una vez más por todos vosotros, queridos sacerdotes y por nuestro presbiterio. Doy gracias a Dios por vuestro trabajo diario, con reconocimientos, pero con tantas incomprensiones y dificultades. Estos días habéis venido a mi mente y a mi corazón con vuestro rostro concreto; ante el Señor he pensado en vuestros posibles estados de ánimo: en unos serán de alegría y de ardor misionero y en otros tal vez de dolor pastoral o de cansancio, de desaliento o quizá de desconcierto en la tarea.

3. En verdad: vivimos tiempos recios para nuestra misión pastoral. Nos toca ejercer el ministerio en un contexto de indiferencia religiosa y de alejamiento de muchos bautizados de la Iglesia, en medio de una ‘cultura’ caracterizada por el ‘silencio social sobre Dios’, por la pérdida de Dios en el horizonte de la vida de los hombres y por  una  secularización creciente. A medida que avanzan los años hacemos la experiencia de la propia debilidad, corremos el riesgo de sentirnos funcionarios de lo sagrado, sentimos  la atracción del poder y de la riqueza en una sociedad consumista, experimentamos la dificultad de vivir el celibato en un mundo pansexualizado o nos relajamos en la entrega total al propio ministerio. Pero estos y otros retos y dificultades en el ejercicio del ministerio pueden convertirse en condiciones para nuestra renovación, si los vivimos desde su fuente. Conviene que no olvidemos nunca nuestra historia personal. Es una historia de amor de predilección de Dios con cada uno de nosotros. 

De ella aprendemos que la gracia divina nunca se extingue y que el Espíritu Santo continúa obrando en nuestra realidad actual con generosidad. Fiémonos siempre de Él y de su presencia en nuestra vida. El papa Francisco nos dice que “para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque ‘él viene en ayuda de nuestra debilidad’ (Rom 8, 26)” (EG 280).

Fijemos, pues, esta mañana nuestros ojos, nuestra mirada, en Jesús como sus paisanos en la sinagoga de Nazaret aquel día: Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, el que es, el que era y el que ha de venir: el todopoderoso:Él está y camina con nosotros (cf. Ap 1, 5-6). ¡Abramos una vez más nuestro corazón a Cristo! ¡Dejémonos encontrar por Él y su palabra, por su amor de predilección! Él es la verdadera fuente de nuestra  alegría y de nuestra renovación. Hagamos memoria y descubramos la acción generosa del Espíritu Santo en el pasado y en el presente de nuestra Iglesia diocesana, de nuestras comunidades y de cada uno de nosotros. Con estas actitudes, detengámonos unos momentos en la Palabra que acabamos de proclamar.

4. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (Lc 4, 18). Estas palabras de Isaías, valen en primer lugar y ante todo para Jesús. El es el Mesías de Dios, el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo. Y desde Él y gracias a Él, estas palabras valen para todos nosotros, los bautizados y confirmados, y valen de un modo especial y por título particular para cada uno de nosotros, sacerdotes y obispo. El crisma, que vamos a consagrar, nos recuerda el misterio de la unción en nuestro bautismo y confirmación, así como en nuestra ordenación sacerdotal; una unción, que marca para siempre la persona y la vida de todo cristiano, una unción que marca para siempre especialmente nuestra persona y nuestra vida de presbíteros y de obispo. Cada uno de nosotros puede afirmar de sí mismo con toda verdad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”.

Queridos sacerdotes: estas palabras nos conciernen de modo directo y especial. Por una unción singular que afecta a todo nuestro ser, hemos quedado configurados con Cristo, Pastor y Cabeza de su Iglesia, el Siervo de Dios. El Espíritu del Señor está en nosotros y con nosotros: es nuestro carisma, el don del Espíritu a cada uno de nosotros: con su aliento y con su fuerza podemos y debemos contar siempre y en todo momento y, sobre todo, en nuestro cansancio, en nuestra debilidad y en nuestro desaliento. Gracias al don del Espíritu en nosotros somos pastores y maestros en nombre del Señor en su Iglesia, renovamos el sacrificio de la redención, preparamos para el banquete pascual, perdonamos los pecados, presidimos al pueblo santo en el amor, lo alimentamos con la Palabra y lo fortalecemos con los sacramentos (cf. Prefacio de la Misa Crismal); gracias al Espíritu en nosotros y tenemos la fuerza para salir por los nuevos caminos que nos pide nuestra misión. ¡Fiémonos de la acción silenciosa, pero real y eficaz del Espíritu Santo en nosotros y a través de nosotros!

Al recordar hoy nuestra ordenación presbiteral queremos renovar, con el frescor y la alegría del primer día, nuestras promesas sacerdotales. Hagamos memoria agradecida del don recibido de Cristo y de la presencia permanente del Espíritu Santo en nosotros. Renovemos nuestro compromiso de amor contraído con Jesucristo y con los hermanos. Reconozcamos la inigualable novedad del ministerio y misión a la que servimos. Somos los ministros de la gracia del Espíritu Santo que Cristo ha enviado al mundo para la sanación y la salvación de todos desde la Cruz. Esta es la fuente de la que surgirá una renovada alegría y un renovado impulso apostólico, el bálsamo que sanará nuestras heridas y la luz que nos guiará en la tarea pastoral. Dios es fiel a su palabra, a su don y a sus promesas. Su Espíritu es la fuerza que nos sustenta y alienta en nuestras luchas y dificultades, ante la tentación de la tibieza, de la mediocridad y del desaliento.

5. La unción y la presencia del Espíritu están íntimamente unidas a nuestra misión. Hemos sido ungidos para ser enviados; en el servicio fiel y entregado a nuestro ministerio encontraremos el camino de la alegría y de nuestro ardor, y también de nuestra santificación.

La misión que Jesús nos ha confiado, queridos sacerdotes, es la de anunciar el Evangelio a los pobres. “El Espíritu del Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres” (Lc 4, 18). La misión de Cristo es evangelizar a los pobres; si nuestra misión es la suya, también nosotros estamos llamados a evangelizar a los pobres. Son muchos los rostros de la pobreza, y no sólo la pobreza material, sino también tantas pobrezas espirituales, como la ausencia de Dios. Este contexto de ausencia, relativización, deformación u olvido del Dios vivo y personal de la tradición cristiana pide de todo presbítero que sea – como exhorta Pablo a Timoteo – ante todo “un hombre de Dios” (1 Tim 6,11), no un “profesional de lo sagrado”. Estamos llamados a ser “signo” de Dios en este mundo secularizado, a ser mistagogos que inician a otros en la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, a ser teólogos para que la experiencia del encuentro no caiga en la subjetividad y el sentimiento, a ser ministros de una santa inquietud, a suscitar preguntas, a despertar grandes deseos ante un hombre contemporáneo que los recortado y empequeñecido. 

Nuestro ministerio, queridos sacerdotes, es un ministerio de amor, de servicio y de entrega a todos, en especial a los más pobres: a los desheredados, a los afligidos y a los abatidos. Hemos de ejercitar nuestro ministerio desde el servicio y desde el amor oblativo que libera y levanta, que sana y da consuelo, que aporta motivos para vivir y para esperar, que reconforta y alegra el espíritu. Seremos guías auténticos de la comunidad cristiana si servimos con generosidad a todos los miembros del Pueblo de Dios, ayudándolos a crecer, saliendo a buscar las ovejas perdidas y desorientadas, y llevando a todos a Jesucristo: a los presentes, a los alejados y a los que nunca oyeron hablar del Dios de Jesucristo.

Ese es el sentido de las promesas que hoy vamos a renovar. Es necesario recordar y testimoniar de modo creíble que sólo Dios en Cristo es la verdadera riqueza que llena de alegría nuestro corazón y de sentido nuestra existencia. En Él está la alegría profunda que este mundo no nos puede dar. El amor entregado a Cristo y la caridad pastoral apasionada  a quienes nos han sido confiados es nuestra respuesta agradecida al don permanente de Dios en nosotros. No nos dejemos llevar por el desaliento. Dejémonos encontrar y renovar por la gracia misericordiosa de Dios y por el Espíritu que habita en nosotros. Hoy queremos recordar y testimoniar ante el Pueblo de Dios que sólo Dios y el ministerio recibido, son la verdadera riqueza que llena de sentido nuestra existencia. 

No quiero terminar sin tener un recuerdo en nuestra oración y afecto a nuestros  sacerdotes ancianos y enfermos, y a los que por el motivo que fuere hoy no están entre nosotros. Al mismo tiempo encomendamos a la misericordia de Dios a los hermanos sacerdotes fallecidos desde la pasada Misa Crismal: Rafael Torres Carot, Manuel Pérez Pérez,  Joan Llidó Herrero, Marcelino Cervera Herrero, Daniel Gil Lindo y José Pascual Font Manzano. Que el Señor les conceda su Paz y su Gloria para siempre.

Y que María, Madre de la Iglesia y de los sacerdotes, nos aliente a todos para ejercer con alegría y fidelidad el ministerio que su Hijo, nos ha encomendado. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en el Domingo de Ramos

3 de abril de 2023/2 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

2 de abril de 2023

(Is 50,4-7; Sal 21; Filp 2,6-11; Mt26, 14-27, 66)

Entramos en la Semana Santa

1. Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor comienza la Semana Santa: un año más nos disponemos a celebrar los misterios santos de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección del Señor.

En la procesión hemos acompañado al Señor con cantos y con palmas en nuestras manos. Hemos revivido lo que sucedió aquel día, en que Jesús, en medio de la multitud que le aclama como Mesías y Rey, entra triunfante en Jerusalén montado en un pollino. Tras la procesión de palmas nos hemos adentrado en la celebración de la Eucaristía, en que se actualiza la pasión y muerte en cruz de Cristo, que hemos proclamado en el relato de la Pasión, este año según San Mateo. 

La Palabra de Dios fija nuestra atención en Aquel que va a ser el centro de cuanto vamos a celebrar en estos días santos. Cristo Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, fiel a la voluntad del Padre, con total libertad  y por un amor infinito hacia la humanidad, sigue el camino que le llevará a la cruz con el fin de abrirnos las puertas al Amor de Dios y a la Vida divina.

Entrega de Jesús por amor a la humanidad

2. Jesús se entrega libremente a su pasión; no va a la cruz obligado por fuerzas superiores a él, sino por amor obediente a la voluntad del Padre y amor hecho entrega total a la humanidad. “Cristo se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 8). Jesús sabe que ha llegado su hora, y la acepta con la obediencia libre del Hijo y con infinito amor a los hombres. Jesús va a la cruz por nosotros; él lleva nuestros pecados a la cruz, y nuestros pecados le llevan a la cruz: fue triturado por nuestras culpas, nos dice Isaías (cf. Is 53, 5). El proceso y la pasión de Jesús continúan en nuestro mundo; se renueva cada vez que, pecando, rechazamos a Cristo y su amor, y prolongamos así el grito de aquella gente amotinada: “No a éste, sino a Barrabás. ¡Crucifícalo!”.

Al contemplar a Jesús en su pasión, vemos en él los sufrimientos de toda la humanidad. Cristo, aunque no tenía pecado alguno, tomó sobre sí lo que el hombre no podía soportar: la injusticia, las mentiras, las violencias, las guerras, los adulterios, el pecado, el odio, el sufrimiento y, por último, la muerte. En su pasión y muerte, Cristo, el Hijo del hombre humillado y sufriente, Dios acoge, ama y perdona a todos. En la cruz, Dios restablece la comunión con los hombres y de los hombres entre sí, y da de este modo el sentido último a la existencia humana. No somos fruto del azar; somos creaturas del amor de Dios y estamos llamados a su amor. La cruz es el abrazo definitivo de Dios a los hombres. Desde ese abrazo de Cristo en la cruz lo más hondo del misterio del hombre ya no es su muerte, sino la Vida sin fin en el amor de Dios. La cruz ha roto las cadenas de nuestra soledad y de nuestro pecado; la cruz ha destruido el poderío del pecado y de la muerte. Desde la pasión del Hijo de Dios, la pasión del hombre ya no es la hora de la derrota, sino la hora del triunfo: el triunfo del amor infinito de Dios sobre el pecado y sobre la muerte.

La Semana Santa nos invita a acoger este mensaje de la cruz. Al contemplar a Jesús, el Padre quiere que aceptemos seguirlo en su pasión, para que, reconciliados con Dios en Cristo, compartamos con El la resurrección.

La Semana Santa: expresión de fe

3. “Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,9). Estas palabras del apóstol san Pablo expresan nuestra fe: la fe de la Iglesia. La Semana Santa nos sitúa de nuevo ante Cristo, vivo en su Iglesia. El misterio pascual, la pasión, muerte y resurrección, que revivimos durante estos días, es siempre actual. Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona. Nosotros somos hoy contemporáneos del Señor. Y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si lo acogemos y creemos en él o no, si estamos con él o contra él, si somos simples espectadores de su pasión y muerte o, incluso, si le negamos con nuestras palabras, actitudes y comportamientos.

Como cada año, estos días santos quieren conducirnos a la celebración del centro de nuestra fe: Cristo Jesús y su misterio Pascual. Este es el centro de todas las celebraciones de esta Semana Santa, de las litúrgicas, de las procesionales y de las representaciones de la pasión. Pero ¿creemos de verdad en Cristo Jesús y en su obra de Salvación? Y, si es así, ¿ayudamos a otros a acercarse a Jesús para avivar y fortalecer la fe? ¿Ayudamos a nuestros Cofrades a que su participación en los desfiles sea en verdad expresión comunitaria y pública de esa fe? Estas preguntas no son mera retórica, ni consideraciones pías. Tocan el núcleo esencial de nuestra Semana Santa, que con frecuencia queda olvidado, desdibujado o diluido en nuestras procesiones. Vivamos el sentido genuino de nuestra Semana Santa.

Llamada a vivir con fidelidad nuestro ser cristiano

4. En la pasión se pone de relieve la fidelidad de Cristo a Dios Padre y a la humanidad; una fidelidad que está en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y dolorosa. Aprendamos de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del cristiano está en vivir fiel a su condición de cristiano y en su testimonio de la verdad del Evangelio, resistiendo a las corrientes contrarias, a las incomprensiones, a los hostigamientos, a los escarnios y a las mofas. Es el camino que vivió el Nazareno; es el camino de sus discípulos, los cristianos, hoy y siempre.

En su pasión y muerte, Jesús, el Hijo de Dios, nos ha abierto el camino para que todos podamos seguirle, con la certeza de que, por difícil y duro que nos parezca el camino, quien le siga encontrará en Él la Vida y la Salvación. Os invito a vivir estos días acercándonos al Sacramento de la Confesión, para que, purificado nuestro pasado, dejemos que Cristo brille en nosotros.

Exhortación final

5. En estos días santos se hace presente todo lo más grande y profundo que tenemos y creemos los cristianos. ¡Abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo que nos ama! Que nuestra participación en las celebraciones nos adentren en un renovado despertar de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor.

Así se lo pido a María que supo estar al lado de su Hijo Jesucristo. Que Ella, como buena Madre, nos ayude a ser fieles seguidores de su Hijo. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Misa-Funeral por el Papa emérito Benedicto XVI

7 de enero de 2023/1 Comentario/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

S.I. Concatedral de Santa María de Castellón, 7 de enero de 2023

(Sab 4,7-15; Salmo 22; Rom 14, 7-9.10c-12; Jn  21, 15-19)

Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor.

Oración esperanzada y agradecida

1. En los últimos días hemos acompañado con nuestra oración al Papa emérito Benedicto XVI en la última etapa de su vida terrenal y en su muerte. El jueves pasado pudimos unirnos -unos física y la mayoría espiritualmente- a la Misa exequial en plaza de San Pedro en el Vaticano para orar por él. Han sido días de especial intensidad humana y espiritual. Esta mañana, celebramos y ofrecemos el santo Sacrificio de la Misa por su eterno descanso. Nuestro corazón está dolorido y triste por su muerte, pero también lleno de gozosa esperanza y de profunda gratitud.

Cada vez que el Señor nos reúne en torno a la mesa de su altar actualizamos su Pascua, su muerte y resurrección, fuente de vida eterna para “todo aquel que cree y vive en Él”  (cf. Jn 11,26). La celebración de la Pascua del Señor hoy se hace más intensa al hacerlo en la pascua personal del papa emérito. Benedicto XVI ha pasado por el umbral de la muerte a la vida sin fin, ha llegado a la Casa del Padre para el encuentro definitivo con Cristo Resucitado. Así lo esperamos y se lo pedimos fervientemente al Señor para quien le ha servido como su Vicario en la tierra, como Siervo bueno y fiel, y como buen Pastor de su Iglesia con una entrega y un amor admirables.

Sí, hermanos: esta es nuestra firme esperanza, porque el Papa emérito ha sabido vivir con Cristo, muriendo poco a poco con Él, gastando y desgastando su vida para mejor servir a Cristo, a su Iglesia y a la humanidad. A lo largo de sus días, sobre todo desde su elección como Sucesor de Pedro y desde su renuncia al ministerio petrino, hasta el último momento de vida, no vivió para sí mismo, sino que vivió siempre para el Señor. Vivió para el Señor y ha muerto para Él. En la vida y en la muerte ha sido del Señor (cf. Rom 14 7-9). Ha entregado toda su vida al Señor Jesús, muerto y resucitado, al anuncio del Evangelio y al servicio de la humanidad con una fidelidad, coherencia y valentía inquebrantables. A pesar de todas las penalidades e incomprensiones, su vida como sacerdote y teólogo, como obispo y sumo Pontífice ha sido una muestra conmovedora de una fe viva y vivida y de un Sí personal de amor a Jesucristo vivo y en Él a todo ser humano; un Sí afirmado y renovado día a día desde lo más hondo de su ser en la oración, y en la celebración y adoración de la Eucaristía. Sus últimas palabras fueron “Señor, te quiero”. Las mismas palabras de Pedro a Jesús al confiarle el pastoreo de su rebaño. Este amor a Cristo resucitado, vivido con gran intensidad interior y confesado con un valor excepcional ha sido la fuente y el centro de su ministerio y de su vida hasta el final: ¡Un amor humano y sobrenatural a la vez! ¡Un amor cercano y cálido a todos, sin excepción! Con las palabras del libro de la Sabiduría nos atrevemos a decir: “Agradó a Dios, y Dios lo amó” (Sab 4, 9).

Como san Pablo dice de si mismo, así también nosotros podemos afirmar del Papa emérito Benedicto que ha sido un hombre de Dios, un corredor de fondo al servicio de Cristo y de su Iglesia, “un cooperador de la Verdad” y un “humilde trabajador en la Viña del Señor”. Benedicto ha combatido el buen combate, ha concluido su carrera, ha conservado la fe y nos ha confirmado en la fe; por ello confiamos que el Señor, juez justo y misericordioso, le otorgue la corona merecida: el abrazo definitivo y eterno de Cristo resucitado para participar de su gloria para siempre (cf. 2 Tim 4, 7-8).   

Acción de gracias a Dios

2. A nuestra súplica, llena de esperanza, por el Papa emérito, unimos nuestra más sincera acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien. Damos gracias a Dios por el regalo extraordinario de Benedicto XVI para la Iglesia y para la humanidad. Damos gracias por todos los dones que hemos recibido de Dios a través de este gran Papa,  servidor bueno y fiel de Jesucristo, de la Iglesia y del mundo entero, como  sacerdote y teólogo, como obispo y como Papa. Muchas cosas podríamos decir. Me centro en alguna.

Dios nos ha concedido la gracia de un Papa sencillo y humilde, cercano, bueno y sabio, que durante ocho años pastoreó con entrega y sabiduría a la Iglesia Universal. El supo clarificar la identidad y la misión de la Iglesia en tiempos de confusión, buscando siempre la verdad. Y lo hizo hecho con entereza y fortaleza, sin temor a críticas e incomprensiones. El sabía bien que la misión de la Iglesia, su credibilidad y su eficacia salvadora radican en su fidelidad total a Jesucristo y a su Evangelio: desde el amor, sí; pero, también desde la verdad.

Benedicto XVI ha sido un hombre de Dios para llevarnos a Dios en el encuentro personal, transformador y salvador con Cristo. En su primera encíclica, siguiendo las palabras del apóstol san Juan, nos recordó que Dios es Amor, que se ha encarnado en Jesús de Nazaret para hacernos partícipes del amor y la vida divina. Este es el corazón de la fe cristiana y la opción fundamental de todo cristiano: creer en la primacía de Dios y en el amor de Dios por cada una de sus creaturas. Él nos ha dejado escrito: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, [Jesucristo resucitado] que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Como ‘cooperador de la verdad, este es el mensaje de Benedicto a todos cristiano: no sigas una teoría sobre la verdad o sobre la ética, sino sigue al Señor que es “el camino, la verdad y la vida”.

 Como hombre de Dios supo hablar sobre Dios,, sobre Jesucristo y sobre el ser humano, la historia y el mundo con profundidad, claridad y sencillez: a alumnos e intelectuales, a niños, jóvenes y mayores, a seminaristas, sacerdotes y consagrados, a políticos y personas de la cultura en diálogo con las corrientes del pensamiento mundo actual. Él tuvo la maestría de hablar de cuestiones complicadas con palabras comprensibles para todos, también incluso para los más sencillos: lo hizo como un gran buen pastor y un gran catequista. Como un hombre de su tiempo, ha ido al encuentro con las personas, las culturas y las instituciones sociales y políticas, las confesiones y religiones. No ha rehuido los problemas más vivos del momento para ofrecer siempre la verdad Dios, de Jesús y el Evangelio de Jesús y de la Vida nueva en el Espíritu Santo.

El Papa emérito ha sido un verdadero maestro y doctor en la fe con sus escritos, nos ha dejado un rico y extenso magisterio. Él nos ha recordado que la Iglesia está llamada a ser santa, limpia de toda suciedad, para poder ser presencia nítida de Cristo resucitado para todos los hombres y para poder ser fermento de vida y de unidad, de perdón y de paz, de justicia y de caridad entre los hombres y los pueblos; una Iglesia que está llamada a vivir desde Jesucristo, su Palabra y la liturgia, la oración y la adoración, en la unidad de la verdad de fe y de vida con un mismo pensar y sentir.

 Con la mirada puesta en Cristo, en quien se revela plenamente el misterio de todo hombre, Benedicto XVI ha sido un defensor incansable de la verdad frente al relativismo y de la dignidad de todo ser humano frente a todo tipo de ideologías. Su fe en el valor siempre actual del Evangelio de Jesús y su amor apasionado por todo lo humano le ha llevado a proclamar sin cesar los derechos inalienables de toda persona, el respeto a la vida humana en cualquier circunstancia de su existencia, las exigencias de la justicia, la primacía del bien común, de la verdad y de la paz, basada en la reconciliación y el perdón.

3. Exhortación final

Damos gracias a Dios por este gran Papa, que nos ha confirmado en la fe con su palabra, su ministerio y su testimonio hasta el final de sus días en este mundo. En su testamento espiritual nos pide permanecer firmes en la fe cristiana, también en la dificultad. Este es su último legado. Él nos ha alertado a los cristianos ante el cansancio de la fe cristiana o la apostasía silenciosa de la fe en occidente, con estas palabras: “No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”. Permanezcamos firmes en la fe. Vivamos con alegría nuestra condición de cristianos. Ayudemos a otros bautizados a recuperar el gozo de serlo. Invitemos a los no bautizados a dejarse encontrar personalmente por Cristo.

Nuestra acción de gracias y las plegarias de toda nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón se unen a las de la Iglesia Universal para que la esperanza de la Gloria se haga realidad para nuestro querido Papa emérito. ¡Qué el Señor Resucitado, acoja a su siervo fiel y solícito por toda la eternidad en la asamblea de los Ángeles y de los Santos! Así se lo confiamos a María, Madre del Señor y Madre nuestra, que le ha guiado cada día y le guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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#CartaDelObispo #MayoMesDeMaria

💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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Fallece el Rvdo. D. Miguel Antolí Guarch - Obispado Segorbe-Castellón

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El Reverendo D. Miguel Antolí Guarch falleció esta pasada noche a los 91 años, tras una vida marcada por su profundo amor a Dios, su vocación sacerdotal y su
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