La Diócesis de Segorbe-Castellón ha colaborado en el estudio de la restauración y publicación del retablo bordado de El Burgo de Osma (siglo XV), ubicado en el Art Institute of Chicago (EEUU).
El retablo de Don Pedro de Montoya, obispo de Osma (1453-1474), es el mayor ejemplo de retablo gótico bordado conservado en España. Custodiado actualmente en la colección del Art Institute of Chicago, el retablo se sometió a un dilatado proceso de conservación, restauración y documentación técnica en el Abegg-Stiftung, museo y centro de restauración de textiles antiguos situado en Suiza. A esto le siguió un taller internacional que se centró en el concepto y la técnica del retablo, así como en su contexto histórico y artístico.
Los ensayos de los especialistas sitúan esta obra maestra de un donante ambicioso en el medio artístico de la Castilla del siglo XV, participando la Delegación diocesana de Patrimonio en la documentación y comparativa de la obra con otras piezas del arte del bordado en la Corona de Aragón, en la Catedral de Segorbe y de la Cartuja de Valldecrist.
En los primeros siglos, el sacramento del bautismo, por el que el individuo entraba a formar parte de la comunidad cristiana, del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, se administraba sumergiendo al candidato en una pequeña piscina con el agua purificadora. Una costumbre que, anteriormente, también había practicado la secta judía de los esenios, con frecuentes abluciones rituales para el perdón de los pecados.
El ritual bautismal, del griego «baptos», que significa lavar o sumergir, trajo consigo cambios en la creciente población cristiana tardorromana: «Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó del poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. El agua aquí representa la muerte y resurrección hacia una nueva vida» (Romanos 6, 4). Una práctica litúrgica del sacramento que fue evolucionando desde la construcción de baptisterios con piscina de inmersión, los ejemplos más antiguos, hasta la creación de pilas bautismales de bulto redondo, en un largo proceso que vino a abarcar toda la época visigoda en la antigua Hispania, del siglo V (ca. 480) hasta el siglo VIII de nuestra era, con una invasión musulmana, a partir del año 711, que constituye el fin de la Antigüedad, propiamente dicha, en nuestras tierras.
El papel del bautismo resultó ser clave en la Hispania Visigoda, no sólo en el asentamiento de la autoridad episcopal sobre su clero y rebaño a través de la bendición del crisma, sino en la estabilización de la Iglesia y del propio Estado, sobre todo a partir del reinado de Leovigildo (568-586), tras un tiempo de luchas internas de las élites y entre las múltiples identidades religiosas que habían conllevado, hasta ese momento, un reino inestable y fracturado. El bautismo se convirtió en la clave de un programa de asimilación, cohesión y unificación, al igual que en otros reinos cristianos, como el Carolingio, donde los intelectuales de la Corte, con sus reformas, propiciaron el establecimiento del «Imperium Cristianum» en Europa a finales del siglo VIII y principios del IX, consolidando a la sociedad en todos los aspectos.
Hasta ese momento, la evolución de la ceremonia ha ido cambiando mucho desde el Bautismo de Jesús en el Jordán de manos de Juan Bautista, utilizándose primitivamente, en tiempos de persecución, parajes fluviales o marinos; «Juan bautizaba en Enón, junto a Salim, porque había muchas aguas, y venían y eran bautizados» (Juan 3, 23). En un principio, como primero de los siete sacramentos de la Iglesia, los primeros cristianos lo recibían en una edad adulta, al entrar a formar parte de la comunidad y del reino de Dios, en un acto público de fe. El ser sumergido en el agua representa la muerte de nuestros pecados anteriores; cuando emergemos de ésta, emprendemos una nueva vida en Cristo:
«Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28, 19).
El valor de este elemento, en un mundo de mayoría pagana de convertidos, fue adquiriendo tanta importancia que acabó condicionando el edificio que la contenía y proporcionando la denominación de Baptisterio a la Iglesia que contenía dicha pila bautismal. El ritual y la inmersión, que recordaba la cultura del agua del mundo de la antigüedad clásica, pronto fue trasladado a los infantes, como transmisión generacional de la fe, sin exclusión de los adultos que deseaban recibir el sacramento. Con el tiempo, por lógica, siendo la mayoría de bautizados niños, se fue imponiendo la pila bautismal a la piscina, en gran parte por una cuestión de practicidad e, incluso, de movilidad. A medida que el bautismo ganaba en trascendencia y ante la imposibilidad de los obispos de hacerse presentes en cada uno de los sacramentos realizados, éstos reforzaron su papel reservándose diversos aspectos de los rituales post-bautismales, como la citada bendición del crisma y la imposición de las dos manos.
Con el Edicto de Milán (313) del emperador Constantino y, posteriormente, con Teodosio (380), la libertad religiosa y la oficialidad de la misma en el imperio, conllevó la posibilidad de un oficio público legal, sin clandestinidad (espacios reservados, secretos o subterráneos-catacumbas), y la primera edificación de los primeros templos, a menudo reconvertidos de paganos a cristianos o de nueva planta, con sus capillas bautismales. En las demarcaciones hispánicas, sobre todo tras la conversión al catolicismo del rey Recaredo y del pueblo Visigodo, antiguamente arrianos, en el III concilio de Toledo (589), se encuentra abundante información sobre este rito especial en los concilios de aquel tiempo, como en el de Elvira (ca. 300), I Toledo (400), Gerona (517), Lérida (546), Braga (561), II Braga (572), III Toledo (589), II Sevilla (619), IV Toledo (633), Mérida (666), XI Toledo (675) y XVII Toledo (694).
La conversión del monarca y, por consiguiente, de todo su pueblo, determinó y unificó el catolicismo hispano y su ritual. San Gregorio Magno (540-604), sugirió a San Leandro (534-596) la realización de una sola inmersión en lugar de tres, simbolizando la unidad de la Santísima Trinidad, tal y como plasmó el santo sevillano en su epístola de 588 y reforzó su hermano, San Isidoro (556-636) en una de sus Etimologías. Esta simplificación también asentaba diferencias con los arrianos, que practicaban la triple inmersión. Si bien el bautismo desempeñó un papel de distinción social en el reino visigodo antes de la conversión en el III Concilio de Toledo (589), éste marcó de manera especial y dio un claro empuje y unificación de la identidad hispana, salvo la población judía, en sus inicios frente a la herejía arriana de las élites visigodas y asentando la ortodoxia católica más antigua de la Iglesia, practicada por los indígenas hispanorromanos. Un testimonio de cómo el Bautismo vino a ser una poderosa arma de integración para una burocracia centralizada en un reino religiosamente dividido y con una fuerte tendencia a una fracturación territorial y luchas internas, como se había apreciado durante el establecimiento del priscilianismo (siglo IV) y el arrianismo (siglo V).
En este sentido, la piscina bautismal de Soneja, del siglo VI, ubicada en una estancia lateral de un templo basilical, sigue las líneas habituales de la época presentes en otras estructuras similares, constando de dos escalinatas -a este y oeste- con tres escalones, para descender y ascender, y «aquarium», presenta una planta redonda, a diferencia de otras conservadas cuadrangulares, rectangulares, octogonales, etc., contando cada una de las formas con una gran simbología cristiana propia, no presentando decoración ornamental alguna, al menos conservada.
Otra cuestión, de muy difícil resolución, es la verdadera presencia en la actual localidad de nuestra actual diócesis de Segorbe-Castellón de un emplazamiento cristiano de primer orden como éste. También desconocemos la existencia de otras piscinas bautismales como la presente, hallada de manera accidental y, podríamos decir «providencial», durante las excavaciones de la ermita de San Francisco Javier (finales del siglo XVII), en un emplazamiento sin culto, desde la invasión árabe (711), durante casi mil años.
¿Había conocimiento entre los antiguos pobladores de su primitivo uso? ¿Era lugar de culto en recuerdo de algún acontecimiento martirial durante las persecuciones o donde se conservaba la reliquia de algún santo de los primeros tiempos del cristianismo en nuestra diócesis? ¿A qué primitivo obispado pertenecía tan importante asentamiento en el lugar fronterizo, junto al río Palancia, entre la diócesis Tarraconense y la Cartaginense? «Todos fuimos bautizados por un solo espíritu para constituir un solo cuerpo, ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres» (I Corintios 12-13).
La única realidad que podemos reflejar es, para todos nosotros los cristianos, la excepcionalidad y singularidad del hallazgo, desconociendo si habría otras piezas similares, incluidas también las pilas, todavía no identificadas ni descubiertas por la arqueología que, dada la problemática y literatura de época sobre la cuestión, como la que hemos expuesto anteriormente, sin duda debieron existir, habiendo más templos donde administrar el sacramento aparte de los conocidos por la investigación. «Quien no nazca del agua y del Espíritu no podrá entra en el reino de Dios» (Juan 3, 5).
Se ha constituido también la comisión técnica de seguimiento de la ejecución de las obras
El Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón, D. Casimiro López Llorente, ha visitado esta mañana el desarrollo de las obras de rehabilitación y restauración del Santuario de Sant Joan de Penyagolosa.
Durante la visita ha estado acompañado por la Consellera de Educación, Cultura y Deporte, Dña. Raquel Tamarit; por el Presidente de la Diputación de Castellón, D. José Martí; por el alcalde de Vistabella, D. Jordi Alcón; así como por representantes de las tres instituciones implicadas.
Cabe recordar que la recuperación y rehabilitación de este conjunto patrimonial, declarado Bien de Interés Cultural y monumento histórico-artístico, está siendo posible gracias al convenio marco de colaboración firmado entre la Conselleria d’Educació, Cultura i Esport, la Diputació Provincial de Castelló y la Diócesis de Segorbe-Castellón en junio del 2021.
El objetivo es dar solución a la necesidad de restaurar y dinamizar todo el conjunto arquitectónico, recuperando y poniendo en valor esta joya patrimonial, religiosa y cultural, lo que permitirá, una vez estén concluidas las obras, favorecer y promocionar la realización de actos de culto, actividades turísticas y culturales, la utilización de la hospedería y la dinamización del conjunto histórico y su entorno natural.
El ritmo de las obras está siendo algo menor al previsto, por motivos principalmente climatológicos, como son los diferentes episodios de lluvias, así como el calor extremo de este verano, que ha imposibilitado -al existir riesgo de incendios de alarma tipo 3- trabajar en el exterior durante 19 días. También se ha visto ligeramente afectada por la crisis de suministros de determinados materiales.
Pese a ello, el Obispo ha explicado que “la obra va a buen ritmo, y ver como se trabaja en todos los espacios ya te da una visión de lo que supondrá en el futuro”. “Para mí ha sido gratificante ver el progreso de estas obras – ha indicado – muy importantes para preservar y recuperar este patrimonio que merece la pena, desde el punto de vista religioso, pero también desde el punto de vista patrimonial, cultural e histórico”.
El DOGV publica la creación de una Comisión Mixta que se constituirá mañana en Valencia.
Presidida por el jefe del Consell y como vicepresidente el Arzobispo de Valencia, establece cinco ámbitos de colaboración: patrimonio cultural, sanidad, educación, asistencia social y justicia.
El Diari Oficial de la Generalitat publica el Decreto que crea la Comisión Mixta de cooperación entre la Generalitat y las tres diócesis de la Comunitat Valenciana (diócesis de València, de Orihuela- Alicante y la de Segorbe-Castellón), además de la Diócesis de Tortosa, en lo que respecta al territorio que está en la Comunitat Valenciana.
Para ello se establece la Comisión como un órgano colegiado que asesorará en materia de protección del patrimonio cultural, enseñanza y educación, asistencia sanitaria en centros hospitalarios así como asistencia social y justicia, en base a la competencia que tiene la Generalitat en estas materias.
El Decreto regula tanto la composición como el funcionamiento de la Comisión Mixta que estará presidida por el jefe del Consell y la vicepresidencia la ocupará el arzobispo de Valencia.
Además, el pleno de la Comisión estará formado por la presidencia, la vicepresidencia y diez vocalías, cinco en representación de la Generalitat que ostentaran los consellers titulares de las consellerias competentes, y cinco en representación de la Iglesia Católica, que serán el Obispo de Orihuela-Alicante, el Obispo de Segorbe-Castellón, el Obispo de Tortosa, el Vicario General-Moderador de la Curia de la Diócesis de Valencia, y un Obispo, sacerdote o laico designado por los Obispos con territorio en la Comunitat Valenciana.
En materia de patrimonio cultural el Decreto recoge que la comisión asesorará a la administración en el establecimiento de cuantos protocolos, procedimientos, metodologías y criterios de actuación coordinada sean necesarios para garantizar la protección, conservación y difusión del Patrimonio Cultural Valenciano, en cuestiones que afecten exclusivamente a bienes de titularidad de la Iglesia Católica, así como el establecimiento de las bases para el uso de estos bienes con carácter científico o artístico, siempre que no afecten al uso cultural y pastoral por el que fueron creados. En este marco de colaboración se podrán proponer planes de intervención conjunta que aseguren la más eficaz protección del Patrimonio Cultural Valenciano.
En materia de educación el objetivo de la Comisión mixta es de asesorar en establecimiento de cuantos protocolos, necesarios para garantizar, en los centros públicos docentes que dependen de la Generalitat, el derecho de los padres y madres, tutores y tutoras, en coherencia con sus convicciones religiosas, reciban la enseñanza de la religion catolica, asi como estudiar y proponer cuantas medidas y acciones sean necesarias para garantizar la enseñanza de la religion catolica en los centros docentes públicos de la Generalitat y dotarlos del profesorado de religión necesario.
En materia de sanidad el decreto establece que la colaboración entre ambas instituciones se centrará en asesorar a la Administración en el establecimiento de cuantos protocolos, procedimientos, que sean necesarios para garantizar la asistencia religiosa a los ciudadanos y ciudadanas que profesen la religión católica y estén internados o internadas en los hospitales públicos valencianos
En materia de asistencia social el objetivo es garantizar la prestación de servicios sociales de las por las instituciones de la Iglesia Católica que los presten en el marco de la ley 3/2019 de servicios sociales inclusivos de la Comunitat.
Por último, en materia de justicia, la comisión servirá para asesorar a la administración para la promoción del derecho a la libertad religiosa y de culto de los individuos y de las comunidades.
Reuniones ordinarias cada seis meses
El Decreto establece que la Comisión se reunirá una vez cada seis meses, con carácter ordinario y, con carácter extraordinario, cuantas veces sea convocada por la presidencia, a iniciativa propia o a propuesta de, al menos, una tercera parte de las vocalías.
Además podrán asistir a las sesiones de la Comisión y de las Comisiones delegadas, con voz, pero sin voto, las personas que la presidencia o la vicepresidencia estimen conveniente por razón de su competencia o conocimiento de los asuntos a tratar, bien sea a título individual o en representación de otras entidades o instituciones.
Para la válida adopción de acuerdos será suficiente la mayoría simple de los miembros asistentes, dirimiendo los empates el voto de calidad de la presidencia.
Además el Decreto también regula la creación de comisiones delegadas, una por cada materia de colaboración, formadas por una presidencia, una vicepresidencia y ocho vocalías, cuatro en representación de la Generalitat y una en representación de la Diócesis. La presidencia recaerá en la persona titular de la conselleria competente por razón de la materia, mientras que la vicepresidencia recaerá en la persona que designe el Arzobispo de Valencia.
Tal y como ha informado el arquitecto diocesano, D. Ángel Albert, avanzan los trabajos de rehabilitación del Santuario de Sant Joan de Penyagolosa, que comenzaron en diciembre del 2021.
El ritmo de las obras está siendo algo menor al previsto, por motivos principalmente climatológicos, como son los diferentes episodios de lluvias, así como el calor extremo de este verano, que ha imposibilitado -al existir riesgo de incendios de alarma tipo 3- trabajar en el exterior durante 19 días. También se ha visto ligeramente afectada por la crisis de suministros de determinados materiales.
Pese a ello, actualmente se está trabajando a fin de concluir con la ejecución de la rehabilitación de la cubierta, antes de que la dureza del invierno dificulte más las operaciones de intervención.
Cabe indicar también, que estas obras de rehabilitación no están afectando al desarrollo normal de las romerías y de las celebraciones religiosas en el Santuario.
La recuperación y rehabilitación de este conjunto patrimonial, declarado Bien de Interés Cultural y monumento histórico-artístico, está siendo posible gracias al convenio marco de colaboración firmado entre la Conselleria d’Educació, Cultura i Esport, la Diputació Provincial de Castelló y la Diócesis de Segorbe-Castellón en junio del 2021. El objetivo es dar solución a la necesidad de restaurar y dinamizar todo el conjunto arquitectónico, recuperando y poniendo en valor esta joya patrimonial, religiosa y cultural.
El primitivo palacio episcopal de Segorbe, desde tiempos bajomedievales, se ubicaba adosado a la muralla de la población, recayente su fachada a la calle San Cristóbal, justo enfrente de la portada principal de la Catedral, con la que se encontraban los transeúntes, al atravesar el Portal de Altura a intramuros (también denominado del Mercado o de la Fruta), uno de los accesos más importantes al recinto urbano, que unía ambos edificios por un pasadizo elevado por encima de su gran arco de luz y flanqueado entonces por dos torres, una de ellas aun visible en el dibujo que adjuntamos recreando la subida a la Seo, antes de atravesar el muro, junto al campanario.
Quedaba oculto al viajero su bello patio interior barroco porticado donde, en la actualidad, se encuentra el acceso al nuevo edificio proyectado y ejecutado a partir de 1956 por el arquitecto Luis Gay -más acorde con las necesidades de la curia, con una infraestructura básica de despachos y oficinas-, correspondiendo a un tramo cerrado en origen por el muro defensivo de la ciudad. Un emplazamiento urbano junto al cual se ubica la actual plazuela del Obispo Gómez de Haedo, donde en la edad media se alzaba el Hospital Mayor de la Seo de Segorbe o de San Miguel, por recoger la capilla del mismo nombre en su interior. El recinto, en su pequeño templo medieval dedicado a este santo arcángel, donde estaba la sede de la cofradía dedicada al mismo, instituida por privilegio del 28 de agosto de 1529, por el duque de Segorbe, Alfonso de Aragón donde, además, existía un altarcillo bajo la advocación a la Santísima Trinidad y una antigua Virgen de los Desamparados que, en 1805, fue llevada a la nueva construcción hospitalaria. Fue este obispo ilustrado el que consumó la pretensión de sus predecesores de clausurar, por insalubre, este antiguo sanatorio de las proximidades del palacio, asumiendo su gestión directa el 5 de noviembre de 1800 y trasladado a un nuevo edificio a las afueras del caserío el 8 de agosto de 1804, junto al convento de los Capuchinos, dotado de todos los avances sanitarios que, de aquel momento histórico, se podía esperar.
El recinto residencial episcopal, tradicional lugar de alojamiento de los grandes personajes en sus estancias en Segorbe, en esencia, resultaba ser más un caserón que un palacio como tal, un lugar bastante humilde en sus inicios, sin grandes elementos constructivos destacables hasta épocas más avanzadas. Sabemos que los obispos Gilabert Martí (1500-1530) y Jofré de Borja (1531-1556), de la conocida familia valenciana de los Borgia, en su derrama personal de actuaciones en sus catedrales, mejoró su habitabilidad en una época en que los ordinarios no solían habitar estos recintos. De este momento, proceden diversos restos de cerámica de Manises con los emblemas episcopales, repartidos hoy en día por museos y múltiples colecciones.
En 1558, en tiempos del obispo agustino Juan de Muñatones (1556-1571), gracias a una permuta de un huerto del obispo junto a la casa de los duques en el Agua Limpia por dos casas junto al Palacio del Prelado, se pudo ampliar el recinto tras el derribo de éstas, sirviendo la reestructuración para convocar diversos sínodos diocesanos, como el de 12 de noviembre de 1611, del obispo Pedro Ginés de Casanova, o el de 18 de mayo de 1644, en tiempos de Diego Serrano (1639-1652).
El obispo Gavaldá lo reparó y amplió a mediados del siglo XVII, llegando incluso a fortificarlo. En su tiempo, haciéndose eco de las pragmáticas del Concilio de Trento, allí trabajaban dos ministros permanentes para la administración de la curia, uno de los cuales ejercía el oficio de Vicario General, tratando los asuntos sacramentales, los casos civiles y penales, así como resolviendo las disputas surgidas en cualquier lugar del obispado en nombre del prelado. Mientras, el otro se ocupaba de las causas testamentarias y de cumplir las voluntades piadosas. Además, según testimonio del propio obispo en la visita «ad limina» de 1656, en el mismo palacio había un archivo para guardar los escritos de la corte y varias celdas para cárcel, para mantener a los acusados de diferentes delitos. También trabajaban allí, periódicamente, otros cinco jueces para las causas eclesiásticas y para examinar a todos los que querían acceder a las órdenes sagradas, administración de sacramentos u obtención de beneficios, con el apoyo de siete capitulares.
Sin embargo, fue el obispo Diego Muñoz Baquerizo (1714-1730), el que fraguó una gran reforma de todo el edificio, gastando grandes cantidades en la reparación y reconstrucción de sus vetustos muros, muy dañados durante los años de la Guerra de Sucesión (1701-1713), reconstruyendo y barroquizando, entre otras actuaciones, el patio interior.
No obstante, sería en tiempos del gran Alonso Cano Nieto (1770-1780) cuando el caserón pasó a poseer, también, una función destacadamente social, al instalarse una Biblioteca Pública en su interior. Un proceso de renovación que debió correr parejo a la reforma de la misma Catedral pues, tras la guerra del francés, en 1820, se pagó al maestro Vicente Marzal, autor del planchado de las puertas de la Seo y de muchos otros edificios religiosos del momento en la zona, por la realización de las nuevas vidrieras del Palacio.
El recordado obispo dominico Domingo Canubio y Alberto(1848-1864), primero en pregonar desde Palacio, en 1854, el dogma de la Inmaculada Concepción en España, allí recogía y acogía personalmente a los enfermos de cólera durante una de las epidemias que, por esos años, azotaban, sin piedad, todos los pueblos de la comarca. También abrió las puertas al recogimiento y atención de los peregrinos, además de abrir una escuela para la enseñanza de niños.
También construyó un nuevo oratorio mayor, bendecido el 22 de diciembre de 1861, donde antes había una amplia galería para transitar de la escalera principal a las estancias del obispo. Entrando por la sala de los Apóstoles, decoró la espaciosa sala, colocando diversas obras procedentes de varios retablos de la Cartuja de Valldecrist y de la propia Catedral, presididos por la santa Cena, obras del pintor Joan Reixach (ca. 1450-1480). En el perímetro colocó bancos fijos y encargó dos grandes lienzos, además de otros pequeños, a José Laffaya, representando a “Jesús bendiciendo a Ios niños” y “Jesús predicando a las turbas”.
Siendo obispo José Luis Montagut (1868-1875), en agosto de 1873, durante los episodios de la tercera Guerra Carlista, el palacio fue uno de los lugares elegidos como por los liberales para atrincherarse, convirtiéndose en un auténtico “fuerte”, resistiendo ante las fuerzas carlistas. En 1885, la epidemia de cólera-morbo puso a prueba la caridad pastoral tanto del obispo diocesano como de sus sacerdotes, y el mismo Palacio Episcopal se convirtió en Hospital a la vez que en el boletín se publicaron las normas para evitar el contagio. El mismo obispo dio ejemplo del modelo de sacerdote que quería para su diócesis, ayudando y visitando en persona a los enfermos e infectados. Renovado en tiempos del obispo Francisco de Asís Aguilar (1880-1899), fue en 1924, con la llegada del obispo fray Luis Amigó (1913-1934) cuando pasó a albergar, en una de sus galerías, el Museo Diocesano.
Un edificio que, pese a la solera de cientos de años de vida, en paralelo con la actividad pastoral de sus obispos, fue derruido junto al arco de la muralla y sustituido por la nueva construcción citada. Reflejo de múltiples reformas y estilos arquitectónicos y decorativos diversos, su estructura fue dañada irremediablemente en sus estructuras y cimientos, física y moralmente, en la guerra civil española. Saqueado y expoliado, fue el último testigo de la detención, martirio y partida hacia la muerte de su obispo Miguel Sucarrats y Serrat (1936-1936), tras sólo dos meses al frente de sus fieles. Pocos años después, aquel anciano faro, referente de la antigua diócesis y testigo de sus siglos de historia tras más de setecientos años, fue abatido definitivamente para la historia, sustituido por un recinto de moderno y funcional diseño, cerrando centurias de vivencias de fe y abriendo, inevitablemente, nuevos episodios del último capítulo de nuestro presente y futuro, de gran esperanza en la Comunión y en la Misión.
Ya han comenzado las obras previstas en el edificio de la Basílica de El Salvador de Burriana, que está catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC) con categoría de Monumento, aunque los trabajos no afectarán a su relación con el entorno, es decir, no alterarán la imagen exterior de la torre ni afectará en ninguna medida al uso del edificio.
La actuación consiste en una reparación de la cubierta, afectada por un estado de conservación deficiente. En concreto, el elemento dañado que conforma la cubierta es una losa de hormigón armado que data de la reconstrucción de la torre que se hizo el siglo pasado, la cual se ha deteriorado a consecuencia de la oxidación de las armaduras por presencia de humedad.
La deficiencia fue detectada hace varios meses, y desde entonces se ha estado trabajando en la redacción del proyecto técnico para poder abordar la intervención, así como en la tramitación de la correspondiente licencia municipal y de autorización en materia de cultura, por tratarse de un bien protegido.
En concreto, la intervención, que ha sido prescrita por los Servicios Técnicos de la Delegación diocesana para el Patrimonio Cultural, consiste en “rehacer la cubierta mediante arcos y pequeñas bóvedas tabicadas de mayor compatibilidad con la naturaleza patrimonial del inmueble”, tal y como declara el arquitecto diocesano y responsable de las obras, D. Ángel Albert.
La actuación cuenta con la autorización autonómica de la Dirección General de Cultura y Patrimonio, desde que el pasado mes de abril emitieran el pertinente informe favorable a la actuación.
Una de las dificultades de la obra radica en la elevación de los materiales por lo que, durante los próximos días, si las condiciones climatológicas lo permiten, se va a trabajar en el izado de los mismos.
La parroquia de la Asunción de Nuestra Señora de Vistabella acogió, los días 13 y 21 de agosto, un taller de canto de la antigua rogativa medieval “O vere deus”, impartido por el profesor D. David Montolío, y en el que ha participado más de un centenar de personas.
El objetivo de dicho taller es evitar la pérdida del canto de la rogativa medieval de Vistabella a Sant Joan de Penyagolosa, un patrimonio inmaterial de enorme valor que plasma a la perfección la fe y la devoción popular de esta población, y que consiste en un canto repetitivo que pide salud, paz y agua del cielo mediante un sencillo y majestuoso texto latino cantado.
Además de ésta, hay otras cuatro rogativas que no se han perdido, las de: les Useres, Puertomingalvo, Xodos y Culla.
Se presentó el pasado sábado, día 20 de agosto, en el teatro Serrano de Segorbe
En su número de agosto de 2022, la revista cultural Yuste publica un artículo sobre los campanarios del Salvador y Santa Bárbara de Zucaina, firmado por D. David Montolío, Doctor en Historia del Arte y miembro de la Delegación diocesana para el Patrimonio Cultural, por D. Ángel Albert, Arquitecto Diocesano, y por Dña. Lucía Perete, Restauradora de Patrimonio.
Concretamente, resaltan las actuaciones llevadas a cabo en ambos monumentos del S. XVII, lo que ha permitido recobrar elementos ornamentales fundamentales de su apariencia que, debido a las circunstancias y dificultades de algunos momentos históricos, no fueron tenidas en cuenta, recuperando el sentido estético y el criterio artístico de unas obras tan importantes.
En el artículo manifiestan que toda intervención en patrimonio histórico realizada desde la Diócesis lleva siempre consigo el «estudio exhaustivo de sus técnicos y el cumplimiento estricto de las leyes de patrimonio valenciano e histórico español, ya que a todas estas supervisiones y estipulaciones debemos someternos como titulares de todos estos antiguos edificios, fruto de la fe del pueblo de Dios de Zucaina durante siglos, cuyo aspecto original documentado por las intervenciones previas a los trabajos, estaba a punto de perderse para siempre y cuya intervención resulta la adecuada para estos casos».
Del antiguo conjunto arquitectónico del convento y colegio de San Pablo y Santo Tomás de Aquino de los Padres Dominicos de Segorbe, extramuros, pero bajo aún bajo la sombra de la muralla de la población y no más lejos del Camino Real que un par de metros, sólo resta lo que fue su templo y diversas dependencias anejas, testimonio de la historia desventurada, del pequeño cenobio, desde sus mismos inicios y transcurrir histórico.
En los primeros años del siglo XVII, tras la traumática expulsión de los moriscos de 1609, el Cabildo de la Catedral se oponía a nuevas fundaciones religiosas en la ciudad. Pese a ello, fue en la noche del 26 al 27 de diciembre de 1612 cuando dos grandes nombres dominicos, el historiador Francisco Diago y Jerónimo N. Cucalón, entraron ocultamente en Segorbe y se instalaron en una casa enfrente del Mercado facilitada por el Concejo, erigiendo el caserón en cenobio, bajo el patronazgo de las advocaciones citadas. Como consecuencia, un pleito con los capitulares de aquel momento, del que salieron airosos de algún modo, gracias al apoyo del duque y el prelado.
Un recinto erigido en Convento en Roma, oficialmente, en 1644, que no iniciaría su construcción como tal hasta la década de 1670-1680, coincidiendo con la presencia en Segorbe de los arquitectos diocesanos del obrador de Juan Pérez Castiel, que erigieron el actual templo y el desaparecido claustro y demás dependencias.
Siendo siempre un convento de pequeña proporción y limitadas rentas, ya fue convertido en cuartel, en 1811, durante la invasión francesa. Se iniciaban insoportables veintiún meses de invasión napoleónica en la ciudad, hasta la evacuación de la ciudad en julio de 1813, en los que perdió, de una manera u otra, todo el patrimonio artístico y documental que poseía. A la vuelta de los religiosos, en mayo de 1814, se encontraron con un expolio completo del edificio y la iglesia, compartimentada en pesebres.
Además, la sillería de coro, órgano, altares y púlpito habían desaparecido. Tras la desamortización de 1836, que afectó al convento y fincas urbanas y rústicas, gracias al obispo Sanz de Palanco (1825-1837), el templo quedó, temporalmente, como iglesia castrense, siendo finalmente adquirido, lo que restaba, por el político Pedro Sánchez Ocaña y convirtiéndose en el séptimo hostal de la ciudad.
En 1922, tras una idea de recuperación del edificio documentado desde el obispo Joaquín Hernández (1866-1868) en su «Proyecto de parroquias en la ciudad de Segorbe», habiendo perdido su fachada original con la ampliación de la carretera general a su paso por Segorbe (cuyas piezas se encuentran dispersas por los dos museos de la ciudad), el recordado prelado capuchino, Luis Amigó Ferrer (1913-1934), compró la rasurada iglesia conventual, restaurando y trasladando allí la parroquia de Santa María de la Catedral que, desde 1876, se emplazaba en la Capilla del Salvador del claustro de la Catedral.
Al todavía hermoso edificio, le dedicamos este humilde espacio de texto y dibujo, como uno de los emblemas espirituales y patrimoniales, a veces poco apreciados, de nuestra ciudad episcopal de Segorbe. Siempre asomado, como un fanal encendido, a la orilla transitada del camino secular y fondo fotográfico inconsciente de muchas instantáneas.
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