«El Campanar de la Catedral de Segorbe. El latido de los sonidos del espíritu»
El campanario de la Catedral de Segorbe, desde bien antiguo, siempre ha suscitado y despertado la admiración de todos los viajeros que hasta la ciudad episcopal llegaban a lo largo de los siglos, así como estudios de referencia [Llorens Raga, 1965]. La panorámica de la ciudad, como en la actualidad, resulta imponente al asociar al núcleo urbano la trama de las poblaciones vecinas, Altura y Geldo, creando una sensación de gran urbe, de magnífica representación simbólica de ciudad ideal, a la manera de la Jerusalén celestial, coronado por sus dos colinas de San Blas y Sopeña y, en medio del paso, conformando la cima de la pirámide visual, la medieval impronta de la torre de la Seo. A sus costados, como buena ciudad episcopal, de clérigos y religiosos, se fueron organizando el resto de edificios con el paso de los años. Franciscanos, jesuitas, dominicos, agustinas, mercedarios, etc., testimonios pasados del monacato local y Tebaida. Grandes edificios por encima de un caserío ceñido por el corsé de las murallas que venían a sacralizar, cual ínsula, todo el espacio civil, también ducal, de la localidad.
Desde sus casi cuarenta metros de altura, fue punto defensivo y atalaya de vigilancia sobre el Camino Real de tiempos del Conquistador, orientando su planta irregular en esviaje, sobre el cercado defensivo, hacia el tránsito diario de trasiego de mercaderías y pasajeros, en tiempo de paz, o hacia los peligros que por ella transitaban, en tiempos de guerra.
Desde el principio de su existencia, dado el carácter inestable de la propia sede en sus primeros momentos, nuestra torre adquirió una apariencia de fortaleza. Su planta trapezoidal, sus bloques de sillería, el medieval aspecto de sus cuerpos más antiguos, con la presencia de aspilleras y troneras para la iluminación del caracol que subía desde el claustro y para, eventualmente y era el caso, defensa de la plaza. Además, con sus toques de campanas y repiques, como torre mayor, marcaba principio y final de volteos generales, de oración, de guerra, cierre de puertas de la muralla, entre otros.
Algunos autores han destacado la gran influencia que tuvo la figura de San Juan de Ribera y su Colegio, así como los prelados «riberistas», en el ámbito religioso valenciano y segorbino, influenciando en la introducción de elementos a la postre trascendentales, como las primeras capillas trasagrario, en la iglesia de San Martín (ca. 1620), la primera cúpula con teja vidriada de la diócesis, en la capilla de Comunión de la Catedral [Montolío-Olucha, 2002], o en la revitalización de las torres campanario con la incorporación de los grandes volteos pues, hasta el momento, las campanas bandeaban u oscilaban a la manera europea o romana; maneras que, en Segorbe, se comenzaron a implantar lenta y progresivamente, para imponerse a finales del siglo XVIII, en tiempos ilustrados [Llop].
El pequeño acceso original de dovelas ojivales, a los pies del primer torreón, se conserva en su ubicación original hacia el interior, mirando al este, en el rincón conformado con el antiguo paramento mural intramuros rico en marcas de cantería [Fababuj, 2006], aproximadamente a la altura y nivel del coro actual, a los pies del templo, por donde cruzaba un gran arco de la muralla hasta la renovación del edificio, a partir de 1791. Oculto por las obras posteriores, que cambiaron la entrada primitiva a unos metros más arriba, desde la calle, todavía puede observarse a los pies de la primitiva estructura descendiendo, no sin cierto peligro, por los antiguos fundamentos y pasadizos de la construcción.
La obra del antiguo campanar parece que se concluyó hacia mediados del siglo XV. Hacia 1439 se presume se colocaba un reloj de sol en su fachada y, hacia 1457, se realizaban obras para la protección de otro, posiblemente mecanizado, que había sido capitulado por la ciudad y el obispo, fue finalmente pagado por el prelado Bartolomé Martí, de la familia Borja, en 1486, con la cantidad de 15 libras [Corbalán, 2016], con la participación de los maestros de obras Bartolomé Tahuengo o «Castellar» y su yerno, un tal «Mestre Martí», acompañados de otros picapedreros de origen vasco, tal como refleja el «Llibre de Fàbrica de la Seu» [ACS, 364]. Según parece, dichas obras no fueron muy satisfactorias. Examinadas por el maestro Figueres, éste dictaminó que las pilastras de dicha edificación, asentadas sobre la bóveda de la torre, amenazaban ruina inminente, pudiendo dañar irremisiblemente el cuerpo de campanas. De esa manera, se le paga a un vizcaíno para derribar lo realizado. La capilla de Santa Bárbara, de gran devoción medieval en Segorbe, con su altar, beneficio y restos de policromía, emplazada en la parte superior del primer cuerpo, citada ya en el cuatrocientos, es buen testimonio de la antigüedad de este primer tramo del edificio; como anécdota, en 1669 se rehacía la campana de Santa Bárbara.
En el Libro de Fábrica de la Seo consta una gran cantidad de dinero de obra ejecutada, seiscientas libras, en la «sumidad» o extremo superior del campanar, en tiempos del obispo agustino Juan de Muñatones (1556-1571), que fue ejecutado en 1567 a cargo de doscientos sesenta y seis sueldos y ocho dineros de Artal de Alagón [ACS, 365. Montolío, 2014].
«Item responde a don Artal de Alagon docientos sesenta y seis sueldos y ocho dineros los quales vendieron y cargaron los administradores de fabrica por precio de seicientas libras que sirvieron para edificar la sumidad de la torre del campanario, consta por auto recibido por Pedro de la Canbra notario en 14 de abril de 1569.»
Es muy probable que todo este ingente gasto se destinase al acondicionamiento del cuerpo de campanas tardo medieval incorporando un posible «remate» o chapitel en su parte alta, quizá una conclusión en piedra piramidal u octogonal con tejado cónico y en su extremo superior sobre la terraza, a la manera de los campanarios realizados posteriormente en Albarracín, Puebla de Valverde o Viver. Una tipología desarrollada a lo largo de la antigua diócesis y territorios limítrofes entre los siglos XVI y XVII bajo la tutela de maestros cántabros y franceses [Montolío, 2024].
No obstante, poco después, constatamos la participación de la torre en diversas tradiciones, como su iluminación con la quema de candelas de pólvora en cazoletas de barro en la víspera o la «enfarolada» de la festividad de San Pedro en 1593 o 1605 [ACS, 365]. Unas luminarias que, con motivos especiales, también solían hacerse, como acontecería en la entrada de las reliquias de San Valeriano o el nacimiento de Luis, hijo del duque de Segorbe, en 1667 [ACS, 315]. La primera mitad del seiscientos vio una acusada intervención arquitectónica en la Seo, cambiándose la puerta de madera de acceso a la escalera de caracol del campanar en 1622, un constante y profuso gasto en el nuevo órgano, campanas y capilla de la Comunión del año 1634 [ACS, 365].

En cuanto al cuerpo superior, actual de campanas, éste se erigió sobre la terraza del anterior, derribando la estructura que en aquel lugar se habría realizado en tiempos del obispo Muñatones. De hecho, la presencia constante en la documentación del arquitecto barroco Mateo Bernia, autor de la portada principal de la Seo (1671) [Montolío-Simón-Albert, 2020], con la que comparte una gran afinidad técnica en el trabajo de cantería y acabados murales, hacen plausible pensar en una posible intervención del maestro en su construcción, hacia 1653-1660 [ACS, 371]. Una documentación de fábrica muy rica, donde son muy habituales los gastos y justificantes relativos al campanario y el mantenimiento de sus campanas desde el siglo XV hasta la actualidad. Es destacable que la campana gótica de las horas, declarada Bien Mueble de Interés Cultural de la Comunidad Valenciana en 2019, fue fundida en 1659, en este tramo cronológico, en el que también encontramos el pago «despertador» al relojero Gabriel Rovira.
Una obra de siglos que se remataría, de alguna manera, con la construcción del chapitel neoclásico, bajo la dirección de Mariano Llisterri, para la campana de las horas, realizado en tiempos del obispo Alonso Cano Nieto, en 1780 [ACS, 372. Montolío, 2021]. La importancia de la cita queda asentada con la redacción de una especie de ceremonial en 1783, donde se detallaba el jornal y las funciones del campanero, así como de la revisión del acceso al mismo [ACS, 597]; ya en 1681, una prefiguración de dichas condiciones las encontramos en la posesión de Esteban Campos del oficio de Campanero de la Catedral. En 1770, un acuerdo capitular venía a determinar cuando se debían realizar los toques en las fiestas de la ciudad [ACS, 595].
En 1913, se nombraba a Andrés Ibáñez Morón campanero, a petición de su progenitor y anterior responsable en el cargo. En 1918, se cambiaba de hora el reloj y se acordaba que los rezos de coro del Cabildo se realizaran según la hora de luz natural. También, poco más tarde, se decidió que los toques se efectuaran según la oficial. En 1921, el Cabildo decidía aislar el campanario del resto de la Catedral, abriendo una entrada aislada propia. Al año siguiente se hacían ensayos de telefonía en el mismo, con previa instalación de cables de cobre. En 1985, la Asociación Amigos de las Campanas, solicitaba al Cabildo poder restaurar los volteos tradicionales en la Catedral, lo cual se concedía, circunstancia que continúa en la actualidad, atendiendo a la conservación de la antigüedad sus toques como bien de interés cultural inmaterial, como fue declarado por Decreto 111/2013 de 1 de agosto, del Consell, junto a los realizados en la iglesia parroquial de Albaida, el campanar de la vila de Castellón de la Plana y la Catedral de Valencia.
Aunque no es este escrito pensado para hablar de las campanas de la Seo, cuya riqueza histórica intentaremos abordar en un futuro, estas son Santa Lucía (1749), Ave María (1918), San José (1790), Santo Ángel Custodio (1964), Virgen de la Esperanza (1941), Inmaculada Concepción (1964), el Señor y San Mauro (1941), Nuestro Señor (1941), campana de los cuartos (1968) y campana de las horas (1659). Ojalá el numero de ellas, gracias al Cabildo Catedral y a los Amigos de las Campanas, vaya aumentando en «peso», conforme a la gran importancia religiosa, histórico, artística y cultural, de un conjunto propio de catedral, bien inmaterial de la humanidad, que ha marcado la vida de la sede y su diócesis durante siglos. El faro de la Seo es el verdadero corazón de la ciudad, mensaje, aviso, plegaria, evocación y recuerdo. Su latido es dilatado, global, cordial, espiritual y acogedor.


D. David Montolio Torán
Dr. Historia del Arte y Ldo. en Geografía e Historia. Miembro de la Delegación Diocesana de Patrimonio Cultural
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