Homilía en el funeral por el Papa Francisco
S.I. Concatedral de Santa María en Castellón, 3 de mayo de 2025
(Sab 4,7-15; Salmo 22; Rom 14, 7-9.10c-12; Jn 21, 15-19)
Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor.
1. El pasado lunes de Pascua, recién comenzada la celebración gozosa de la resurrección del Señor, el papa Francisco era llamado a la Casa del Padre. El Santo Padre vivía su propia pascua, su paso por la muerte al encuentro con el Señor resucitado. La noticia no dejaba de sorprendernos, aunque el Domingo de Pascua pudimos ver la precariedad de su salud. Quizás presintiendo que su vida terrena tocaba a su fin, Francisco quiso impartirnos la bendición pascual Urbi et Orbi e incluso pidió ser bajado a la plaza de San Pedro para despedirse de los fieles.
La noticia de su fallecimiento golpeó nuestro corazón por la separación de alguien tan querido, como el santo Padre. En los últimos días le hemos acompañado con nuestra oración. Y el sábado pasado pudimos unirnos espiritualmente a la Misa exequial en la plaza de San Pedro en el Vaticano. Han sido días de especial intensidad humana y espiritual. Esta mañana celebramos y ofrecemos el santo Sacrificio de la Misa por su eterno descanso. Nuestro corazón está dolorido por su muerte, pero también lleno de gozosa esperanza y de profunda gratitud.
2. Cada vez que celebramos la Santa Misa actualizamos la Pascua del Señor, su muerte y resurrección, fuente de vida eterna para “todo aquel que cree y vive en Él” (cf. Jn 11,26). Hoy la celebramos en la pascua personal del Papa Francisco. Él ha pasado por el umbral de la muerte a la vida sin fin. Ha llegado a la Casa del Padre para el encuentro definitivo con Cristo Resucitado. Así lo creemos y esperamos; y así se lo pedimos fervientemente al Señor para quien le ha servido como su Vicario en la tierra, como siervo bueno y fiel, y como buen Pastor de su Iglesia con una entrega y un amor admirables hasta el último momento.
Sí, hermanos: esta es nuestra firme esperanza, porque el Papa ha sabido vivir con Cristo, muriendo poco a poco con Él, gastando y desgastando su vida para mejor servir a Cristo, a su Iglesia y a la humanidad. Intimidad con el Señor para llevar la cercanía y la misericordia de Dios a aquellos que más lo necesitan: los desfavorecidos y marginados de este mundo, los encarcelados y descartados, los emigrantes y los sin techo. Eso fue la vida de Francisco. A lo largo de su vida como jesuita, como arzobispo de Buenos y como Sucesor de Pedro hasta el último momento de vida, Francisco no vivió para sí mismo, sino que vivió siempre en el Señor para los demás: una espiritualidad que alimentada en su gran devoción al Corazón de Jesús, al que dedicó su última encíclica Dilexit nos. Vivió en el Señor y para el Señor, y ha muerto para Él sirviendo a los más pobres. En la vida y en la muerte ha sido del Señor (cf. Rom 14 7-9). Ha entregado toda su vida al Señor Jesús, al anuncio del Evangelio con palabras y gestos concretos y al servicio de la humanidad con una fidelidad, radicalidad y valentía encomiables.
A pesar de todas las penalidades e incomprensiones, el Papa Francisco ha sido una muestra conmovedora de una fe viva y vivida con gestos concretos de cercanía y de misericordia. Ha sido ejemplo de un amor a Jesucristo vivo y, en Él, a todo ser humano; un amor renovado día a día en sus largas horas de oración y en la celebración de la Eucaristía. Este amor ha sido la fuente y el centro de su ministerio y de su vida.
En el Evangelio hemos escuchado el último encuentro entre Jesús y Pedro. Antes de encomendarle el pastoreo de sus ovejas, Jesús preguntó a Pedro por tres veces: “Simón, ¿me amas?”. Y Pedro respondió: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero” (cf. Jn 21, 15-19). Así habrá sido ahora la pregunta de Jesús al Sucesor de Pedro. Al final de la vida nos examinaran del amor, cantamos en las exequias de difuntos. Así habrá sido el examen de Francisco con su Señor al final de su camino terrenal: si amó y dio su vida por sus ovejas, si dio su tiempo sin reservas, si ofreció sus fuerzas sin cansancio, si acogió y abrazó con ternura y misericordia. Porque lo que hicimos o dejamos de hacer por el prójimo, con Cristo mismo lo hicimos. Con las palabras del libro de la Sabiduría nos atrevemos a decir, que Francisco “agradó a Dios, y Dios lo amó” (Sab 4, 9). Y por ello pedimos al Señor, juez justo y misericordioso, que perdone sus pecados de acción u omisión y le otorgue la corona merecida: el abrazo definitivo y eterno de Cristo resucitado para participar de su gloria para siempre (cf. 2 Tim 4, 7-8).
3. A nuestra súplica, llena de esperanza, por el Papa Francisco, unimos nuestra sincera acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien. Damos gracias a Dios por el regalo extraordinario que ha sido Francisco para la Iglesia y para la humanidad. Damos gracias por todos los dones que hemos recibido de Dios a través de este servidor bueno y fiel de Jesucristo, de la Iglesia y del mundo entero.
Dios nos ha concedido la gracia de un Papa sencillo y cercano que durante doce años pastoreó a la Iglesia Universal con una entrega extraordinaria hasta el último aliento de su vida. Con sus palabras y, sobre todo, con sus gestos nos hizo saber que otro mundo es posible. Francisco quedará en nuestra memoria por sus muchos gestos concretos. Recordemos, entre otros, su visita a la isla de Lampedusa en 2013 con motivo de los fallecidos en pateras ante las costas italianas. Venían huyendo de dictaduras, de guerras fratricidas, de hambrunas y miserias. Vergogna!, fue la palabra que dijo desde la barandilla del barco: Vergogna!, ¡qué vergüenza! Era el primer botón de muestra de su compromiso con cualquier forma de pobreza y sus consecuencias.
Otro gesto fue el que nos ofreció en plena pandemia en 2020, subiendo solo bajo la lluvia por las gradas hasta el estrado en una plaza de San Pedro vacía. Allí se veía a un padre que asumía el dolor de toda la humanidad en aquellos instantes de tremenda incertidumbre, de angustia y de miedo por las consecuencias imprevisibles de aquella situación. Su oración a Dios con los brazos abiertos fue realmente conmovedora, como queriendo abrazar a cada hombre para decirle: no estás solo, no pierdas la confianza, recemos juntos al buen Dios y tengamos esperanza.
Y finalmente recordemos lo acontecido el 8 de diciembre de 2022, en la plaza de España en Roma, en la oración ante la imagen de la Inmaculada. El Papa Francisco se rompió y no pudo seguir leyendo. Comenzó a gemir como un niño y acabó llorando al no poder ofrecer a la Virgen en aquella tarde la paz en Ucrania, como había sido su deseo. No pudo sino dejarlo en las manos de Dios pidiéndole a Maria su intercesión.
Damos gracias a Dios también por su amplio magisterio. Recordemos, entre otros muchos documentos, sus Exhortaciones Apostólicas Evangelii Gaudium, Christus vivit, dirigida a los jóvenes, Gaudete et exultate sobre la llamada de todos a la santidad o Amoris laetitia sobre la alegría del amor humano; o sus encíclicas Laudato si’ sobre la ecología, Fratelli tuti sobre la fraternidad universal y la amistad social o Dilexit nos sobre el corazón de Jesús, verdadera fuente de la espiritualidad de Francisco.
Evangelii Gaudium supuso una entrada de aire fresco en la Iglesia universal en general y en nuestra Iglesia diocesana en particular. En ella nos convocó a todo el Pueblo de Dios a la conversión pastoral y misionera, a convertirnos a Cristo dejándonos purificar de nuestros pecados y abandonando la mundanidad, la acedia, las inercias y perezas en nuestra vida personal y en nuestra acción pastoral. Francisco nos exhortó con fuerza a salir de nosotros mismos y de nuestras iglesias para llevar a Cristo resucitado y la alegría del Evangelio a las periferias geográficas y existenciales. Un legado de reforma que aún está por implementarse entre nosotros. En su deseo de implicar a todos los bautizados en la vida y misión de la Iglesia convocó a toda la Iglesia al sínodo sobre la sinodalidad.
Francisco será recordado como el Papa de la misericordia y de la esperanza por su constante preocupación por abrir las puertas de la Iglesia a todos y llevar el abrazo de Jesucristo y su mensaje de esperanza a todas las gentes, en especial a los que más sufren: los pobres, los descartados, los refugiados, los migrantes en pateras, los encarcelados, los enfermos, los ancianos y las minorías. Francisco fue un hombre de Dios, que supo mostrar la cercanía de Dios a todos, especialmente a los sencillos.
Con la mirada puesta en Cristo, en quien se revela plenamente el misterio de todo hombre, Francisco ha sido un defensor incansable de la dignidad de todo ser humano frente a todo tipo de ideologías. Su fe en el valor siempre actual del Evangelio de Jesús y su amor apasionado por todo lo humano le llevó a proclamar sin cesar los derechos inalienables de toda persona, el respeto a la vida humana en cualquier etapa y circunstancia de su existencia, las exigencias de la justicia, la primacía del bien común, de la verdad y de la paz, basada en la reconciliación y el perdón.
Tender puentes en vez de construir muros fue una nota predominante del pontificado del Papa Francisco. Promovió una cultura del encuentro mediante el diálogo sincero. Y así trabajó por la paz en el mundo, el diálogo ecuménico e intereligioso, la fraternidad universal y la ecología integral. Una vida y doce años de pontificado al servicio de la Iglesia y de la humanidad.
4. Nuestra acción de gracias y las plegarias de nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón se unen a las de la Iglesia Universal para que la esperanza de la Gloria se haga realidad para nuestro querido Papa Francisco. ¡Qué el Señor Resucitado, acoja a su siervo fiel y solícito por toda la eternidad en la asamblea de los Ángeles y de los Santos! Así se lo confiamos a María, Madre del Señor y Madre nuestra, que le ha guiado cada día y le guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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