domingoicuaresma2018

1ª LECTURA

Génesis 9, 8-15

Dios dijo a Noé y a sus hijos:

«Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganado y fieras con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra.

Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra». Y Dios añadió:

«Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra.

Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes».

SALMO

Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9

R. Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu
alianza.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. R.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.

2ª LECTURA

San Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos:

Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios.

Muerto en la carne pero verificado en el Espíritu; en el espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua.

Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.

EVANGELIO

San Marcos 1, 12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.

Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.

Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

COMENTARIO

Empezamos la Cuaresma, y desde el Evangelio de la Misa de hoy podemos ver a Jesús que se adentra en el desierto; lo mismo hizo el Pueblo de Israel. Allí se confiaron los dos a la paternidad de Dios. Y la Cuaresma es una invitación que nos hace el mismo Señor a través de su Iglesia, para que también nosotros podamos hacer la misma experiencia. Porque nuestra conversión tiene que consistir justo en esto, en recuperar la certeza de que somos hijos, o dicho de otro modo, en redescubrir qué es la fe y empezar a vivirla de verdad.

Nadie que se pone ante el Señor con decisión para contrastar con Él su fe, sale perdiendo. Nos puede pasar en no pocas ocasiones que al mirar cómo vivimos, al ver dónde se sostienen las decisiones que tomamos y los sentimientos que se alojan en nuestro interior, descubramos que nuestra fe es más bien un ideario bonachón y teórico que otra cosa. Pero hasta eso se descubre con la luz de la presencia de Dios en nuestras vidas, de modo que no caben acusaciones estériles, porque Dios ilumina no para denunciar sino para que podamos dar el siguiente paso.

Ayuda una imagen, hasta infantil, pero que hace este inicio de la Cuaresma hasta más amable. Dos que se encuentran. Parecen dos sin más. Viejos conocidos. Uno no lo sabe, pero sabe poco; lleva toda la vida sabiendo poco; ¡nosotros! Y el otro, Dios, cariñoso, paciente, siempre dispuesto a darse a conocer, aunque no haya dónde darse, porque al primero le ha bastado con lo más superficial. Pero hay uno que es Padre y no le importa insistir. Porque el otro no sabe que es hijo. Porque no sabe que sabe poco. No sabe que seguirá siendo hijo, porque este Padre ni se aparta, ni se retira. Ni el tiempo le afecta, así que tampoco envejece. Y ofrece siempre una vida. No una idea, ni una exigencia; siempre una vida.

La Cuaresma es un regalo que nos hace Dios. Porque desde el caminar en el tiempo de la Iglesia nos muestra que nos sigue llamando, más aún, nos pone de nuevo delante de nuestra vocación, que es la cosa más preciosa de toda nuestra historia, el sueño de Dios para nosotros, que por caminos distintos -cada uno el suyo- llevan a su casa, a su reino. Porque para eso fuimos creados. Porque de ese modo concreto, el Señor nos lo quiere dar todo.

La Cuaresma es para la Pascua, para la sorpresa -que pone todo patas arriba- de la Resurrección de Jesús. Se la vislumbra en el horizonte que nos pone delante la liturgia de cada uno de estos cuarenta días. Por eso nos podemos poner delante de esta invitación sin miedo. Porque nunca sale perdiendo quien se pone delante del Señor.

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