1ª LECTURA

Zacarías 2, 5-9. 14-15a

Levanté los ojos y vi un hombre que tenía en su mano un cordón de medir. Le pregunté:
«¿Adónde vas?». Me respondió: «A medir Jerusalén para ver cual es su anchura y cuál su longitud».
El mensajero que me hablaba salió y vino otro mensajero a su encuentro. Me dijo: «Vete corriendo y dile al oficial aquel: “Jerusalén será una ciudad abierta a causa de los muchos hombres y animales que habrá en ella; yo la serviré de muralla de fuego alrededor y en ella seré mi gloria”.
«Alégrate y goza, Sión, pues voy a habitar en medio de ti – oráculo del Señor -. Aquel día se asociarán al Señor pueblos, sin número; y ellos serán mi pueblo mío».

Salmo: Jr 31, 10. 11-12ab. 13
R. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.

Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño. R.
Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte».
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor. R.
Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas. R.

EVANGELIO
Lucas 9, 43b-45

En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacia, Jesús dijo a sus discípulos:
«Meteos bien en los oídos estas palabras: al Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.

COMENTARIO

La dos lecturas de este sábado permiten contemplar dos aspectos importantes del misterio de Cristo, que la Iglesia celebra en la Eucaristía a la cual todos nosotros participamos. En el Evangelio encontramos el misterio del sufrimiento: «el Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres». Es un aspecto difícil de aceptar, porque es contrario a los sueños humanos, en los cuales la gloria es vivida sin pena; mientras que Dios glorifica a través de la prueba que tiene la fuerza de transformar al hombre para conducirlo a él.

El aspecto de la gloria en cambio lo encontramos en la primera lectura en el profeta Zacarías, el cual como Ageo, ha predicado la reconstrucción del templo y también la de Jerusalén. El templo se debe reconstruir, pero hace falta construir la ciudad de la cual el templo es el centro, el corazón. Y Zacarías profetiza que Jerusalén será una ciudad muy grande, maravillosa, la ciudad del Señor. «Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella – oráculo del Señor-«. El Señor rodea y está en medio de Jerusalén: su presencia permanece en toda la ciudad, que es la suya. Esta imagen de la nueva Jerusalén se hace realidad en el Nuevo Testamento, de muchas maneras.

A la nueva Jerusalén el profeta dice: «Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti». Esta profecía se cumple de manera especial en María a la que el Ángel ha llevado este anuncio: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». La profecía de Zacarías evoca pues la maternidad divina de María y al mismo tiempo la maternidad humana de aquella que es Madre de la Iglesia, Madre de los fieles. «Aquel día se unirán al Señor numerosos pueblos, y serán pueblo mío, y habitaré en medio de ti». Nosotros somos esta numerosa nación que habitamos la nueva ciudad que Cristo ha construido con su resurrección, la Iglesia, ciudad llena de alegría porque el Señor está en medio de ella.

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