Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). Son las últimas palabras del Señor resucitado a los suyos: los envía “a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra” (Francisco, Evangelii gaudium, 9). La Buena Noticia es para todos; nadie está excluido. Todos los hombres y mujeres son destinatarios del Evangelio.
También hoy Jesús nos dice a cuantos formamos la Iglesia diocesana: “Id y haced discípulos de todos los pueblos”. Su mandato no es facultativo ni optativo. Puede que estemos cansados y desalentados, pero el Señor nos envía de nuevo. Sabemos bien de Quien nos hemos fiado: Él es la esperanza que no defrauda; Él camina con nosotros y nos impulsa con la fuerza del Espíritu Santo. Unidos en Cristo, hemos de salir por los caminos del mundo con una
finalidad bien precisa: Hacer discípulos del Señor mediante el anuncio de Cristo vivo, que lleve al encuentro personal con Él, a la conversión y adhesión a su Persona y su Evangelio, al bautismo y a una vida conforme a lo que Jesús ha enseñado y mandado, para que el Reino de Dios inaugurado por Cristo se vaya extendiendo en el mundo.
Del Congreso Nacional de Laicos hemos asumido, entre otras cosas, los cuatro itinerarios que queremos recorrer en los próximos cuatro años: Primer Anuncio, Acompañamiento, Procesos Formativos y Presencia en la Vida Pública. En su conjunto son expresión del proceso natural de maduración y vivencia de la fe, y cada uno conduce al resto con múltiples conexiones entre ellos. Porque seguir caminando juntos, como Iglesia diocesana sinodal, implica salir de nuestras comodidades para anunciar a Jesucristo, acompañar a los hombres y mujeres de hoy, fortalecer nuestra fe y contribuir al bien común.
Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón