Somos vocación y misión
Queridos diocesanos:
El segundo fin de semana de este mes, más de 3000 personas procedentes de todas la diócesis de España, celebramos en Madrid el Congreso nacional de Vocaciones.
Juntos nos pusimos a la escucha del Señor, para profundizar en la pregunta que el Papa Francisco hace en su Exhortación Christus Vivit (n. 286): “¿Para quién soy yo?”.
Nos preocupa la falta de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, como también al laicado y el matrimonio cristiano. Pero sobre todo nos preocupa que la existencia no se entienda y viva como vocación. Esto ocurre en todos los ámbitos, también en la Iglesia. En efecto, lo que está en crisis hoy es entender la vida como vocación, y con ello la comprensión de lo que somos. El contexto cultural actual propone un modelo de ‘hombre sin vocación’, totalmente autónomo, señor de su vida y existencia, sin apertura ni referencia alguna a Dios, donde cada cual opta o elige un camino según sus propios deseos. También en la mayoría de los casos, el futuro de niños y jóvenes se plantea en nuestra Iglesia sin contar con Dios. La cuestión vocacional es un reto de nuestro tiempo y de nuestra Iglesia.
El Congreso ha mostrado que una mirada y comprensión creyente de la persona nos descubre que todos recibimos de Dios una vocación y una misión. En el libro del Génesis leemos que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza” (Gn 1,27). Dios es amor (1Jn 4,16). Porque Dios es amor y comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Dios nos crea a su imagen y semejanza. Nuestra identidad más profunda es que Dios llama a cada uno a la vida por amor para una existencia plena y dichosa. Este es nuestro origen y nuestro destino en el plan de Dios: somos llamados a la existencia por amor, para amar y ser amados, y llegar así a la plenitud del amor de Dios en vida la eterna. Este es el proyecto de Dios para cada uno. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien de los demás.
La vocación es un don que se recibe y se entrega. Somos vocación y misión. Toda vocación nace en Dios y es una llamada para donarse a los demás. La vocación no es una elección personal basada en intereses propios, sino un don gratuito que se acoge con agradecimiento. Ha de vivirse como una respuesta al amor de Dios y no como conquista personal. Dios llama por amor y su llamada envía a extender el amor. En esencia, la misión no es otra cosa que llenar el mundo de fe, amor y esperanza. Ante la vocación son necesarias tres actitudes fundamentales: acoger con humildad el don gratuito e inmerecido de Dios; agradecer el don como una gracia que transforma la vida; y entregar el don, convirtiéndose en una donación plena al prójimo.
La vocación se descubre en la amistad con Jesús. ”Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,15). La relación de amistad con Cristo es el fundamento de toda vocación cristiana. Esta amistad no solo nos define como cristianos, sino que también transforma nuestra vida y nos impulsa a vivir en comunión de amor con Dios para los demás. Esta amistad se vive especialmente en la oración. Una pastoral vocacional debe centrarse en fomentar la amistad con Cristo y ayudar a cada persona a descubrir su lugar en la comunidad cristiana.
En la Iglesia, la familia de los llamados, hay y conviven diversas vocaciones: sacerdotal, consagrada y matrimonial cada una con su riqueza y especificidad. Los sacerdotes son servidores del pueblo de Dios, mediadores entre Dios y los hombres, llamados a anunciar el Evangelio, celebrar los sacramentos y guiar a la comunidad. Los consagrados son un signo de la trascendencia de Dios, viviendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, y testimoniando la vida eterna. Los laicos son llamados a santificar el mundo en su vida cotidiana, viviendo el Evangelio en el ámbito familiar, laboral y social. Los casados son en su donación mutua signo del misterio del amor de Cristo hacia su Iglesia. Cada vocación contribuye a la misión común de extender el Reino de Dios. Todos hemos sido llamados por el Espíritu a la plenitud de la vida cristiana: la santidad, cada uno según su propia vocación y misión.
El Congreso nacional nos apremia a dar pasos concretos para promover una cultura vocacional y a dar un nuevo impulso a la pastoral vocacional. Esto implica discernir los signos del Espíritu Santo en nuestra vida y comunidad, y asumir el compromiso de fomentar las vocaciones en todas sus formas. Sus retos principales son pedir al Dueño de la mies que suscite nuevas vocaciones, reavivar la conciencia dr ls Iglesia misma es la asamblea de los llamados, vivir gozosamente la propia vocación y fomentar una pastoral con alma vocacional. La misión de cada bautizado es hacer de su vida un signo del amor de Dios para todos.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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