El día 2 de noviembre es el día que la Iglesia Católica dedica a recordar a nuestros difuntos. Este año, desde el equipo de Pastoral del centro junto con el Padre David Oliver, carmelita y profesor de Carmelitas, y el Padre Goyo, párroco de la parroquia Virgen del Carmen, prepararon una celebración por los difuntos carmelitas abierta a toda la comunidad que forma el colegio.
A las seis y media de la tarde, se reunieron profesores, padres, madres y alumnos, feligreses habituales para celebrar una Eucaristía y recordar a aquellos que ya no están.
La celebración empezó con un pequeño gesto. Al entrar a la iglesia, los asistentes pudieron coger una vela y con un rotulador escribir en ella el nombre o los nombres de las personas que querían tener presente. Y, una vez encendidas las velas, estás se depositaron delante del altar.
En la homilía, el Padre David quiso centrarse en cuatro palabras por las que todo aquel que ha sufrido la pérdida de un familiar o ser querido ha pasado o llegará a pasar.
Estas fueron “dolor”, “tristeza”, “esperanza” y “acción de gracias”. Dolor, por la pérdida de aquella persona que tanto hemos querido. Tristeza, por sentirnos solos, abandonados. Pero también Esperanza; Esperanza de saber que hay una luz que no nos abandona, esa luz entre tinieblas es Jesús. Y por último “acción de gracias”; poder dar gracias por lo vivido y aprendido con esa persona que ya no está junto a nosotros.
Fue celebración emotiva para recordar a nuestros difuntos, orar por ellos y celebrar la vida en comunidad.
El día 2 de noviembre es el día que la Iglesia Católica dedica a recordar a nuestros difuntos. Este año, desde el equipo de Pastoral del centro junto con el Padre David Oliver, carmelita y profesor de Carmelitas, han preparado una celebración abierta a toda la comunidad que forma el colegio.
A las cinco de la tarde, se reunieron profesores, padres, madres y alumnos, así como miembros de la Tercera Orden del Carmen y feligreses habituales para celebrar una Eucaristía y recordar a aquellos que ya no están.
La celebración, oficiada por el Padre David, empezó con un pequeño gesto. Al entrar a la capilla, los asistentes pudieron coger una vela y con un rotulador escribir en ella el nombre o los nombres de las personas que querían tener presente. Y, una vez encendidas las velas, estás se depositaron delante del altar.
En la homilía, el Padre David quiso centrarse en cuatro palabras por las que todo aquel que ha sufrido la pérdida de un familiar o ser querido ha pasado o llegará a pasar.
Estas han sido “dolor”, “tristeza”, “esperanza” y “acción de gracias”. Dolor, por la pérdida de aquella persona que tanto hemos querido. Tristeza, por sentirnos solos, abandonados. Pero también Esperanza; Esperanza de saber que hay una luz que no nos abandona, esa luz entre tinieblas es Jesús. Y por último “acción de gracias”; poder dar gracias por lo vivido y aprendido con esa persona que ya no está junto a nosotros.
Ha sido una celebración emotiva en la que la capilla se ha quedado pequeña. Una celebración para recordar a nuestros difuntos, orar por ellos y celebrar la vida en comunidad.
Nuestro Obispo, D. Casimiro, nos informaba en su carta del 31 de octubre del pasado año de que «la penitenciaría apostólica ha dado un decreto para favorecer la oración por los difuntos, en las circunstancias actuales del Covid-19, y para poder ganar las indulgencias plenarias para los fieles fallecidos durante todo el mes de noviembre».
También este año, la Penitenciaría Apostólica ha establecido mediante Decreto que, en las circunstancias actuales debidas a la pandemia de «covid-19», las indulgencias plenarias para los fieles fallecidos se prorrogarán durante todo el mes de noviembre.
El texto afirma que la decisión se ha tomado tras haber escuchado “las diversas súplicas recibidas recientemente de varios Sagrados Pastores de la Iglesia, debido al estado de la pandemia continúa”.
La Penitenciaria Apostólica, por tanto, “confirma y extiende para todo el mes de noviembre de 2021 todos los beneficios espirituales ya concedidos el 22 de octubre de 2020”, a través de un decreto similar con el que, también a causa del Cvid-19, se prorrogaron las indulgencias plenarias para los fieles difuntos para todo el mes de noviembre de 2020.
Durante 9 días recorreremos un camino acompañando a quienes han perdido un ser querido, gracias a una Novena que ha organizado D. Daniel Castro, responsable de la Pastoral del Duelo de la Diócesis, «para que puedan elaborar sanamente el duelo y recibir la paz interior que os dará Jesús Resucitado».
Desde hoy, 25 de octubre al 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos; «aunque puede realizarse en cualquier fecha cuando el duelo por un ser querido así lo requiera». Para ello es importante entender nuestro dolor, pues «en el camino del duelo vamos a reflexionar como lo estamos transitando, siguiendo la pedagogía de Jesús Resucitado iremos confrontando el sufrimiento para poder asumirlo, sanarlo, amando en verdad y libertad». Se trata de un proceso que «lleva su tiempo, entonces durante estos nueve días iremos reflexionando y percibiendo si hay algo en nuestro duelo que no esta bien, algo que podamos mejorar, actitudes que podamos cambiar para ir sanando las heridas, porque mas importante que el tiempo que estemos en duelo, es que hacemos con ese tiempo».
Esta Novena está disponible en la aplicación Hozana. Al descargarla en nuestro dispositivo móvil (está disponible tanto en App Store como en Google Play) tendremos acceso a un Itinerario en el que cada día recibirásun texto para meditar, un audio para escuchar y una oración para hacer.
Itinerario
Día 1: Discípulos en duelo
Día 2: Como entender lo sucedido
Día 3: Caminando con Jesús
Día 4: Jesús nos escucha
Día 5: La sana confrontación
Día 6: Sufrimiento
Día 7: Purificar el amor
Día 8: Duelo personal, pero no solo
Día 9: El final del duelo
Oración de la Novena: Oración en el duelo
Padre y Dios nuestro. te bendecimos, te alabamos, te damos gracias: -Porque en Cristo brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección. -Porque Cristo aceptó la muerte para librarnos del morir eterno. -Porque Cristo es la vida de los hombres y la resurrección de los muertos. -Porque Cristo entregó su vida para que todos tuviéramos vida eterna. -Porque la vida de los creyentes no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. Amén.
“Solamente el bien y el amor que sembramos mientras vivimos permanecen”
Como cada año, el 1 y el 2 de noviembre, los cristianos celebramos la festividad de Todos los Santos y la
conmemoración de los Fieles Difuntos.
Por una parte,la primera de ellas es una fiesta en la que tenemos presente a todos los santos, tanto a los que conocemos, porque han sido canonizados y están en los altares, como a los que no conocemos, y que son tantos y tantos cristianos que después de vivir una vida según el Evangelio disfrutan de la felicidad eterna del cielo intercediendo por todos nosotros.
También es un buen día para entrar en la alegría, ya que todos estamos llamados a ser santos, aunque nos pueda parecer imposible, porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió “para ser santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef. 1, 4). Y este es el mensaje que nos da el Papa Francisco en la exhortación apostólica “Gaudete et exsultate” sobre la llamada a la santidad en el mundo actual.
«Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.» (Francisco – “Gaudete et exsultate”)
Y por otra parte, en el día de los Fieles Difuntos todos recordamos de una manera muy especial a aquellos seres queridos que nos han dejado. Son nuestros familiares, amigos, compañeros… Celebrando sus vidas, es el momento de recordar el amor mutuo, lo que vivimos y aprendimos junto a ellos, todo lo
bueno que nos dieron y mostraron, quizás su testimonio de vida nos ha llevado hacia Dios. Y también rezamos por ellos acudiendo a la misericordia divina, sabiendo que la muerte no es el final.
Es normal que junto al recuerdo aflore el dolor, sobre todo si la muerte ha sido reciente. Más si cabe este año a causa de la pandemia que estamos viviendo, por las decenas de miles de fallecidos en tan poco tiempo. Eran nuestros familiares, nuestros amigos, nuestros hermanos de comunidad cristiana, nuestros
vecinos y conocidos. Aunque, incluso en estas circunstancias, nuestra fe nos asegura que la oscuridad, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra.
“La fe nos dice que la muerte no la ha inventado Dios. Dios es el Dios de la vida, es un Dios de vivos y no de muertos. Y así lo ha mostrado resucitando a su Hijo, Jesús.” (D. Casimiro López Llorente, Obispo de Segorbe-Castellón,
en el funeral por los fallecidos en la pandemia)
Rezar a Dios por los difuntos
“Rezar a Dios por los difuntos” es una de las obras de misericordia espirituales que podemos y debemos poner en práctica. Podemos orar por el alma de todos aquellos difuntos que están en el Purgatorio, ya que es una buena obra rezar para que sean libres de sus pecados.
«Pero creyendo firmemente que está reservada una gran recompensa a los que mueren piadosamente, idea santa y piadosa, por eso ofreció el sacrificio por los difuntos, para que Dios les perdonase sus pecados.» (2 Mac. 12, 45-46)
Pero no solo por aquellos que conocemos y amamos y que ya no están entre nosotros, sino también por todas esas almas olvidadas por las que quizás nunca nadie ha rezado una oración por ellas. Es una obra de amor y de misericordia dirigir nuestras oraciones por las personas que tal vez nunca creyeron, o que
nunca nadie les habló del amor de Dios y no pudieron conocer los sacramentos.
Pastoral del Duelo
Daniel Castro, diácono permanente de nuestra diócesis, recibió hace unos meses el encargo del Obispo, D. Casimiro, de preparar una pastoral del duelo, vinculada con la pastoral de la salud.
Se trata de ayudar, desde la fe cristiana, a los enfermos terminales y a sus familiares después de la muerte. Tal y como ha explicado Daniel, “es necesario acercar a Cristo Resucitado a aquellos que se encuentran sufriendo en estas circunstancias, ya que Él es quien les va a dar la paz”.
Y es que el tiempo del duelo requiere de un apoyo familiar, social y psicológico adecuado para ayudar a superar esa etapa, pero también el alivio, el consuelo y la esperanza que aporta la fe, y de ahí la trascendencia del acompañamiento espiritual en todo ese proceso.
“Nuestra civilización moderna trata de suprimir y disimular la muerte, hasta el punto de que cuando llega nadie está preparado, ni tiene tampoco los medios para darle un sentido. La muerte es un misterio, manifiesta la fugacidad de la vida, nos enseña que nuestro orgullo, ira y odio, son sólo vanidad; que no amamos lo suficiente, que no buscamos lo esencial. Pero también nos indica que solamente el bien y el amor que sembramos mientras vivimos permanecen». (Papa Francisco – Audiencia General 18/10/17)
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