1ª LECTURA
Corintios 11, 17-26. 33
Hermanos:
Al prescribiros esto, no puedo alabaros, porque vuestras reuniones causan más daño que provecho.
En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra asamblea hay divisiones entre vosotros; y en parte lo creo; realmente tiene que haber escisiones entre vosotros para que se vea quiénes resisten a la prueba.
Así, cuando os reunís en comunidad, eso no es comer la Cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comer su propia cena y, mientras uno pasa hambre, el otro está borracho.
¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿ O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los que no tienen?
¿Qué queréis que os diga? ¿Que os alabe?
En esto no os alabo.
Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Por ello, hermanos míos, cuando os reunís para comer esperaos unos a otros.
SALMO
Sal 39, 7-8a. 8b-9. 10. 17
R. Proclamad la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios, entonces yo digo: «Aquí estoy». R.
«- Como está escrito en mi libro – para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». R.
He proclamado tu justicia ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes. R.
Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor», los que desean tu salvación. R.
EVANGELIO
Lucas 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente:
«Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro gente y nos ha construido la sinagoga». Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:
«Señor, no te molestes; porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; y a mi criado: “Haz esto”, y lo hace».
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo:
«Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.