10º Aniversario del C.O.F. «Domus Familiae»
HOMILÍA EN 10º ANIVERSARIO DEL COF ‘DOMUS FAMILAE”
DE LA DIÓCESIS DE SEGORBE-CASTELLÓN
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Castellón, Iglesia de Santo Tomás de Villanueva, 5 de noviembre de 2009
(Rom 14,7-12; Sal 26; Lc 15,1-10)
Amados todos en el Señor
El pasado día 29 de octubre nuestro Centro de Orientación Familiar ‘Domus familiae’ cumplía diez años de rica andadura. En efecto, en dicho día del año 1999 era inaugurado oficialmente nuestro Centro en la Diócesis de Segorbe-Castellón por voluntad expresa de mi predecesor en esta sede de Segorbe-Castellón, Mons. Dr. D. Juan Antonio Reig Plá. Y era encomendado a la protección de la Stma. Virgen María, Reina de las Familias, de San Miguel Arcángel y de Santa Faustina Kowalska, co-patronos del Centro, porque el centro está dedicado con la asistencia del Espíritu Santo, a la Devoción de la Divina Misericordia. Cuatro años más tarde, en 2003, el Centro se constituía en la Asociación «Domus Fami1iae», Centro de Orientación Familiar.
Esta tarde celebramos, al cumplirse su 10º Aniversario, el Señor nos convoca en torno a la Mesa de su Palabra y de la Eucaristía para la acción de gracias y para la oración. Con alegría celebramos hoy el 10º Aniversario de la presencia del COF en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Nuestra Iglesia diocesana se une en este día tan significativo para alabar y dar gracias a Dios, fuente y origen de todo bien, por todos los dones recibidos durante estos años. La historia reciente y el presente de nuestra Iglesia son ya impensables sin el COF, sin la dedicación generosa y la entrega permanente de voluntarios y de profesionales en la pastoral del matrimonio, de la familia y de la vida. En vuestro intento de “integrar pedagógicamente la atención somática, psíquica, moral y espiritual de la persona”, empleando como instrumentos de encuentro con el hombre y la mujer, la fe y la razón, habéis ofrecido un servicio a las personas desde el don de la fe.
Durante estos años, el Centro ha ofrecido formación en el campo del matrimonio, de la familia y de la vida a los colaboradores, usuarios y personas dedicadas a la Pastoral Familiar y de la Vida y en la Educación Afectivo-Sexual; el Centro ha ofrecido su apoyo a Escuelas de Padres, Cursos de Formación Prematrimonial, Formación de Monitores en Métodos Naturales de Diagnóstico de la Fertilidad, entre otros. No podemos olvidar tampoco sus servicios a la Vicaría Judicial de la Diócesis en las causas matrimoniales.
Siguiendo la finalidad originaria y siempre en estrecha comunión con nuestra Iglesia y sus pastores habéis sido y sois testigos vivos de amor misericordioso de Dios a cuantos se han acercado a vosotros en demanda de ayuda: novios, esposos, mujeres o familias. Con vuestro servicio atento y lleno de afecto en vosotras toman cuerpo las palabras de Santa Faustina Kowalska: “Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia termina”. Estas palabras son expresión de la espiritualidad que anima y debe animar el COF.
A través del COF, de los voluntarios y de los profesionales, nuestra Iglesia diocesana sale a la búsqueda de la oveja perdida, de la persona herida para sanarla y llevarla al encuentro de Cristo, en quien resplandece el rostro del Dios misericordioso. Gracias porque habéis sabido mostrar a este mundo que sufre, que el único que importa en esta vida es Cristo, porque como cristianos y como Iglesia ‘vivimos para el Señor’, como dice San Pablo en la lectura de hoy: por el Señor y por amor a Él hemos de tener, como el pastor del Evangelio, entrañas de misericordia para con el extraviado o alejado, para con el que sufre, para con el que necesita ayuda, apoyo y orientación. Vuestra atención y servicio se basa en el amor –amor recibido y amor compartido-, siguiendo las huellas de María, que acogió con amor el amor gratuito de Dios, le correspondió con fe y lo compartió con el necesitado.
Gracias damos a Dios y gracias os doy en nombre propio y de nuestra Iglesia a todos los colaboradores del COF. Con vuestra entrega al servicio del enfermo habéis sido testigos vivos de la Misericordia divina, de Jesucristo y del Evangelio del matrimonio, de la familia y de la Vida. Habéis contribuido así a manifestar y realizar entre nosotros el misterio y la misión de la Iglesia; es decir, que nuestra Iglesia sea sacramento del amor de Dios a los hombres en el amor de los cristianos hacia sus hermanos, especialmente hacia los más necesitados. La nueva Evangelización a que nos llama la Iglesia necesita antes de nada testigos vivos del Evangelio, de la Buena Nueva, del Amor de Dios a los hombres. Vosotros nos habéis mostrado que el Evangelio vivido por amor es el mejor camino para llevar a Cristo a los hombres, para que los hombres se abran al amor de Dios manifestado en Cristo y para los hombres dejen que Jesús penetre profundamente en su corazón, transforme su existencia y les salve.
A nuestra acción de gracias, deseo unir nuestra oración por el COF y por todos los que colaboráis de un modo u otro en él. Pidamos al Señor que os mantenga fieles a vuestra identidad eclesial y a la finalidad fundacional.
Bien sabéis, que el COF hunde sus raíces en la ‘misión’ misma de la Iglesia; es el vuestro un servicio que participa de la misión de salvación de los hombres, por las finalidades que persigue y por los resultados que se derivan de su ejercicio para el bien de la sociedad y de la misma comunidad cristiana. (Cfr. FC, nº 75).
Por ello vuestro trabajo debe estar marcado, como la vida de la misma Iglesia, por el servicio al otro, por el testimonio de fe personal, exponiéndose al sufrimiento de ser perseguido o calumniado, por el anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo Resucitado y por la búsqueda de la Comunión con Dios y con el otro en el Amor de Dios. La cima y la fuente de vuestra labor, como labor de Iglesia, será la Eucaristía, actualización del misterio pascual, expresión máxima del amor entregado y misericordioso de Dios por los hombres.
Como dice el reglamento interno del COF, vuestro fin fundamental es no sólo la restauración de la familia utilizando todos los medios humanos necesarios, sino también el acercamiento de las almas a Dios, para que Jesucristo, consuele y conforte a todos los que sufren por tantas dificultades y heridas. En vuestro trabajo habéis de “mostrar con ternura la dignidad y belleza de la persona humana, única criatura del universo visible que Dios ama por sí misma, empleando un lenguaje que hable sobre la verdad y el bien del hombre; habéis de cultivar especialmente la virtud de la esperanza en medio de la tribulación, reforzada expresamente con la oración y el reencuentro con los sacramentos así como habéis de favorecer el perdón y la reconciliación entre los miembros de las familias.
La Palabra de Dios que hemos proclamado ofrece pautas claras para vuestra tarea. “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor: en la vida y en la muerte, somos del Señor” (Rom 14, 8): la vida nueva del cristiano brota de su pertenencia a Cristo, de su seguimiento y de la decisión de estar de su parte, acogiéndole como Señor de nuestros propios días. El señorío de Cristo es un señorío de misericordia, de escucha y de servicio salvífico para todos, al que como Iglesia hemos de servir en todo momento. La necesidad de dar cuentas ante el ‘tribunal de Dios’ es una llamada a mirar con profundidad nuestra propia existencia, para vivir para el Señor y morir para el Señor; Él es el único que puede dar sentido a nuestra vida. Una vida así, una vida vivida enteramente ante el Señor nos induce a superar el prejuicio mediante la acogida de la debilidad.
En el Evangelio de hoy hemos escuchado dos parábolas de la misericordia: “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 10). Así hemos nos dice Jesús. Él es el Salvador, que ha venido para sanar y curar, para perdonar y salvar. El es el pastor que busca a la oveja perdida, el médico que se acerca al enfermo, el sumo sacerdote misericordioso que se compadece y libera al pecador. La salvación de Dios es una salvación integral: abarca al hombre entero, en cuerpo, alma y espíritu. En este mundo el hombre no puede alcanzar la salvación total y perfecta: su vida está sujeta al dolor y a la enfermedad, a la debilidad, al pecado y a la muerte.
Jesucristo es el único Salvador. La salvación de Dios es Jesucristo en persona, a quien el Padre envió al mundo como Salvador del hombre y médico de los cuerpos y de las almas. Durante todos los días de su vida terrena, movido por su misericordia, Jesús curó a muchos enfermos y necesitados de salud, librándolos también de las heridas del pecado (cf. Mt 9, 2-8; Jn 5, 1-14).
El COF está llamado a ser presencia de la Salvación de Dios en Cristo en el mundo del matrimonio, de la familia y de la vida. Dios, amor misericordioso, el amor más grande, sale en Cristo al encuentro de los hombres, sanos y enfermos, justos y pecadores. Vosotros habéis de ser, en cualquier momento y situación, signo de la presencia viva y amorosa de Dios en Cristo, mediadores de su Evangelio del matrimonio y de la vida, y de su obra redentora por la fuerza del Espíritu. Cristo Jesús es el centro, la base y la meta de la vida y la misión del COF. La piedra angular del Centro, como la de toda la Iglesia, es Cristo Jesús: es su rostro el que habéis de mostrar, su evangelio el que habéis de anunciar, y la nueva Vida que nos viene por Él es la que habéis de anunciar y trasmitir a los demás.
La Iglesia mira hoy a la familia con preocupación, pero sobre todo con esperanza. Se trata de un bien muy importante para toda la humanidad, que hoy se encuentra gravemente amenazado. La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor en la que el hombre nace y crece. El clima familiar es básico en el desarrollo de la personalidad y los hábitos de conducta; en ella la persona aprende a ser persona, y se enraízan los criterios y valores que orientan la vida futura.
Miremos a María: ella nos protege y nos guía; ella es la Madre solícita que socorre con amor a sus hijos cuando se hallan en dificultad. María es la ‘reina de las Familias’, que dirige nuestra mirada hacia su Hijo, y como a los novios, nos dice: “Haced lo que os diga”.
Este Aniversario nos invita de nuevo a dirigir nuestra mirada hacia María, para encomendarnos a ella y seguir su estela. Siguiendo su invitación ponemos nuestros ojos en Cristo, escuchamos su palabra y nos sentimos impulsados hacia un renovado testimonio de misericordia, en tantas situaciones de sufrimiento físico y moral del mundo de hoy.
¡Acerquémonos, hermanos, con corazón bien dispuesto a la mesa de la Eucaristía! ¡Acojamos a Cristo, alimento de vida cristiana, fuente de vida y salvación integral, de comunión con Dios y con los hermanos! Él nos fortalece y nos envía a ser testigos de la misericordia divina y de la esperanza que no defrauda. Amén
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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