Con el inicio del mes de julio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el cuidado pastoral de los enfermos: “Oremos para que el sacramento de la Unción de los Enfermos dé a las personas que lo reciben y a sus seres queridos la fuerza del Señor, y se convierta cada vez más para todos en un signo visible de compasión y esperanza.”
Hoy quisiera hablaros del sacramento de la Unción de los enfermos, que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. Antiguamente se le llamaba «Extrema unción», porque se entendía como un consuelo espiritual en la inminencia de la muerte. Hablar, en cambio, de «Unción de los enfermos» nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.
Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que trasluce en la Unción de los enfermos: es la parábola del «buen samaritano», en el Evangelio de Lucas (10, 30-35). Cada vez que celebramos ese sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se hace cercano a quien sufre y está gravemente enfermo, o es anciano. Dice la parábola que el buen samaritano se hace cargo del hombre que sufre, derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en el que bendice el obispo cada año, en la misa crismal del Jueves Santo, precisamente en vista de la Unción de los enfermos. El vino, en cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y se expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, se confía a la persona que sufre a un hotelero, a fin de que pueda seguir cuidando de ella, sin preocuparse por los gastos. Bien, ¿quién es este hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a quienes el Señor Jesús, cada día, confía a quienes tienen aflicciones, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y la salvación.
Este mandato se recalca de manera explícita y precisa en la Carta de Santiago, donde se dice: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con el óleo en el nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá; y si hubiera cometido algún pecado, le será perdonado» (5, 14-15). Se trata, por lo tanto, de una praxis ya en uso en el tiempo de los Apóstoles. Jesús, en efecto, enseñó a sus discípulos a tener su misma predilección por los enfermos y por quienes sufren y les transmitió la capacidad y la tarea de seguir dispensando en su nombre y según su corazón alivio y paz, a través de la gracia especial de ese sacramento. Esto, sin embargo, no nos debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Sino que es la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo y también al anciano, porque cada anciano, cada persona de más de 65 años, puede recibir este sacramento, mediante el cual es Jesús mismo quien se acerca a nosotros.
Pero cuando hay un enfermo muchas veces se piensa: «llamemos al sacerdote para que venga». «No, después trae mala suerte, no le llamemos», o bien «luego se asusta el enfermo». ¿Por qué se piensa esto? Porque existe un poco la idea de que después del sacerdote llega el servicio fúnebre. Y esto no es verdad. El sacerdote viene para ayudar al enfermo o al anciano; por ello es tan importante la visita de los sacerdotes a los enfermos. Es necesario llamar al sacerdote junto al enfermo y decir: «vaya, le dé la unción, bendígale». Es Jesús mismo quien llega para aliviar al enfermo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarle; también para perdonarle los pecados. Y esto es hermoso. No hay que pensar que esto es un tabú, porque es siempre hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos: el sacerdote y quienes están presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad cristiana que, como un único cuerpo nos reúne alrededor de quien sufre y de los familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza, y sosteniéndolos con la oración y el calor fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del hecho de que quien se hace presente en el sacramento es el Señor Jesús mismo, que nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos y nos recuerda que le pertenecemos y que nada —ni siquiera el mal y la muerte—podrá jamás separarnos de Él. ¿Tenemos esta costumbre de llamar al sacerdote para que venga a nuestros enfermos —no digo enfermos de gripe, de tres-cuatro días, sino cuando es una enfermedad seria— y también a nuestros ancianos, y les dé este sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante? ¡Hagámoslo!
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por las familias y matrimonios en crisis por diversos motivos, para que encuentren en el amor de Cristo la fuerza y la gracia que necesitan para seguir viviendo fieles a lo que prometieron el día de su matrimonio”.
El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural poco favorable, cuando no contrario, al verdadero matrimonio y a la familia. Las familias tienen, entre otras cosas, difícil en muchos casos encontrar una vivienda digna o adecuada, conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos. Falta aprecio social por la fidelidad esponsal, por la estabilidad matrimonial o por la natalidad. Estos desafíos, lejos de constituir obstáculos insalvables, se convierten para la familia cristiana y para la Iglesia en una oportunidad nueva; la propia familia puede encontrar en ellos un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y amor que engendra vida y esperanza en la sociedad.[…]
Los matrimonios y las familias necesitáis atención pastoral, necesitáis dedicación y acompañamiento. En muchas de nuestras parroquias es una asignatura pendiente el acompañamiento pastoral específico de los matrimonios y las familias. Pensemos además en el acompañamiento de parejas y familias en crisis, en el apoyo a los que se quedan solos, a las familias pobres, a las familias desestructuradas. Muchas familias necesitan que se les ayude a descubrir en los sufrimientos de la vida el lugar de la presencia de Cristo y de su amor misericordioso. Este Año es una oportunidad para acercarse a las familias, para que no se sientan solas ante las dificultades, para caminar con ellas, escucharlas y emprender iniciativas pastorales que las ayuden a cultivar su amor cotidiano, como su camino hacia la santidad, a la perfección en el amor
Necesitamos además un cambio de mentalidad. Los matrimonios y las familias no son sólo destinatarios de la pastoral sino que estáis llamados a ser sujetos activos de la pastoral familiar. Las familias podéis aportar mucho a toda la sociedad y a la Iglesia, por lo que debéis ser reconocidas e involucradas activamente en la pastoral ordinaria de las parroquias y de la diócesis. Un aspecto importante de este protagonismo de las familias es vuestro ejemplo de vida. Hay muchas familias, de hecho, que viven su fe y su vocación al matrimonio y a la familia de manera ejemplar. Y es muy edificante ver cómo no se rinden y afrontan las dificultades de la vida con profunda alegría, esa alegría que se encuentra en el “corazón” del sacramento del matrimonio y que alimenta toda la existencia de los cónyuges y de sus hijos y padres. Es necesario, por tanto, dar mayor espacio a las familias en la pastoral familiar. Su misma vida es un mensaje de esperanza para todo el mundo y, en especial, para los jóvenes. Como muestran numerosas encuestas realizadas en todo el mundo, el deseo de tener una familia propia sigue siendo hoy en día uno de los mayores sueños que desean realizar los jóvenes. ¡Jóvenes, no tengáis miedo al matrimonio!
Entre todos estamos llamados a generar una cultura de la familia, que recree un verdadero ambiente familiar. Es la misión de la Iglesia hoy. Es vuestra misión, queridas familias: Anunciar la alegría del amor y la belleza del matrimonio y de la familia; generar espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor. La alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia. La fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia y es fuente de alegría y de esperanza para el ser humano y para la sociedad.
Con motivo de la festividad de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio, se celebra en toda la Iglesia el Día del Papa y se realiza la colecta llamada ‘Óbolo de San Pedro’. Por ser el día 29 laborable en nuestra comunidad autónoma, en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón celebraremos ambas cosas el día siguiente,el domingo, 30 de junio.
En este Día estamos invitados a reflexionar sobre el ministerio del Papa y a rezar por su persona e intenciones, especialmente en unos momentos en que se ve sometido a intentos por debilitar o romper la unidad en la fe de la Iglesia. También estamos llamados a contribuir con nuestros donativos a las muchas obras de caridad del Papa en la Iglesia universal.
El Papa es el sucesor de san Pedro. Los Apóstoles, testigos directos de las palabras, vida y obras de Jesús, fueron elegidos y enviados por Él mismo para enseñar y actuar en su nombre, y para ser testigos de su resurrección. Entre los Apóstoles, Pedro tiene un puesto especial por voluntad expresa de Jesús. Pedro fue elegido por Jesús para ser el apoyo firme de la fe de sus discípulos y el fundamento de su Iglesia. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18) y “yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32), le dice Jesús a Pedro. Los Apóstoles reconocieron a Pedro la función de presidencia y de primacía. Después de ascender Jesús al Cielo, Pedro presidía la vida y las actividades de los Doce. Pedro es la piedra firme de la fe de todos los creyentes, sobre la que Jesús construye su Iglesia. El ministerio de Pedro es signo visible de la unidad de la Iglesia y de la verdad evangélica.
Después de anunciar el evangelio en Jerusalén, Pedro va primero a Antioquia y luego a Roma, siendo su primer Obispo. Roma era el centro del mundo conocido. Situarse en Roma era una manera de manifestar la universalidad del Evangelio de Jesús y de impulsar la difusión de la fe cristiana por todo el mundo. Hay testimonios muy antiguos de que todos los Obispos de entonces se sentían vinculados a la tradición apostólica de Roma. La huella de Pedro ha dado a la Iglesia de Roma y a su Obispo el papel de referencia para todas las demás Iglesias, y de ser garantía de la autenticidad de la fe y principio de la unidad católica de la fe y de la vida de todos los cristianos.
El ministerio de Pedro se perpetúa en el Obispo de Roma, hoy en el Papa Francisco. El Santo Padre garantiza la unidad en la fe, en los sacramentos, en la disciplina y en la misión de todos los Obispos y de todas las Iglesias diocesanas. Los cristianos católicos sabemos que nos encontramos dentro de la corriente viva de la fe de los Apóstoles, que arranca del mismo Cristo, si estamos en comunión en la fe con el sucesor de Pedro, con su persona y su doctrina. Esta es la garantía para saber que nuestra fe es auténtica y que pertenecemos a la Iglesia de Jesucristo. Acojamos de corazón y vivamos con fidelidad las enseñanzas del Papa y caminemos por los senderos que él nos va marcando. Nuestra fe ha de ser personal, sí; pero también eclesial, apostólica y en comunión afectiva y efectiva con el Papa.
Como sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra, sus palabras nos confirman en la fe y renuevan nuestra esperanza. Hoy le damos gracias por su ejemplo claro de entrega desinteresada al servicio de la Iglesia y de la humanidad, en especial de los más pobres y desfavorecidos de la tierra. Acojamos cordialmente su llamada insistente a una ‘conversión pastoral y misionera’ de toda nuestra Iglesia, basada en la alegría del encuentro personal y transformador con Cristo vivo.
Oremos por la persona y por el ministerio del Santo Padre, siempre y en especial en este día del Papa. Su misión se ha hecho hoy particularmente difícil. En la primera hora de la Iglesia, cuando Pedro estaba en la cárcel, toda la comunidad oraba por él. Oremos especialmente para que el Señor le conceda el don de sabiduría y el discernimiento necesario para conducir a su Iglesia en estos tiempos de cambio de época; oremos para que el Señor le conceda el don de la fortaleza para que su fe no decaiga y pueda confirmarnos en la fe a todos los creyentes, como encomendó Jesús a Pedro, ante los claros intentos de cisma en la Iglesia.
Seamos generosos en la colecta de este día, llamada ya desde los primeros siglos ‘Óbolo de San Pedro’, para ayudar al Papa en el cumplimiento de su misión universal y en su compromiso con los más pobres de la tierra. Muchísimas gracias.
Nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, ha dirigido una carta a todos los sacerdotes y diocesanos en vísperas del Día del Papa y la colecta del Óbolo de San Pedro, que en nuestra Diócesis tendrá lugar el domingo 30 de junio, a partir de la víspera.
D. Casimiro destaca la importancia de esta jornada, que coincide con la festividad de San Pedro y San Pablo, y llama a la comunidad a tener un especial recuerdo y agradecimiento hacia el Papa Francisco. Este día está dedicado a reconocer y apoyar el ministerio del Santo Padre, sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo en la tierra, subrayando su papel vital en la unidad y misión de la Iglesia.
Enfatiza que la comunión con Francisco es esencial para garantizar la autenticidad de la fe católica y la pertenencia a la Iglesia fundada por Jesucristo. Insta a los fieles a acoger y vivir con fidelidad las enseñanzas del Papa, particularmente en cuestiones de fe y moral, y a seguir sus directrices pastorales.
Para conmemorar este día, exhorta a elevar oraciones especiales en todas las parroquias y templos de la Diócesis “por el Papa Francisco, por su ministerio y por sus intenciones”, junto con la colecta del Óbolo de San Pedro. Este fondo, con una larga tradición en la Iglesia, apoya la labor del Papa en ayuda a los más necesitados del mundo. El Obispo anima a la comunidad a ser generosa en sus donaciones, resaltando las múltiples necesidades que el Papa debe atender.
La jornada servirá como un recordatorio de la importancia del Papa en la vida de la Iglesia y como una oportunidad para que los fieles muestren apoyo a través de la oración y la colecta.
A todo el Pueblo de Dios, que peregrina en Segorbe-Castellón
Queridos sacerdotes y diocesanos todos:
El día 29 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo, se celebra en toda la Iglesia el Día del Papa y se lleva a cabo la colecta llamada ‘Óbolo de San Pedro’. Por ser el día 29 laborable en nuestra comunidad autónoma, en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón celebraremos el Día del Papa y la colecta del Óbolo de San Pedro-, el domingo, 30 de junio, a partir de la víspera.
En esta Jornada estamos llamados a tener un especial recuerdo del Papa Francisco. Es un día para dar gracias a Dios por la persona y el ministerio del Santo Padre, sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo en la tierra, para orar por él y por sus intenciones así como para reforzar nuestra conciencia del papel insustituible que tiene el Papa para la comunión en la fe y en la misión de toda la Iglesia.
El ministerio, que Jesús confió a Pedro, se perpetúa en el Obispo de Roma, hoy en el Papa Francisco. El Santo Padre garantiza la unidad en la fe y en la misión de todas las Iglesias diocesanas, de todos los Obispos y de todos los cristianos. Los católicos sabemos que nos encontramos dentro de la corriente viva de la fe de los Apóstoles, que arranca del mismo Cristo, si estamos en comunión con el sucesor de Pedro, con su persona y con su magisterio, y con sus directrices pastorales. Esta es la garantía para saber que nuestra fe es auténtica, que somos verdaderos discípulos de Jesús y que pertenecemos a la Iglesia fundada por el mismo Jesucristo. Acojamos de corazón y vivamos con fidelidad lo que el Papa enseña en cuestiones de fe y de moral, y caminemos por los senderos que él nos va marcando. Nuestra fe ha de ser personal, sí, pero también eclesial, apostólica y en comunión afectiva y efectiva con el Papa. Él nos llama una y otra ver a la renovación pastoral, para salir a la misión; una renovación que supone una verdadera conversión personal en el encuentro con Cristo para ser evangelizadores con Espíritu.
Por todo ello, dispongo que el domingo 30 de junio, XIII del Tiempo Ordinario, a partir de las vísperas, en todos los templos -parroquiales y no parroquiales– de nuestra Diócesis, se eleven oraciones especiales por el Papa Francisco, por su ministerio y por sus intenciones. Además, en todos estos templos y en todas las Eucaristías ha de llevarse a cabo la colecta del Óbolo de San Pedro, de la que hay testimonios desde muy pronto en la Iglesia. Con nuestra aportación colaboramos la ayuda y compromiso del Papa con los más necesitados del mundo. Por favor, seamos generosos en la colecta; el Papa tiene muchas necesidades que atender; ayudémosle entre todos. ¡Que Dios os lo pague!
Con el inicio del mes de junio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los que huyen de su país: “Oremos para que los migrantes que huyen de las guerras o del hambre, obligados a viajes llenos de peligro y violencia, encuentren aceptación y nuevas oportunidades de vida en sus países de acogida”.
En su discurso a los participantes en un encuentro organizado por la “Fraterna Domus” de Sacrofano, Francisco decía lo siguiente:
La acogida es una expresión del amor, de ese dinamismo de apertura que nos impulsa a poner la atención en el otro, a buscar lo mejor para su vida (cf. FT, 91-94) y que en su pureza está la caridad infundida por Dios. En la medida en que está impregnada por esta actitud de apertura y acogida, una sociedad se vuelve capaz de integrar a todos sus miembros, incluso a aquellos que por diversas razones son “extranjeros existenciales” o “exiliados ocultos”, como a veces, por ejemplo, se encuentran las personas con discapacidad o los ancianos (cf. FT, 97-98). Sobre este aspecto del amor la referencia fundamental es la primera Encíclica de Benedicto XVI Deus caritas est (25 de diciembre de 2005).
El segundo pasaje que os propongo de Fratelli tutti es el número 141. Lo cito completo: «La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana, y esto se prueba especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos benefactores. Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro». Estamos en el capítulo cuarto, titulado «Un corazón abierto al mundo entero», ahí donde se habla de la «gratuidad que acoge» (cf. nn. 139-141). El aspecto de la gratuidad es esencial para generar fraternidad y amistad social. Para vosotros subrayo la última frase: «Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro» (n. 141). La acogida gratuita. A menudo se habla de la aportación que los migrantes dan o pueden dar a las sociedades que los acogen. Esto es verdad y es importante. Pero el criterio fundamental no está en la utilidad de la persona, sino en el valor en sí que esta representa. El otro merece ser acogido no tanto por lo que tiene, o que puede tener, o que puede dar, sino por lo que es.
Siempre me ha llamado la atención, en el Antiguo Testamento, la recurrencia —en los profetas, en los Libros históricos— de las tres personas por las que se debe tener una atención especial: la viuda, el huérfano y el migrante. Y se repite en el Deuteronomio, en el Éxodo —en el Éxodo no tanto, pero en el Deuteronomio— en el Levítico se repite esto: la atención, el cuidado por las viudas, por los migrantes, por los huérfanos. Es recurrente. Por ejemplo: “si tú estás segando, no pases otra vez: lo que se queda ahí, que sobra ahí, déjalo para la viuda, el huérfano, el migrante”. Siempre está esto. Es importante retomar esta tradición de la acogida, del modo de acoger a aquellos que no tienen y que viven una situación difícil.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los padres cristianos, para que fieles a los compromisos que adquirieron en el bautismo de sus hijos, sepan transmitirles la fe y hacer de sus hogares auténticas iglesias domésticas, abiertos generosamente a las necesidades de todos.”
Una familia cristiana es una ‘iglesia doméstica’ (LG 11), o una iglesia en pequeño, como decía San Juan Crisóstomo. Es y vive como una comunidad de fe, de esperanza y de amor; una comunidad donde se comparte, se ama, se trabaja, se crea esperanza, se vive y se transmite la fe. La familia comparte con Dios creador la obra de procrear y educar a los hijos. En ella se vive la comunión entre las personas, al igual que Dios Trino y la Iglesia y hay entrega desinteresada por el otro. Se comparten penas y alegrías. Se comprenden las dificultades, las limitaciones y los esfuerzos de sus miembros; se convive dialogando, comiendo o saliendo juntos.
La familia cristiana escucha la Palabra de Dios, sus miembros oran juntos y juntos participan en la Eucaristía los domingos en su comunidad parroquial, ‘familia de familias’. En la familia se aprende a rezar en los momentos de alegría y de dificultad. Al igual que Jesús y la Iglesia, la familia cristiana anuncia la Buena Nueva: en primer lugar, a sus hijos y a miembros, y luego en su entorno y más allá del mismo. Por eso la familia cristiana también es misionera y siente el deseo anunciar el Evangelio y transmitir el amor de Dios a otras personas. La familia cristiana se pone al servicio de la caridad, especialmente hacia los más necesitados. Cuando el Espíritu de Dios vive en la familia, no se queda ni se cierra en sí misma. Es testimonio de vida con la palabra y el ejemplo.
Los padres sois los primeros educadores y evangelizadores de los hijos. En virtud del sacramento del matrimonio, los padres cristianos sois los primeros responsables de la transmisión de la fe a vuestros hijos mediante el testimonio de vida, mediante la escucha de la Palabra de Dios y la oración en familia, mediante vuestra inserción en la vida de la Iglesia en la propia parroquia y vuestro compromiso en la iniciación cristiana de vuestros hijos. Hablad a vuestros hijos de Dios y de Jesús. Ningún otro anuncio es tan importante para su vida. Introducid a vuestros hijos en su misterio a través de la celebración litúrgica y la oración familiar.
El Papa Francisco se prepara para recibir a niños de todo el mundo en Roma para la primera Jornada Mundial de Niños, que se llevará a cabo los días 25 y 26 de mayo. Este encuentro histórico, destinado a celebrar la infancia como fuente de alegría y esperanza, promete ser un evento lleno de significado y propósito.
El Papa ha enviado un conmovedor mensaje a los niños, destacando la importancia de su papel en la familia humana y en la Iglesia. En su mensaje, dirigió sus palabras a cada niño, individualmente, recordándoles su valor a los ojos de Dios y su papel vital como eslabones de una larga cadena que une el pasado con el futuro.
La primera Jornada Mundial de Niños promete ser un momento de gracia y bendición para todos los participantes, y se espera que inspire un renovado sentido de esperanza y compromiso entre la juventud católica de todo el mundo.
«Eres valioso a mis ojos» (Is. 43,4). Con esta frase comienza el mensaje el Santo Padre y resume el amor incondicional que Dios tiene por cada uno de sus hijos, sin importar su origen, su condición o su situación. Cuando se hizo oficial el anuncio, el pasado mes de diciembre, el Francisco explicó que la Biblia y el Evangelio nos enseñan que Dios nos creó por amor y que Jesús se hizo niño como nosotros para compartir nuestra vida y nuestra alegría. Así, invitó a los niños a sentirse amados y protegidos por Dios, que es un Padre bueno y fiel.
El Papa dijo que los niños nos recuerdan que todos somos hijos y hermanos, y que nadie puede existir sin alguien que lo traiga al mundo, ni crecer sin tener otras personas para amar y sentirse amado. De este modo, los niños son la alegría de sus padres y de sus familias, pero también de la humanidad y de la Iglesia, donde cada uno es como un eslabón de una larguísima cadena, que se extiende del pasado al futuro y que cubre toda la tierra.
Por eso, aconsejó a los niños que escuchen siempre con atención los relatos de los mayores, de sus mamás y de sus papás, de sus abuelos y de sus bisabuelos, porque ellos les transmiten la sabiduría y la experiencia de la vida. El Santo Padre también llama a la solidaridad y la compasión hacia aquellos niños que enfrentan adversidades y sufrimientos, como la enfermedad, la violencia, la pobreza y la guerra. Instó a los niños a escuchar y comprender el sufrimiento de los demás, reconociendo que cada uno tiene un papel importante en la construcción de un mundo más justo y pacífico.
El mensaje del Papa Francisco para la primera Jornada Mundial de los Niños es una invitación a la reflexión y a la acción, y nos recuerda que los niños son valiosos, que tienen una misión y que necesitan nuestra solidaridad. Los niños son el presente y el futuro de la humanidad, y por eso debemos cuidarlos, educarlos y respetarlos. Como dijo el Papa, «los niños son el tesoro más precioso que tenemos».
Portadores de luz
La Jornada Mundial de los Niños 2024 es una iniciativa patrocinada por el Dicasterio para la Cultura y la Educación de la Santa Sede. Tal como ha explicado el cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, el deseo del Papa es que el encuentro “se convierta en un momento que abarque efectivamente a toda la Iglesia de forma regular”.
Desde el Dicasterio afirman que «vivimos una crisis de transmisión que no es sólo de la Iglesia, sino también de las familias, de las escuelas, y esta Jornada es una contribución para una hermosa transmisión a los niños”.
El logotipo representa el contorno de la cúpula de San Pedro, que abraza, acoge y protege a los pequeños representados por las huellas de las manos, cuyos diferentes colores recuerdan la multiplicidad de culturas que confluyen en una unidad que acoge y valora las diferencias. La linterna representa a los cristianos como portadores de luz, y la cruz simboliza la pasión y resurrección del Hijo de Dios.
Diócesis de Segorbe-Castellón
El Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, ha remitido una comunicación a todas las parroquias de la Diócesis que contiene el mensaje de Francisco para esta Jornada, explicando su puesta en marcha, las iniciativas en las distintas Iglesias locales, así como la concreción de la Jornada en Segorbe-Castellón, en la que propone incluir alguna petición en las Eucaristías que se celebren durante estos dos días:
PETICIÓN: Por todos los niños del mundo, alegría de sus padres y de la Iglesia, por los que están luchando contra enfermedades y dificultades, en el hospital o en su casa, quienes son víctimas de la guerra y de la violencia, quienes sufren el hambre y la sed, quienes viven en la calle, se ven obligados a ser soldados o a huir como refugiados, separados de sus padres, por quienes no pueden ir a la escuela, quienes son víctimas de bandas criminales, de las drogas o de otras formas de esclavitud y de abusos. En definitiva, a todos esos niños a los que todavía hoy se les roba la infancia cruelmente. Para que les escuchemos y estemos unidos con Jesús porque Él nos infunde mucho valor, está siempre a nuestro lado, su Espíritu nos precede y nos acompaña en los caminos del mundo y nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas».
Hoy, solemnidad de la Ascensión del Señor, se celebra la 58º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «Inteligencia artificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana» es el tema que propone el Santo Padre para la Jornada de este año.
En su mensaje destaca cómo la inteligencia artificial está modificando radicalmente la información y la comunicación, y plantea si la inteligencia artificial acabará construyendo «nuevas castas basadas en el dominio de la información» o si, por el contrario, traerá «más igualdad promoviendo una información correcta».
También, los obispos de la Comisión Episcopal para las comunicaciones sociales han escrito un mensaje con motivo de esta Jornada Mundial. En el texto invitan a reflexionar sobre una revolución de calado: la de la inteligencia artificial. Por un lado, en lo que atañe a la dignidad humana, ya que, afecta a las personas y debe tener al ser humano y su dignidad en el centro. Por otro, sobre su repercusión en el ámbito de la comunicación. Un campo, en el que puede ser una oportunidad, pero también un riesgo.
Inciden en poner al ser humano en el centro de la comunicación: «la inteligencia artificial debe de ser liberada de sesgos ideológicos, políticos, de eficiencia económica, que expulsan al ser humano del centro de la actividad de comunicación», aseguran.
En este sentido, destacan: «El sesgo de humanidad es el único indispensable en una inteligencia artificial socialmente responsable, al servicio de la dignidad del hombre y de nuestro tiempo».
Los obispos también señalan que «toda comunicación es, de manera especial en ese tiempo, uno de los elementos claves para la fortaleza de las democracias. Por eso, es preciso proteger este derecho constitucional a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión, de los poderes económicos y políticos, que tantas veces desean limitarlo».
Ayer por la tarde, durante las segundas Vísperas de la solemnidad de la Ascensión, el Santo Padre presidió en el atrio de la Basílica de San Pedro la entrega y lectura de la Bula de convocatoria del Jubileo 2025 “Spes non confundit”, «la esperanza no defrauda» (Rm. 5,5).
Incluye las fechas de inicio y fin del Año Santo junto a los temas primordiales de la convocatoria, cuyo tema central es «Peregrinos de Esperanza». Se trata de un documentofundamental para conocer el espíritu con el que cada pontífice convoca los jubileos junto con las intenciones y los frutos esperados, en este caso por el Papa Francisco.
El Año Santo Jubilar ordinario es un período especial de gracia y perdón dentro de la Iglesia Católica que se celebra cada 25 años. El próximo Jubileo comenzará el 24 de diciembre de 2024 con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro y culminará el 24 de diciembre de 2025 con su clausura. Con este motivo viajarán a Roma millones de peregrinos para ganar la Indulgencia Plenaria siguiendo las normas establecidas.
Eucaristía en todas las catedrales y concatedrales el 29 de diciembre
Además, el Pontífice ha anunciado que el próximo domingo 29 de diciembre, todas las catedrales y concatedrales “los obispos diocesanos celebren la Eucaristía como apertura solemne del Año jubilar, según el Ritual que se preparará para la ocasión”.
Como ha señalado durante la presentación de la Bula, en el corazón de cada persona “anida la esperanza como deseo y expectativa del bien”, aunque sin conocer realmente lo que deparará el futuro. Es esa incertidumbre en el mañana lo que, apunta el Obispo de Roma, genera sentimientos de temor, desaliento o dudas: “Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad”. Frente a ello, Francisco se muestra confiado en que el Jubileo de Roma reavive dicha esperanza.
Asegura que esa esperanza “nace del amor que brota del corazón de Jesús traspasado en la cruz”. Una esperanza que “no engaña ni defrauda”, al estar fundada en la certeza “de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino” pese a “las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez o los peligros”.
Además, ese amor se pone a prueba en el momento de las dificultades o el sufrimiento, que “son las condiciones propias de los que anuncian el Evangelio en contextos de incomprensión y de persecución”. No obstante, el Papa recalca que en esa oscuridad los cristianos “perciben una luz”, esa fuerza que “brota de la cruz y de la resurrección de Cristo”, y que a su juicio nos permite desarrollar la virtud de la paciencia.
En este sentido, Francisco exhorta en el documento a cultivar la paciencia frente a “lo inmediato” para avivar la esperanza; invita a las martirizadas Iglesias Orientales a peregrinar a Roma; señala la necesaria paz como primer signo de esperanza; reclama apoyo de los estados a la maternidad y al aumento de la natalidad; que se tomen medidas que devuelvan la esperanza, concretadas en la condonación de penas y la abolición de la pena de muerte; solicita la creación de un fondo mundial para acabar con el hambre; y tiene un especial recuerdo para los enfermos, jóvenes, ancianos y migrantes.
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