La paz, don de Dios y tarea de todos
Queridos diocesanos:
El primer día del Año celebramos con toda la Iglesia la fiesta de María, Madre de Dios, y la Jornada Mundial por la paz. Ante la cueva de Belén, donde la Virgen María dio a luz a Jesús, pedimos a la Madre la bendición. Ella nos bendice mostrándonos a su Hijo: Jesús mismo es la Bendición. Dándonos a Jesús, Dios nos lo ha dado todo: su amor, su vida, la luz de la verdad, el perdón de los pecados. Dios nos ha dado la paz. Jesús es nuestra paz (cf. Ef 2, 14), que trajo al mundo la semilla del amor, del perdón y de la paz, más fuertes que el odio, el pecado y la violencia.
Ante la tentación de considerar la paz como una utopía inalcanzable, hay que afirmar que la paz es posible, necesaria y apremiante. Las guerras, el terrorismo, la violencia y la intolerancia, las injusticias y las desconfianzas, los odios, el hambre, los sufrimientos, la incultura y el subdesarrollo hacen más urgente, si cabe, la oración sincera y el compromiso efectivo por la paz.
La primera acción en favor de la paz es la oración confiada e insistente a Dios por el don de la paz, que es un don del amor de Dios. Jesús, el Príncipe de la Paz, es quien puede dar la auténtica paz al corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Esta paz es mucho más que la paz externa, social o política, la convivencia pacífica y respetuosa, o la simple ausencia de agresiones o de conflictos. Esta paz es la paz plenamente humana, que comienza en el corazón de cada uno. La paz de Cristo es el sosiego interior, que nace de una relación reconciliada y de amistad con Dios, de la paz con uno mismo, con las personas cercanas, con la sociedad y con la creación entera. Una paz así se nos escapa si no abrimos nuestro corazón a Dios, si no acogemos a Jesucristo y el Evangelio en nuestra vida, si no nos dejamos transformar por él, si no adquirimos los sentimientos de Jesús. Jesús, ‘el príncipe de la paz’, es el único que da la paz que necesita la humanidad, una paz basada en la reconciliación y comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí.
La paz es, pues, don que debemos pedir, pero también tarea a construir con la implicación de todos para que se extienda entre los hombres y los pueblos. La paz no es la mera ausencia de guerras ni el equilibrio de las fuerzas adversarias ni el fruto de una dominación despótica. La paz auténtica se basa en cuatro pilares esenciales: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Todo cristiano ha de ser testigo comprometido por la paz y constructor de una cultura de la paz. Unido a todos los hombres de buena voluntad, el cristiano ha de trabajar por el respeto efectivo de la igual dignidad de todo ser humano, ha de poner en práctica el amor fraterno hacia todos. El testigo de la paz respeta, acoge y perdona al otro, respeta su cultura y religión, trabaja para que se implante la justicia para todos los hombres y entre todos los pueblos, se muestra solidario con el que sufre o padece pobreza material o espiritual, fomenta el dialogo sincero, la comunicación y la reconciliación entre los hombres desde la verdad, la libertad responsable y la caridad. La paz es obra de conciencias que se abren a la verdad, a la justicia y al amor.
Que Dios nos ayude a progresar en este camino durante el nuevo año que nos concede vivir. ¡Feliz Año Nuevo a todos!.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!