¡Cristo ha resucitado!
Queridos diocesanos:
Es la Pascua de la Resurrección del Señor. Cristo ya no está en el lugar de los muertos. Su cuerpo roto, enterrado con premura el Viernes Santo ya “no está aquí”, en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. No. El no está aquí: Ha resucitado. El Ungido ya perfuma el universo y lo ilumina con nueva luz.
¡Cristo ha resucitado! El autor de la vida ha vencido a la muerte. Alegrémonos, pues Cristo ha resucitado y, en su resurrección, Dios muestra que ha aceptado el sacrificio de su Hijo y en Él hemos sido salvados. “Muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida”.
¡Cristo vive! Esta es la gran verdad de nuestra fe. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado, triunfando sobre el poder del pecado y de la muerte, de las tinieblas, del dolor y de la angustia. La resurrección de Cristo, no es un mito para cantar lo que siempre sucede: el eterno retorno de la naturaleza en primavera, el proceso interminable de continuadas reencarnaciones o una vuelta a la vida para volver a morir desesperadamente. Tampoco es una “historia piadosa” nacida de la credulidad de las mujeres o de la profunda frustración de un puñado de discípulos. La resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico y real, que sucede una sola vez y una vez por todas: El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre.
Hemos de acercarnos a la resurrección del Señor, acogiendo con fe el signo del sepulcro vacío y, sobre todo, el testimonio de personas concretas, a los que se apareció, con los que comió y bebió después de su resurrección; a ellos les encargó dar solemne fe y testimonio de su resurrección (cf. Hech, 10, 41-42).
Como en el caso de los discípulos, la Pascua pide tamben de nosotros un acto de fe en comunión con la fe de los apóstoles, testigos de la resurrección; una fe que nos es trasmitida en la comunidad de sus discípulos, en la Iglesia. La resurrección pide creer personalmente que Cristo vive glorioso, pide el encuentro personal con El en la comunidad de los creyentes. Nuestra fe no es fácil o débil credulidad; se basa en el testimonio unánime y veraz de aquellos que trataron con Él directamente en los cuarenta días que permaneció resucitado en la tierra. A los testigos se les cree, según la confianza que merecen y la credibilidad que se les reconoce. Pedro y el resto de los Apóstoles dan testimonio de algo de lo que están tan convencidos que llegarán a dar la vida por ello.
Cristo Jesús no es una figura del pasado, que nos dejó su recuerdo y su ejemplo. Su resurrección no es un hecho hundido en el pasado y sin actualidad y vigencia para nosotros. No. ¡Cristo vive! Su resurrección nos muestra que Dios no abandona a los suyos, a la humanidad, a la creación entera. Con la resurrección gloriosa del Señor todo adquiere nuevo sentido: la existencia humana, la historia de la humanidad y el futuro de la creación. Cristo ha resucitado. Y lo ha hecho por todos nosotros y por todos los hombres. El es la primicia y la plenitud de una humanidad renovada. Su vida gloriosa es como un inagotable tesoro, que todos estamos llamados a compartir desde ahora.
Feliz Pascua de Resurrección.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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