En defensa de la vida humana
Queridos diocesanos:
Por si no fuera poco con los más de cien mil abortos legales al año, por si no fuera suficiente con los terribles abusos en la aplicación de la ley del aborto, todavía se quiere ampliar la posibilidad legal del aborto en aras de no se sabe qué tipo de progreso.
Ante este anuncio hay que recordar de nuevo que la vida de todo ser humano, en cualquier fase de su desarrollo, desde su fecundación hasta su muerte natural es inviolable. El respeto y la defensa de toda vida humana es la primera expresión de la inviolabilidad de la dignidad de toda persona humana. Cualquier ataque contra la vida humana en cualquiera de sus etapas de desarrollo merece la más enérgica repulsa.
Entre nosotros se extiende la así llamada ‘cultura de la muerte’, basada en el egoísmo individualista. A nuestra sociedad le aqueja una grave incoherencia y un doble lenguaje a la hora de reconocer, respetar y promover el derecho a la vida. En la cultura del culto al cuerpo, que nos invade, se subraya la importancia y el valor de la vida de los sanos, pero no se valora del mismo modo la vida de los enfermos incurables, ni la de los ancianos, ni la de los niños no nacidos.
Nos duelen, y con toda razón, los muertos y heridos de las masacres terroristas. Nos duelen y protestamos con razón por las víctimas inocentes de las guerras y de las violencias domésticas. Pero todas estas manifestaciones son contradictorias e incoherentes, y, en el fondo, farisaicas, si no rechazamos con la misma rotundidad la muerte provocada de los seres humanos más débiles e indefensos: los embriones concebidos y no nacidos, y los enfermos incurables.
Nos estamos volviendo insensibles y callamos ante la experimentación con embriones humanos y su muerte. Callamos ante la llamada reducción embrionaria, que consiste en terminar con la vida de varios fetos para que uno o dos prosigan su andadura vital. Miramos hacia otro lado ante el uso de métodos abortivos que impiden la implantación del embrión o ante el uso de la llamada ‘píldora del día después’. Apenas han tenido eco entre nosotros los más cien mil abortos realizados en España en el año dos mil siete, según la estadística oficial. Y, por si no fueran ya pocos los abortos, el gobierno anuncia una ampliación de los plazos de la ley del aborto y la legalización de la eutanasia. ¿Seguiremos callando y mirando hacia otro lado ante la muerte provocada de tantos seres humanos? El silencio también nos hará culpables.
La Iglesia es criticada con el fin de ser silenciada, cuando se opone al aborto voluntario, a la eutanasia, o a los experimentos con embriones humanos, que se pretenden legitimar como una presunta consecuencia del pleno reconocimiento de la libertad individual. Pero nadie puede disponer de la vida de otro. No hay un derecho a matar. El hombre no es creador ni dueño de la vida de nadie. La libertad individual, para ser verdadera y justa, tiene que respetar el derecho a la vida de los demás, anterior a nuestra libertad y garantizado por el único creador que es Dios. La vida proviene siempre de Dios. No podemos disponer nunca de la vida de los demás en provecho propio, ni siquiera decidir sobre la nuestra.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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