El camino cuaresmal hacia la Pascua
Queridos Diocesanos:
La cuaresma, en que ya estamos inmersos, es un tiempo especial de preparación a la Pascua del Señor, el misterio de su muerte y resurrección, el misterio de la redención y de la vida nueva en Cristo. Esta misma vida ya se nos transmitió el día de nuestro bautismo, en que fuimos renacidos de lo alto al hacernos Dios partícipes de la muerte y resurrección de Cristo. Ese día comenzó para nosotros la aventura gozosa de ser discípulos de Jesús. La cuaresma es cada año una posibilidad propicia para un nuevo encuentro con Dios ‘rico en misericordia’, para recuperar o intensificar la nueva vida de gracia que Él nos infundió en nuestro bautismo. La tierra prometida de nuestra marcha cuaresmal es la Pascua, donde se alcanza la libertad y la vida nueva de resucitados y de hijos de Dios.
Hoy podemos tener la tentación que el pueblo hebreo sufrió al llegar a Canaán: creyeron que allí había terminado todo, se instalaron en la tierra y adoraron a sus dioses. Pero nuestra tierra prometida está siempre más allá de cualquier frontera o de cualquier horizonte. Debemos tener muy claro que sólo el Cristo de la Parusía es nuestra meta final, la tierra definitiva. Por eso, hasta tanto que Él vuelva, estamos en camino, marchando con corazón alegre, con fe y esperanza porque aguardamos el Reino de Dios y lo descubrimos entre nosotros. La fe hace posible esta experiencia.
El profeta Joel nos invita a interiorizar la conversión. “Convertíos a mí, dice el Señor, de todo corazón… Rasgad vuestros corazones, no las vestiduras: convertíos al Señor, Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, y se arrepiente de sus amenazas” (Jl 12, 12-13). La conversión cristiana es un encuentro con Alguien, que cambia nuestra manera de ver, de sentir y de pensar. Es el encuentro con una Persona, Cristo, que transforma nuestra vida y nuestra jerarquía de valores. Como en el caso del encuentro de Cristo con Pedro y los apóstoles, con Zaqueo o con Pablo en el camino de Damasco, la conversión evangélica debe entenderse como encuentro con Dios en Cristo, que lleva a la adhesión de nuestra inteligencia y voluntad a Jesucristo, a la fe y confianza plena en Él, que nos descubre nuestras faltas de amor, nuestros pecados, que nos lleva al arrepentimiento y a buscar y acoger el perdón en el Sacramento de la Penitencia.
La llamada a la conversión, que es permanente en la vida cristiana, se hace más imperiosa en la cuaresma. Para que la celebración de la Pascua sea digna y fructuosa, la Iglesia nos llama a la purificación de nuestros corazones, a nuestra conversión para vivir la Gracia del bautismo. Para ello, la Iglesia desde siempre ha invitado durante la cuaresma al ejercicio de la oración, del ayuno y de la limosna para liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, para superar nuestros egoísmos y para estar disponibles y abiertos a amar a Dios y al prójimo.
Por el ayuno aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor a Dios y al prójimo. Por la limosna hacemos frente a la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida y nos cierra a los hermanos. Y por la escucha de la Palabra de Dios en la oración, acogemos a Dios y su voluntad en nuestra vida y alimentamos el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. Acojamos la gracia y la misericordia de Dios en esta cuaresma.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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