En la Salve Regina llamamos a María ‘Madre de Misericordia‘. Ella, que ha experimentado la misericordia divina, que ha acogido en su seno la fuente misma de esta misericordia, Jesucristo, y que ha vivido siempre íntimamente unida a su Hijo, sabe mejor que nadie lo que Él quiere: que a ninguna persona le falte nunca la ternura, el consuelo y el perdón de Dios. Con la dulzura de la mirada de la Virgen podemos redescubrir la alegría de la ternura de Dios en este Año Santo de la Misericordia: ella nos ayuda a entender cuánto nos ama Dios, y a experimentar y vivir su misericordia para ser misericordiosos como el Padre.
A la Santísima Virgen María la invocamos como Madre de la Misericordia porque ella es la Madre del Hijo de Dios; ella nos da a Jesucristo, la misericordia encarnada de Dios, la misericordia visible del invisible Dios misericordioso; y además porque María es la madre espiritual de todos los fieles, llena de gracia y de misericordia.
Hay otra razón por la que María es madre de misericordia y misericordiosa: ella es la primera en experimentar la misericordia de Dios y la primera en anunciarla. María se conturba cuando le anuncia el Ángel que es la «llena de gracia» y la elegida para ser la Madre del Salvador. El mundo nuevo que se abre con el misterio de la Encarnación empieza con el ‘fiat’ de María, con la apertura de su corazón a Dios al descubrir cuánto la ama el Padre en su inmensa misericordia. En el Magnificat, María proclama que la misericordia de Dios “llega a sus fieles de generación en generación”. Esta misericordia infinita de Dios que la llenó de gracia la hace deseosa de anunciarla. Para ser misericordioso es necesario haber experimentado la misericordia; esta experiencia personal es fuente de su anuncio misionero. Cuando alguien la ha experimentado y, por lo tanto, su corazón se ha abierto a la miseria, con el contacto del mal físico y moral, es cuando desea dar a conocer la misericordia de Dios.
María ha participado además con el sacrificio de su corazón en la revelación de la misericordia divina. Desde la presentación de Jesús en el templo, la Virgen sabía que ser la madre del Hijo del Altísimo, que ha de salvar a su pueblo, no se haría sin su sufrimiento. Su alma traspasada por la espada, le permite ser la que asiste de algún modo a la revelación de la misericordia divina. Nadie ha experimentado como ella el misterio de la Cruz. Nadie como ella ha acogido de corazón la manifestación suprema de la misericordia de Dios en la Cruz. Al recibir, en San Juan a todo hombre, como a su hijo, María se convierte en puerta de la misericordia. Ella conoce más que cualquiera, la amplitud y la profundidad del misterio del mal, del pecado y de la culpa por los cuales muere y sufre Jesús y, al mismo tiempo, ella es la que puede mejor abrir el corazón del hombre a la misericordia de Dios. Al pie de la cruz, María, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir ninguno. !Que María nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de la misericordia de su Hijo, Jesús¡
La ternura y compasión de María hacia sus hijos puede abrir los corazones a la misericordia de Dios y, así, a la compasión por el sufrimiento y la miseria de los demás. Hemos de pedir por la intercesión de María, que nuestros corazones de piedra se hagan corazones de carne, verdaderamente sensibles ante las miserias, el sufrimiento, el mal y el pecado en el mundo. La compasión de María está siempre presente en la historia de los hombres. María sigue manifestando su ternura por los hombres. Su amor no cesa, y gracias a ella, Dios sigue manifestando su misericordia en la historia de su Iglesia y de la humanidad «de generación en generación” (Lc. 1,50). No temamos que Dios nos haga misericordia para que, siendo experimentándola, podamos nosotros también ser testigos y artesanos de la misericordia en nuestro mundo.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón