En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y lo saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas; junto con el sumo sacerdote Anás, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos:
«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?».
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es “la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Salmo: Sal 117, 1-2 y 4. 22-24. 25-27a R. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor: eterna es su misericordia. R.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.
Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R.
EVANGELIO
Juan 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
En aquellos días, mientras el paralítico curado seguía aún con Pedro y Juan, todo el pueblo, asombrado, acudió corriendo al pórtico de Salomón, donde estaban ellos. Al verlo, Pedro dirigió la palabra a la gente:
«Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto? ¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a este con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Por la de en su nombre, este, que veis aquí y que conocéis, ha recobrado el vigor por medio de su nombre; la fe que viene por medio de él le ha restituido completamente la salud, a vista de todos vosotros.
Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados; para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios, y envíe a Jesús, el Mesías que os estaba destinado, al que debe recibir el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de la que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas. Moisés dijo: “El Señor Dios vuestro hará surgir de entre vuestros hermanos un profeta como yo: escuchadle todo lo que os diga; y quien no escuche a ese profeta será excluido del pueblo.” Y, desde Samuel, en delante, todos los profetas que
hablaron anunciaron también estos días.
Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con vuestros padres, cuando le dijo a Abrahán: “En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra”. Dios resucitó a su Siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros para que os traiga la bendición, apartándoos a cada uno de vuestras maldades».
Salmo: Sal 8, 2a y 5. 6-7. 8-9 R. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Señor, Dios nuestro,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él? R.
Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies. R.
Rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por el mar. R.
EVANGELIO
Lucas 24, 35-48
En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:
«Paz a vosotros».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Y él les dijo:
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tenéis ahí algo de comer?».
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo:
«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y le dijo:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».
En aquellos días, Pedro y Juan subían al templo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.
Salmo: Sal 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9 R. Que se alegren los que buscan al Señor.
Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas. R.
Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro. R.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo; hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios, él gobierna toda la tierra. R.
Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac. R.
EVANGELIO
Lucas 24, 13-35
Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrará así en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él hizo simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos:
«Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».
Al oír esto, se les traspaso el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?».
Pedro les contestó:
«Convertíos y y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro». Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo:
«Salvaos de esta generación perversa».
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas unos tres mil personas.
Salmo: Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22 R. La misericordia del Señor llena la tierra.
La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. R.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperarnos de ti. R.
EVANGELIO
Juan 20, 11-18
En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice:
«¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».
El día de Pentecostés, Pedro, de pie poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:
«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús Nazareno,varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: “Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile. Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada. Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción. Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo”, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que” su carne no experimentará corrupción”.
A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».
Salmo: Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11 R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. Yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano. R.
Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. R.
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. R.
EVANGELIO
Mateo 28, 8-15
En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.» Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».
Salmo: Sal 117, 1-2. l6ab-17. 22-23 R. Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. R.
La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. R.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. R.
2ª LECTURA
Colosenses 3, 1-4
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
SECUENCIA
Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso, la tumba abandonada,
los ángeles testigos, sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate de la miseria humana
y da a tus fieles parte en tu victoria santa.
EVANGELIO
Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
COMENTARIO
La Iglesia nos reúne esta noche. Lo hace con una energía que no es sólo suya. Está animada por el mismo Jesús, que ha vencido a la muerte y vive de nuevo y para siempre. Esta es la alegría cristiana y es el ingrediente primero y más decisivo de nuestra esperanza. Porque la esperanza, la que nos sujeta cuando la vida nos zarandea, sólo es realmente tal cuando hay algo más, cuando se da algo más que nuestras solas posibilidades o nuestro cálculo, es decir: cuando se apoya en algo que no somos nosotros mismos. De tal modo que la esperanza cristiana es distinta a la ilusión. Las ilusiones -en el sentido coloquial que le solemos dar a la palabra- son buenas. Hasta necesarias. Tantas veces nos mueven, nos divierten, pero son distintas a la esperanza. La esperanza es más rica, más inteligente, y a la hora de vivir y de hacer frente a lo que la realidad nos pone delante, siempre ayuda más que un sueño teledirigido por nosotros mismos. La Resurrección de Jesús nos regala esperanza.
Es el anuncio de lo no previsto, de lo no imaginado. Salvo la fe de la Virgen María, nada permitía anticipar después de tres días de silencio en el sepulcro, que el Cristo clavado en la cruz iba a presentarse resplandeciente e intacto de nuevo ante los apóstoles. De hecho, este es un dato importantísimo: Cristo Resucitado no se aleja de los Doce, sino que vuelve a ellos: el Resucitado vuelve a buscarles, a salirles al encuentro, a conquistarles de nuevo, esta vez sí, para siempre. Es decir, Cristo se suma a su vida para siempre. Y la Iglesia nos invita a nosotros esta noche a vivir a partir de ahora contando con este nuevo sumando entre lo nuestro: el Dios-con-nosotros que vuelve. Un factor todo nuevo: lo nuestro más Cristo. Las circunstancias de nuestra vida, ahora más Cristo. Nuestra situación familiar, ahora más Cristo. Nuestra pobreza, lo feo de nuestro corazón, ahora más Cristo. Y tú y Jesús Resucitado, sumáis infinito.
En el encuentro con los Doce, y en el encuentro con Pedro que relata San Juan en su Evangelio, impresiona el amor infinito y gratuito de Jesús por ellos, y también por nosotros. Tanto que es precisamente este amor de Jesús Resucitado lo que más nos rescata de nuestra medida, de nuestro cálculo. No hay posición alguna que nos permita cuestionar o reducir el amor con el que nos quiere Dios. Podremos dudar de todo, pero no de un Dios que nos regala a su Hijo después de crucificarlo en una cruz, o de negarle tantas veces en nuestras jornadas. Esta es la Pascua y por eso se nos anuncia a nosotros hoy, porque es lo primero que necesitamos para una vida plena: ¡feliz Pascua a todos!
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Salmo: Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. R.
Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos; me ven por la calle, y escapan de mi.
Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cacharro inútil. R
Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares; líbrame de los enemigos que me persiguen. R.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor. R.
2ª LECTURA
Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de la fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presento oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aún siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que lo obedecen en autor de salvación eterna.
EVANGELIO
Juan 18, 1-19, 42
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy».
C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles:«Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mi, dejad marchar a estos».
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S. – «No lo soy».
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacia frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».
C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mi?».
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. «Entonces, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. «A ése no, a Barrabás».
C. El tal Barrabás era un bandido.
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «¡Salve, rey de los judíos!».
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. «He aquí al hombre».
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asusto aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?».
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. «¿A mi no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mi, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
¥ «Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación como ley perpetua lo festejareis».
Salmo: Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18 R. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor. R.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava; rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. R.
2ª LECTURA
2ª Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
¥ «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
EVANGELIO
Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mi?».
Jesús le replicó:
¥ «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
«No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
¥ «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice:
«Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
¥ «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
¥ «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos. ¿Quién me acusará? Que se acerque.
Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?
Salmo: Sal 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 R. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.
Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre; porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mi. R
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre. R.
Alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R.
EVANGELIO
Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
¥ «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
¥ «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él contestó:
¥ «ld a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis y decidle: «El Maestro dice: Mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
¥ «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
¥ «¿Soy yo acaso, Señor?» Él respondió:
¥ «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido».
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
¥ «¿Soy yo acaso, Maestro?» Él respondió:
¥ «Tú lo has dicho».
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:
«Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas».
En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Salmo: Sal 70. 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15 y 17 R. Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu justicia, y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.
EVANGELIO
Juan 13, 21-33. 36-38
En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:
«En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
¥ «Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús:
¥ «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo:
¥ «Lo que vas hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús:
¥ «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy, vosotros no podéis ir”».
Simón Pedro le dijo:
¥ «Señor, ¿a dónde vas?».
Jesús le respondió:
¥ «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».
Pedro replicó:
¥ «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó:
¥ «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».
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