Centrados en Cristo
Queridos diocesanos:
Al comienzo de un nuevo curso pastoral es oportuno recordar algo de vital importancia: nuestra vida cristiana, personal y comunitaria, y todos nuestros proyectos y actividades pastorales deben estar centrados siempre en Cristo.
El Evangelio nos recuerda que Jesús, antes de enviar a sus discípulos al mundo, les invita a estar con El para que le conozcan y tomen conciencia de la íntima relación de amor que vive con el Padre, para que entren en comunión con El, para que, en un diálogo íntimo y amistoso con Él, descubran la misión que les va a confiar, y para que, desde la comunión de todos con su persona y entre todos en su persona, puedan dar testimonio de que El es el Mesías, el Señor, el Hijo del Dios Vivo.
La vida cristiana, el testimonio cristiano y el anuncio del Evangelio nacen siempre del conocimiento amoroso de Jesucristo y de una vida de común unión con su persona. Debemos hacer, pues, un esfuerzo permanente para superar el peligro del activismo; es decir: El hacer por hacer. Tenemos que buscar ser antes que hacer: ser creyentes y discípulos para ser sus testigos. Sin la contemplación del rostro de Cristo, sin el conocimiento de su persona y de su Evangelio en la tradición viva de la fe de Iglesia, sin la unión amorosa y vital con Él, nuestros proyectos y trabajos, personales y comunitarios, dejarán de ser un instrumento al servicio del Plan Salvador de Dios; estarán faltos de su contendido propio y privados de la savia de la gracia.
La Iglesia diocesana y los fieles que la formamos, así como las vicarías, parroquias, delegaciones, arciprestazgos, comunidades, grupos y movimientos, hemos de tener siempre presente que toda nuestra vida cristiana, que toda la vida y misión de nuestra Iglesia, que todas nuestra programaciones y actividades deben centrarse en Jesucristo para conocerle mejor, amarle más y seguirle de cerca; vivir en Él la vida de comunión trinitaria, creadora de comunión eclesial, que nos envía a transformar con Él el mundo hasta su perfeccionamiento en Reino de Dios.
En un mundo refractario y hostil tantas veces al mensaje cristiano hemos de aprender a hacer una ‘propuesta y presentación positiva’ del Evangelio. Y hemos de hacerlo con la alegría y el entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos y desde el testimonio que fluye de la experiencia personal de encuentro con el Señor. Esta experiencia personal necesita siempre estar refrendada por la vivencia de la comunidad, “memoria de salvación”, que es la Iglesia; es esto algo que debe ser subrayado en una sociedad individualista como la nuestra. Ya decía San Agustín que ‘un cristiano solo, es ningún cristiano’: somos cristianos junto con otros cristianos, junto con y en la comunidad de la Iglesia, cuya fe compartimos, celebramos y vivimos.
En definitiva. El encuentro personal con Cristo y la contemplación de su rostro en la oración personal y comunitaria, en la Palabra y en los sacramentos, en especial de la Eucaristía y de la Penitencia, y en su reflejo en el rostro de los hombres, especialmente en los pobres, son de vital importancia para nuestra vida y misión.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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