Fiesta de la Virgen del Pilar
Castellón, Iglesia de la Stma. Trinidad, 12 de octubre de 2012
****
Amados hermanos y hermanas en el Señor.
Os saludo de corazón a todos cuantos habéis acudido a esta celebración para mostrar vuestro sincero amor de hijos a la Virgen del Pilar. Con la emotiva ofrenda de flores a la Virgen del Pilar antes de la Misa habéis mostrado una vez más el cariño, la fe y devoción de los aragoneses a la Virgen del Pilar. Ahora en esta Eucaristía damos gracias a Dios por María, la Virgen del Pilar, por su patrocinio, guía y protección. Esta mañana, miramos, honramos y rezamos a la Virgen del Pilar; ella nos mira y nos acoge con amor de Madre; ella cuida de nuestras personas y de nuestras vidas; ella camina con nosotros en nuestras alegrías y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades. Ella nos alienta especialmente en estos momentos de crisis económica, pero también y sobre todo moral, social, política y, en particular, espiritual. Porque ¿qué sería de nosotros, de nuestras familias, de Aragón, de España y de Hispanoamérica sin la protección maternal de la Virgen del Pilar en el pasado y en el presente?
La Palabra de Dios de este día muestra el significado de la Virgen del Pilar para el pueblo de Dios y para nuestro pueblo. María es el Arca de la nueva Alianza. Como el Arca de la Alianza era la presencia de Dios en medio del pueblo de Israel en su peregrinar por el desierto (1Crón 15,3-4.16; 16,1-2), así María, la Virgen del Pilar, es signo de la presencia de Dios en el camino de esta vida para el pueblo cristiano, el pueblo aragonés, nuestro pueblo español y nuestros pueblos hermanos de Hispanoamérica. Por ello, la Virgen del Pilar es motivo de gozo para la Iglesia y para nuestros pueblos. También la segunda lectura (Hech 1,12-14) y el evangelio (Lc 11,27-28) nos hablan de la presencia de la Virgen en la vida de la Iglesia y de las alabanzas que el pueblo le tributa. Ella es «esperanza de los fieles y gozo de todo nuestro pueblo» cantaremos en el Prefacio. Por intercesión de María, la Virgen del Pilar, le pedimos a Dios al inicio del Año de la fe, inaugurado ayer por el Papa Benedicto XVI «fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor».
Como lo era el Arca de la Alianza para el Pueblo de Israel, así es la Virgen del Pilar para el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, como “la columna que nos guía y sostiene día y noche en nuestro peregrinaje terrenal”. La columna, el Pilar, sobre el que se aparece y aparece representada la Virgen, es símbolo del axis mundi, del vínculo que une el cielo y la tierra: el pilar es la manifestación de la fuerza de Dios en el hombre y la energía del hombre cuando ancla su existencia en Dios. El Pilar es soporte de lo sagrado, soporte de la vida, soporte del mundo, lugar donde la tierra se une con el cielo, el eje a cuyo alrededor gira la vida cotidiana. María, el Arca de la nueva Alianza es la mujer escogida por Dios para venir Dios mismo a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo, Dios y el hombre, se han unido para siempre en Jesucristo.
Las columnas garantizan la solidez de todo edificio. Si se dañan, el edificio entero amenaza derrumbarse. María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de Pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el Reino de Dios día a día, siendo testigos de su amor.
El Pilar, firme a las orillas del río, es símbolo de la fe de un pueblo que ve en la protección de María la mejor ayuda para mantener su fe, su esperanza y su compromiso cristiano en el duro bregar de la vida. Como una columna de fuego por la noche y una nube durante el día acompañaban al pueblo de Israel peregrino por el desierto (Éx 13,21-22), así vemos los creyentes en la Virgen del Pilar la presencia de Dios, que guía al pueblo elegido a través del peregrinaje de esta vida.
En una sociedad cada vez más cerrada a Dios es hora de volver a pensar en Dios, de volver a hablar de El, de creer en Él y de contar con su presencia en nuestra vida; en un mundo cada día más cerrado en sí mismo, es hora de escuchar y anunciar sin miedo a Cristo, de recuperar las raíces cristianas de nuestro pueblo. El Pilar de la Virgen nos recuerda la presencia permanente de Dios en la historia humana. Dios es quien confiere el fundamento último y seguro de la dignidad de la persona humana, de toda persona humana, más allá de la pertenencia a un pueblo, raza o nación. La apertura a Dios es la base segura para construir relaciones más justas y más fraternas entre todos los hombres y entre todos los pueblos; pues Dios, el Dios revelado en Cristo y nacido de María, llama a superar los odios, las divisiones e las injusticias entre los hombres y entre los pueblos.
En este tiempo parece que interesa más lo inmanente que lo trascendente, lo inmediato que lo futuro, lo de tejas para abajo que los asuntos del cielo. “Vive a tope, goza, no repares en nada, aprovéchate lo que puedas, enriquécete lo más rápido posible, no te preocupes por nada, vive el presente”: estos son los reclamos que se escuchan una y otra vez en nuestra sociedad del bienestar, cerrada a Dios, a la verdad y al bien.
Ante todo esto, Jesús nos dice: “¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!” (Lc 11, 27-28). María es bienaventurada por ser la Madre de Dios, por haber llevado en su seno al Hijo de Dios, por haberle amamantado con sus pechos. Pero es, sobre todo, dichosa y bienaventurada por haber creído, por ser la primera creyente: creyó que aquel que llevaba en su seno era el Hijo de Dios, creyó en su Palabra y la puso en práctica. María se convierte así en pilar de la Iglesia.
“¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”, nos dice Jesús hoy a nosotros (Lc11, 27-28). Jesús nos invita a avivar nuestra fe, a acoger con fe su Palabra en la fe de la Iglesia, a formar parte de la comunidad de los creyentes, a llevar una vida coherente con la fe que profesamos. De poco o nada serviría nuestra devoción a la Virgen del Pilar si no nos lleva al encuentro con Cristo, si no nos lleva a Dios, si no nos lleva a la Palabra de Dios. María es dichosa por haber acogido, creído y vivido la Palabra de Dios.
La fe cristiana y la devoción a la Virgen del Pilar, que hemos heredado, son un tesoro, pero necesitan ser interiorizadas, personalizadas y pasadas por el corazón, impregnadas por la experiencia creyente, confesadas y celebradas en unión con la Iglesia y vividas con coherencia y fidelidad, sin miedo ni vergüenza a que nos señalen con el dedo. Para ello, como Maria, hemos de acercarnos a la Palabra de Dios: como Maria hemos de leer con frecuencia la Palabra de Dios; y como ella, hemos acoger con fe, interiorizar y cumplir la Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura y en la tradición viva de la Iglesia.
Nuestro amor a la Virgen del Pilar, si es auténtica, nos lleva a asumir como propios su actitud ante la Palabra de Dios en nuestra concreta situación de vida. No es asunto exclusivo de la conciencia, de la vida íntima y privada. La Palabra de Dios acogida con fe transforma y ha de transformar nuestra existencia en todas sus dimensiones: en la esfera personal y en la familiar, en la esfera laboral y en la pública. Intentar separar o excluir nuestra fe cristiana del ámbito laboral, social o público sería vivir o pedir que neguemos nuestra propia identidad en parcelas importantes de nuestra vida “¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”.
La Fiesta de la Virgen del Pilar nos invita mirar a la Virgen María, para como ella, volver a creer y vivir la Palabra de Dios. De sus manos hemos de reavivar la fe, la esperanza y la caridad cada uno de los miembros de nuestra Iglesia.
Recordemos también hoy al Cuerpo de la Guardia Civil, en el día de su Patrona. Pidamos al Señor, que María, la Virgen del Pilar, la siga protegiendo en su trabajo de servicio a nuestro pueblo: un trabajo necesario para el bien común de nuestra sociedad.
¡Que la Virgen del Pilar nos ilumine a todos los creyentes! Que ella proteja a Aragón, a España y todos los pueblos hermanos de Hispanoamérica! Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe- Castellón
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!