Vigilia por la Vida Naciente
Castellón, S.I. Concatedral, 27 de noviembre de 2010
Vísperas del I Domingo de Adviento
(Is 2, 1-5; Sal 123; Rom 13, 11-14ª; Mt 24, 37-44)
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¡Hermanas y hermanos amados todos en el Señor Jesús!
Unidos espiritualmente al Santo Padre y a la Iglesia entera, dispersa por el mundo entero, hemos acudido “alegres a la casa del Señor” (Sal 123) esta tarde-noche para orar por la vida humana naciente. Lo hacemos en las vísperas del I Domingo de Adviento, con las que iniciamos un nuevo adviento. No se trata de repetir mecánicamente los advientos pasados, sino llevados por la liturgia miramos el Acontecimiento siempre actual: Jesucristo, el Señor y el Salvador, el Verbo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para la Vida del hombre, de todo ser humano. Y este Acontecimiento nos quiere arrancar de la rutina cotidiana, del silencio cobarde y del abatimiento conformista ante un mundo silenciador de Dios, que no acoge ni respeta la vida naciente, para orar y gritar a Dios porque es posible otro mundo, porque es posible la esperanza.
La Palabra de Dios de este primer domingo nos describe el adviento como ese doble movimiento que se da en la historia de la salvación, de la historia de Dios con los hombres. En el primer movimiento, Dios tiene la iniciativa: es el Dios que vino, que viene y que vendrá, con un continuo entrar en nuestras situaciones para sanarlas y salvarlas. El segundo movimiento, salido del corazón del hombre, es la espera y la vigilancia con que hemos de acoger al Señor. El Señor que llega, el hombre que le espera con una actitud vigilante. Mirando al Señor que ya vino hace 2000 años, nos preparamos a recibirle en su última venida al final de los tiempos, acogiendo al que incesantemente llega a nosotros, a nuestras vidas y a nuestro corazón, en nuestro hoy de cada día.
“Por tanto, estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora” Mt 24, 41), nos dice el Señor en el Evangelio de hoy. No son unas palabras que pretendan causarnos miedo, sino una llamada seria de atención para que cuando Él manifieste su gracia en nuestros corazones, cuando se haga presente en nuestra vida, cuando él salga a nuestro encuentro en una nueva vida humana podamos sencillamente reconocerlo. Así dice una antigua oración: “Oh Dios que vendrás a manifestarte en el día del juicio, manifiéstate primero en nuestros corazones mediante tu gracia”.
El Evangelio de hoy centra nuestra mirada en Jesucristo: todo termina en Él. La historia del mundo, nuestra propia existencia y la de todo ser humano se verán expandidas por este encuentro definitivo hacia el que caminamos. Todo camina hacia el encuentro con el Señor Jesús, el Hijo del hombre. Esta certeza de nuestra fe es lo más importante. En contra de las apariencias contrarias, la historia de los hombres no está tejida por el azar, por las intervenciones de algunos grandes genios o por las decisiones de los poderosos.
No. En lo profundo de la historia del hombre, opera el poder de Dios manifestado en Cristo, muerto y resucitado para la Vida del hombre. Dios ha enviado a su Hijo Jesucristo al mundo en nuestra condición humana. Con la Encarnación del Verbo, el Hijo de Dios, Dios mismo ha entrado en nuestra historia, se ha hecho Enmanuel, el Dios-con-nosotros, Dios mismo ha asumido nuestra naturaleza, se ha hecho uno de los nuestros, en todo semejante a nosotros menos en el pecado; por su muerte y resurrección ha vencido el pecado y la muerte, nos ha remido y salvado. Jesucristo no ha cesado de estar presente en nuestro mundo y en nuestra historia, de un modo muchas veces impalpable y discreto, pero seguro, como nos dice el Evangelio. Creemos que Jesucristo se halla presente en el mundo con una presencia real, aunque discreta y misteriosa. Al fin de los tiempos esta presencia aparecerá en el gran día. Ya no tendremos que creer en ella, porque la veremos. Seremos inundados de certeza y colmados de felicidad.
En el Adviento nos preparamos a la celebración del Nacimiento del Hijo de Dios. El Señor Jesús, el Hijo de Dios encarnado, es el “sí” definitivo de Dios al ser humano, a todo ser humano: todo ser humano es fruto del amor creador de Dios y está llamado participar sin fin de la Vida y Amor de Dios. El Señor Jesús es el ‘sí’ definitivo de Dios al sufrimiento humano, también de las mujeres traumatizadas a causa del aborto. El Señor Jesús es el ‘si’ a la esperanza de los hombres, que nos asegura que es otro posible otro mundo, en que se acoja, proteja y defienda la vida naciente o en cualquier estadio de de su desarrollo. El Año litúrgico, que hoy comenzamos, es el recuerdo y la celebración en nuestro hoy del misterio de Cristo que, con su encarnación, muerte y resurrección, ha llevado a la humanidad a su única y verdadera plenitud.
Por todo ello, el Adviento, preparación a la Navidad, es una llamada a avivar la esperanza cristiana. Jesucristo, con su vida, muerte y resurrección, ya ha traído la salvación, la vida en Dios a los hombres, y nos emplaza a nuestra fidelidad. Nuestra esperanza es una esperanza gozosa, segura y, a la vez, exigente; arraiga en el amor incondicional de Dios hacia todo ser humano, huye de los optimismos frívolos, lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud escatológica del momento definitivo de Dios.
“A ti, Señor, elevo mi alma; Dios mío en ti confío no quede yo defraudado; que no triunfen de mi mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados”, así ora el salmista (Sal 24, 1-3) como nos recuerda la antífona de entrada de la Misa de hoy. Movidos por esta esperanza en Dios, Dios del amor y de la vida, manifestado en Cristo, nuestro compromiso se hace, esta tarde –noche, oración por toda vida humana, especialmente por la vida humana naciente. Recordemos: El Nacimiento del Hijo de Dios es el gran Sí de Dios a la vida humana, a toda vida humana. Con su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido, en cierto modo, con todo hombre; a la vez que nos revela el misterio del Padre Dios y de su amor, manifiesta así plenamente quién es el hombre al propio hombre: Cristo nos descubre la sublimidad de la vocación a que está llamado todo ser humano: es creado por Dios por amor y para la Vida. Agradezcamos al Señor, que con su Nacimiento y con el don total de sí mismo, ha dado sentido y valor a toda vida humana e invoquemos su protección sobre cada ser humano llamado a la existencia.
La vida humana se ve amenazada hoy a causa de una ‘cultura’ relativista , hedonista y utilitarista, que ofusca la razón para descubrir la dignidad propia e inviolable de cada ser humano, cualquiera que sea el estado de su desarrollo. Hemos de ser conscientes de las amenazas que se ciernen sobre la vida naciente como consecuencia de la llamada ‘cultura de la muerte’, de las leyes que permiten la píldora abortiva y el aborto e, incluso, que se atreven a declararlo, contra toda justicia, como un ‘derecho’. La banalización de la sexualidad y del aborto está minando la conciencia moral de muchos bautizados, especialmente de los más jóvenes. Así lo detectamos de modo creciente en las conversaciones, en las catequesis de Confirmación o en las clases de Religión.
Nos toca vivir en un contexto dominado por un eclipse de la conciencia moral sobre el valor y la dignidad de la vida humana. El aborto, cada día más extendido también entre nosotros, tiene una malicia real. Porque no estamos ya ante el aborto como un hecho inicuo que se comete de forma particular; estamos ante una realidad de enormes proporciones que busca su propia justificación al margen de la Ley de Dios y de los más elementales principios morales de la razón humana. Hemos de tomar conciencia de que el aborto es una auténtica estructura de pecado, que busca la deformación generalizada de las conciencias para la extensión de su maldad de modo estable.
Por ello hemos de orar a Dios, único Dueño de la vida, para que convierta las mentes y los corazones. Oremos por la conversión de la mente y del corazón: en nosotros mismos, para que sepamos acoger, proteger y defender la vida humana naciente en todo momento siendo testigos del Evangelio de la vida; oremos por nuestras familias y por nuestros, que se ven fácilmente arrastrados por la mentalidad pro-abortista circundante. Oremos a Dios por la conversión de la mente y del corazón de los legisladores y de todos aquellos que hacen del aborto un negocio sumamente lucrativo. Oremos a Dios para que la cultura de la muerte sea sustituida en nuestra sociedad por la cultura de la vida: una cultura que acoja con alegría y promueva la vida humana y tutele su dignidad sagrada.
Como Iglesia tenemos el deber de dar voz con valentía a quien no tiene voz y de afirmar una vez más con firmeza el valor de la vida humana y de su carácter inviolable. Todos, pero especialmente, los sacerdotes, catequistas, profesores de religión y padres de familia estamos llamados a acoger cordialmente y a anunciar sin miedos ni complejos el Evangelio de la vida en comunión efectiva con la tradición viva y el Magisterio de la Iglesia.
Por intercesión de Santa María elevo mi voz a Dios y le pido que nos conceda la gracia de saber acoger con gratitud, de respetar, de defender, de amar y de servir a toda vida humana. Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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