La fe en la resurrección de Jesús
Queridos diocesanos:
“Este es el Día en que actuó el Señor”, canta gozosa la Iglesia el Día de Pascua de Resurrección: Es un día de triunfo, de gloria y de promesas cumplidas. Celebramos la Pascua, porque es el día de la resurrección del Señor. Por esto, cielos y tierra cantan el aleluya, alaban al Señor. Tal como proclamamos en el Símbolo de la fe, en el Credo, Cristo después de su crucifixión, muerte y sepultura, “resucitó al tercer día”.
El evangelio de este día nos invita a dejarnos llevar por la luz de la fe ante el hecho del sepulcro vacío de Jesús. En un primer momento, las mujeres y los mismos Apóstoles quedaron desconcertados ante el sepulcro vacío. Después entendieron su sentido y comprendieron su sentido de salvación a la luz de las Escrituras. El cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, ya no estaba allí; no porque hubiera sido robado, sino porque había resucitado. Aquel Cristo a quien habían seguido era el Viviente. En El había triunfado la vida. Cristo resucitado era el vencedor de la muerte.
La Resurrección de Cristo no es un mito para cantar el eterno retorno de la naturaleza o el proceso interminable de continuadas reencarnaciones. No es una vuelta a esta vida para volver a morir desesperadamente. Tampoco es una “historia piadosa” nacida de la credulidad de las mujeres o de la profunda frustración de un puñado de discípulos, ni un hecho histórico hundido en el pasado, pero sin actualidad ni vigencia para nosotros. La Resurrección de Jesús es un acontecimiento real e histórico que sucede una sola vez y una vez por todas: El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre.
Ciertamente que el suceso mismo de la Resurrección, el paso de Jesús de la muerte a la vida gloriosa, no tiene testigos. Las mujeres, los Apóstoles y los discípulos se encuentran con Cristo una vez resucitado. La “tumba-vacía” no es una prueba directa e irrefutable de la Resurrección; la tumba vacía es un signo esencial, el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección (cf. CaIC 620). Para aceptar el hecho de la Resurrección es necesaria le fe, es necesario el encuentro personal con el Resucitado y dejarse sorprender por la acción omnipotente de Dios, ayudados por el testimonio de quienes se encontraron con el Resucitado. La resurrección del Señor no es un acontecimiento puramente subjetivo, algo que sucediera tan sólo en el interior de la fe de un grupo de discípulos. Es el encuentro real con el Resucitado, el que hizo posible la fe y no la fe la que produjo la Resurrección. Cristo Resucitado sale al encuentro de la incredulidad de sus discípulos. “Si no veo en sus manos la señal de los clavos… no creeré”, dice Tomás. No obstante las contradicciones y oscuridades de los relatos, una cosa clara nos dicen los textos del Nuevo Testamento: Jesús vive, Él es el Señor Resucitado y así se presenta a sus discípulos.
¡Cristo ha resucitado! Como en el caso de los discípulos, la Pascua pide de nosotros un acto de fe. Nos pide creer que Cristo vive; nos pide el encuentro personal con El y acogerle como nuestro Redentor. Nos pide creer que en Cristo Resucitado tenemos la Vida verdadera. Nuestra fe se basa en el testimonio unánime y veraz de aquellos que trataron con él en directo en los cuarenta días que permaneció resucitado en la tierra. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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