La misericordia divina
Queridos diocesanos:
Juan Pablo II llamó al segundo Domingo de Pascua ‘Domingo de la Misericordia divina’. La misericordia es un segundo nombre del amor divino; es el amor más grande, el amor en su aspecto más profundo, el amor en su actitud de compasión ante cualquier necesidad y el gesto de aliviarla, y el amor en su inmensa capacidad de perdón.
Al contrario de lo que pudiera parecer, la misericordia no es expresión de un espíritu débil y apocado, sino que la manifestación del amor que todo lo puede. Sólo el que es poderoso puede permitirse ser misericordioso. La misericordia es verdadera cuando engendra ternura, bondad, perdón y ayuda.
Jesucristo, su persona, sus palabras y obras son la manifestación de la misericordia de Dios: la Encarnación del Verbo no es sólo obra de la caridad de Dios, sino también revelación suma de la misericordia divina. Jesucristo es y muestra el rostro misericordioso del Padre, rico en misericordia. Desde su nacimiento a la resurrección, Jesús es la narración más completa de la misericordia de Dios Trinidad, de Dios amor, Jesús ve, habla, actúa y cura, movido por la piedad y la misericordia hacia los necesitados, desheredados y enfermos de todo tipo. Sus palabras más vivas son las parábolas de la misericordia.
El misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús es el vértice de la revelación de la misericordia divina: la ofrenda del Hijo al Padre misericordioso en el abrazo de caridad del Espíritu Santo. Por amor el Padre envía al Hijo al mundo; por amor, Cristo se ofrece al Padre para la redención de la humanidad pecadora; y, por amor, Cristo resucitado dona a su Iglesia el Espíritu Santo. El último gesto de Cristo resucitado fue la entrega a los discípulos del poder divino de perdonar los pecados. Creer en Dios es creer en la misericordia y el Cristo pascual es la encarnación definitiva de la misma, su signo viviente.
La existencia entera de Jesús estuvo tan empapada de bondad y misericordia que san Juan define a Dios con una sola palabra: Dios es amor. Así se lleva a cumplimiento la revelación del nombre de Dios: El que es (Ex 3 14), el piadoso y misericordioso (Ex 34,6), es amor (1 Jn 4,16).
Si el amor es la naturaleza de Dios, también la criatura, imagen semejante a Dios, está llamada a ser misericordia (Lc 6,36). Se trata de adquirir la perfección de la caridad del Padre. Él nos conforta en nuestras tribulaciones para que podamos nosotros consolar a los atribulados. Así lo ha hecho Jesús. Por eso la misericordia es la bienaventuranza del discípulo de Cristo (Mt 5,7).
Hay un progreso, una cadena de vida que va del Padre a la humanidad: por amor el Padre entrega a su Hijo y éste, en la cruz, también por amor, entrega su espíritu. En Jesucristo el amor se ha hecho torrente que va de Dios al hombre capaz de inundar los corazones de la humanidad. Dios es amor y llama al hombre, creado a su imagen, a ser en este mundo manifestación de ese amor. El amor constituye la esencia última de todo y, fuera del amor, nada tiene existencia permanente. Nunca nos cansaremos de meditar y pedir el don de amar como Dios ama. En ello está el secreto de la vida y la felicidad más completa.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!