Pasión por el Evangelio
Queridos diocesanos:
En el Día del Seminario se hará presente un año más en nuestras comunidades una intención prioritaria de nuestra Iglesia diocesana: las vocaciones al sacerdocio y nuestros seminarios. Es ésta una intención que debería estar presente todos los días del año entre nosotros. Porque todos hemos de orar por las vocaciones al sacerdocio y nos hemos de implicar en la promoción de las vocaciones sacerdotales.
Nos urge mucho intensificar nuestro cariño y compromiso por nuestros Seminarios. En ellos se forman los futuros pastores, llamados a ser testigos del amor de Dios para todo hombre y mujer; unos pastores que estén enamorados de Jesucristo y apasionados por el Evangelio. Estos son los sacerdotes que necesita nuestra sociedad, y también los necesitan nuestras comunidades eclesiales llamadas a una nueva Evangelización.
Ser sacerdote es una cuestión de amor apasionado por Jesucristo, por el Evangelio y por el bien de las personas y de la sociedad. Sentir pasión por el Evangelio es posible porque el Evangelio no es primariamente un mensaje, un conjunto de ideas encomiables, sino fundamentalmente una persona: Cristo Jesús, el Hijo de Dios vivo, que invita al encuentro con Él para estar con él, a conocerle y amarle con corazón indiviso: sólo Él es el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida. Sólo estando en Él se puede ser testigo apasionado suyo y del Evangelio. Un amor apasionado así solo puede nacer del corazón de Dios quien se ha apasionado primero por el hombre. El mismo Dios es quien llama, quien toca el corazón en la intimidad de cada hombre, quien suscita la pasión por el Evangelio en cada ser humano, especialmente en aquellos a quienes llama a ser testigos en la Iglesia de la incesante fecundidad del Evangelio: los sacerdotes.
Tener pasión por el Evangelio solo es posible si se contempla a Cristo como origen y raíz del Evangelio. De los episodios de la vida de Jesús, de sus palabras incisivas y de sus gestos de misericordia brota un estilo de vida evangélico del que el sacerdote es testigo y portador. En la contemplación de Cristo, presente y actuante en la Eucaristía y la Palabra, fermenta el estilo evangélico, que se alimenta de una incesante pasión por el Evangelio y se aviva en el contacto habitual con Cristo en la oración y los sacramentos.
Hoy no es fácil hablar de la vocación al sacerdocio y, menos aún, hacer una propuesta vocacional. La cultura actual propugna un modelo de ‘hombre sin vocación’. El futuro de niños, adolescentes y jóvenes se plantea, en la mayoría de los casos, reducido a la elección de una profesión, sin apertura al misterio de la propia vida, a Dios o al propio bautismo. Y, sin embargo, una mirada creyente descubre que todos tenemos una vocación. Dios llama a cada uno a la vida con un proyecto para cada uno. La nueva vida recibida en el bautismo desarrolla esa llamada de Dios. El tiene también un plan concreto para cada uno en la Iglesia y en el mundo. La vocación es el pensamiento amoroso de Dios sobre cada uno. En ella encuentra cada uno su nombre y su identidad, que garantiza su libertad y su felicidad.
Ayudemos todos –en especial los padres, los sacerdotes y los catequistas- a nuestros niños, adolescentes y jóvenes a hacerse sin miedo esta pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga en mi vida”. Si sienten la llamada al sacerdocio, ayudémosles a responder con alegría y generosidad. Será nuestro mejor servicio a su felicidad.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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