Vigilia de Espigas
VIGILIA EN LA FIESTA ANUAL DE LAS ESPIGAS
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Artana, Iglesia Parroquial – 6 de junio de 2009
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(Dt 4,32-34.39-40; Sal 32; Rom 8,14-17; Mt 28,16-20)
Hermanos y hermanas en el Señor!
Este bello pueblo de Artana, hoy aún más bello porque se ha engalanado para el paso de su Señor por sus calles y plazas, nos acoge para nuestra celebración anual de la Fiesta de las Espigas. Cuantos hoy nos hemos acercado hasta aquí fijamos nuestra mirada con gozo en Jesucristo, hecho pan de vida por nosotros, para que bendiga nuestros campos y cosechas.
Con emoción renovada cantamos al Amor de los amores, porque Dios está aquí. Se nos ha dado a conocer y sabemos con la certeza de la fe, la mayor de las certezas, que, en el pan y vino eucarísticos, el Señor “está realmente presente entre nosotros. Su presencia no es estática. Es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a Él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de todos nosotros uno con El. De este modo nos inserta también en la comunidad de los hermanos, y la comunión con el Señor siempre es también comunión con las hermanas y los hermanos. Y vemos la belleza de esta comunión que nos da la santa Eucaristía” (Benedicto XVI). ¡Que belleza, que hermosura es la de estar todos unidos en el Señor Eucaristía! Somos distintos, venimos de procedencias diversas y tenemos maneras de pensar distintas, cada uno atravesamos por situaciones particulares diferentes para unos y otros; y, sin embargo, todos estamos unidos en una unidad en torno al Señor, presente en persona, con su cuerpo y alma, con su divinidad entera, en el Pan de la Eucaristía.
Cristo-Jesús Eucaristía es el Amor de los Amores. Es Dios mismo, quien está aquí. Cristo en la Eucaristía nos muestra el verdadero rostro de Dios, del Dios Uno y Trino, cuya Solemnidad hoy celebramos con toda la Iglesia católica.
Detengámonos, hermanos, unos instantes en el Misterio de la Santísima Trinidad, el misterio central de nuestra fe. Como nos recuerda la primera lectura, de Dios conocemos lo que el mismo nos ha revelado a través de sus obras y de sus palabras: las obras de la creación y de la historia de Salvación con su pueblo; pero de Dios conocemos, sobre todo, lo que su Hijo, Jesucristo, la Palabra nos ha revelado. El rostro de Dios que nos ha revelado Jesucristo es que Dios es Amor, comunión de vida y de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Dios es ante todo Vida divina, la vida del Padre comunicada en el Hijo y revelada en Él en plenitud: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” (Mc. 11,27). Dios es Amor, un Amor en tres Personas. El Padre-Dios es el que ama; el Hijo-Dios es el amado y el Espíritu Santo-Dios es el amor con que el Padre ama y el Hijo es amado. Una sola realidad, un solo Dios, comunión de vida íntima, plena y dichosa en el amor de las tres Personas. El Padre es el origen, fuente del Hijo y del Espíritu Santo, creador, sabiduría creadora de todo, se expresa en el Hijo y se contempla en Él con una complacencia infinita, eterna. El Hijo es el Verbo, la Palabra, la Imagen del Padre, su Hijo único nacido antes del tiempo, Dios de Dios, eterno como el Padre. El Hijo es Imagen del Dios invisible, Sabiduría, Verdad, Belleza de Dios. Es el Redentor: “Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación…”
El Padre y el Hijo dan la plenitud de vida divina al Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo es el vínculo amoroso y personal del Padre y del Hijo, la Bondad la Santidad, la Dicha, la Bienaventuranza
El Dios Uno y Trino que es Amor no vive para sí. Dios mismo ha querido hacer partícipe de su misma vida de amor al hombre, al que crea a su imagen y semejanza. El ser humano, el hombre y la mujer, no son fruto del azar, sino que son creados por Dios por amor y para el amor, que tiene su fuente y su meta en el Dios Uno y Trino.
El Espíritu Santo es quien nos comunica el amor de Dios. El es “Señor y dador de vida divina para nosotros”. El nos santifica, él es nuestra vida. De Dios venimos, estamos hechos a su imagen y semejanza, que ha quedado restablecida por el Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por el que hemos entrado en la corriente de la vida y del amor de Dios. En nosotros está presente por el Espíritu, somos su templo. En Dios vivimos, nos movemos y existimos; hacia él caminamos; en él está nuestra meta. Todo nos viene del Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Hemos de recuperar el sentido de Dios, Uno y Trino, en nuestras vidas. Porque lo importante, lo decisivo, la única y verdadera realidad es Dios y la vida en Dios, que es el Amor. Esto es lo fundamental para el cristiano, esto es lo nuclear para la humanidad.
Este amor de Dios “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado” (Rom, 5, 5). “Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom 8, 17). Y como nos recuerda San Pablo hemos de dejarnos llevar por el Espíritu de Dios, viviendo la caridad que es la ley en su plenitud (cf. Rom 13,10). Estamos llamados a vivir del amor de Dios y en la perfección del amor, estamos llamados a la santidad.
En el sacramento de la Eucaristía, Cristo realmente presente y vivo; ahí lo tenemos todo. Ahí está el centro de nuestra fe, de nuestra vida cristiana, la verdad de Dios y del hombre. Ahí está todo el Amor y la Vida que el hombre necesita; ahí está Dios que es Amor, sin el que el hombre no puede vivir.
En el Cuerpo de Cristo, en el pan de Vida, que hoy adoramos y escuchamos, contemplamos y seguimos, tenemos el núcleo de la fe y el fondo de la realidad del hombre. Ahí encontramos la imagen cristiana de Dios y también la imagen del hombre y de su camino. En Cristo, Hijo de Dios vivo, hecho Eucaristía, cuerpo, carne, pan entregado por nosotros, se nos muestra y ofrece a los cristianos, por pura gracia y don de Dios, la entraña, esencia o novedad del cristianismo; e inseparablemente se nos ofrece, no sólo a los cristianos, sino a todo hombre de buena voluntad, lo que concierne a todos, lo que es válido y universal, lo que es decisivo a todo hombre y a la comunidad humana, lo que está en el fundamento: El amor, la verdad que se realiza en el amor.
En la Eucaristía está todo el amor de Dios, del cual él mismo nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás. Por eso, Benedicto XVI nos invita a “poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan”, para comprender que ‘Dios es amor’. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir qué es el amor. Y desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar” (Encíclica Dios es amor n. 12), en el que, en modo alguno, son separables el amor de Dios y el amor a los hombres. “No se trata ya, dirá el Papa, de un ‘mandamiento’ externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor” (n. 18).
En el Sacramento del Altar tenemos el Amor, tenemos a Cristo el Señor, el Amor de Dios encarnado. Porque en esto hemos conocido el amor: en que Dios ha enviado a su Hijo en carne, y se ha hecho Enmanuel, Dios-con nosotros, con los hombres para siempre irrevocablemente. “¿Quién podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo?”. Ahí está el futuro y la esperanza para una humanidad que necesita el verdadero amor.
Venid adoradores, adoremos. Como dice San Agustín: “Nadie come de esta carne sin antes adorarla … pecaríamos si no la adoráramos”. Una adoración que se ha de convertirse en unión: unión con el Señor vivo y después con su Cuerpo místico, la Iglesia
Sí, queridos hermanos y hermanas, tenemos necesidad de Dios, de Dios que es amor y fuente de todo amor; tenemos necesidad del Dios verdadero, que ha mostrado su rostro en Jesucristo. Este Rostro que ha sufrido por nosotros, este Rostro de amor que transforma el mundo como se transforma el grano de trigo que cae en tierra y engendra vida, esperanza, amor fecundo que sacia el hambre del hombre. Tenemos la certeza, por eso estamos aquí, de que Cristo es la respuesta a la necesidad más profunda de todo hombre, que es la necesidad de Dios; tenemos la certeza de que sin el Dios concreto, el Dios con el Rostro de Cristo, el mundo se autodestruye; tenemos la certeza de que no es verdadero un racionalismo cerrado que piensa que solo el hombre y sólo por si mismo puede construir el verdadero mundo mejor, más justo, mas solidario, más humano.
El hombre se autodestruye si el Dios revelado en el rostro de Cristo, que es amor, desaparece de su horizonte y de su vida. Hoy, ante el Señor, ante la renovación del misterio eucarístico, ante el Cuerpo de Cristo, Rostro verdadero de Dios, contemplado y adorado, renovamos esta esperanzadora certeza: “Señor, Tú tienes palabras de Vida eterna”. Él es, en verdad, el pan de la Vida, El es la Vida, El es la Verdad y sólo caminando sobre su senda andamos en la dirección justa. Caminemos en Cristo y ayudemos otros a encontrarse con Él. El Señor nos dice de nuevo esta noche: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28, 18),
¡Que Dios nos conceda avivar nuestra fe y fortalecerla en el Cuerpo de Señor, en su presencia en medio de nosotros par ser sus testigos en nuestro mundo necesitado de Dios! ¡Que María, la mujer Eucarística, nos ayude a fortalecer nuestra fe y nuestro amor a la Eucaristía! Amen
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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