Año Santo de la Misericordia
El segundo Domingo de Pascua es el Domingo de la Divina Misericordia. Así lo llamó e instituyó san Juan Pablo II el año 2000. El Papa ya lo había anunciado durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, el 30 de abril de ese mismo año, como «una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros». Sor Faustina había dejado escrito que «la humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia» (Diario, 300). Esta Fiesta quiere hacer llegar al corazón de cada persona que Dios es misericordioso y nos ama a todos, que podemos confiar plenamente en su misericordia y que Dios nos llama a ser siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones.
El Papa Francisco ha decidido dedicar todo un año santo a la Misericordia. Lo anunciará de modo oficial y solemne mediante la lectura de la Bula en el día de la Fiesta de Divina Misericordia de este año. Este año santo se iniciará este año con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica Vaticana en la solemnidad de la Inmaculada y concluirá el 20 de noviembre de 2016, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. El Santo Padre, al inicio del año, exclamó: “Éste es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de misericordia».
En la octava de Pascua hemos cantado: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118, 1). La misericordia es el amor divino en su aspecto más profundo, en su actitud de aliviar cualquier necesidad y en su infinita capacidad de perdonar. No es expresión de debilidad, sino la manifestación de un amor que todo lo puede. Sólo el que es poderoso puede permitirse ser misericordioso. La verdadera misericordia es engendra compasión, ternura, bondad, perdón y ayuda.
La misericordia divina nos llega a través de Cristo crucificado y resucitado, que nos muestra el verdadero rosto de Dios. Cristo mismo, crucificado y resucitado, es el Amor y la Misericordia divina en persona, que la derrama sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu Santo. La muerte y la resurrección de Cristo es un prodigio de la misericordia de Dios que cambia radicalmente el destino de la humanidad; un prodigio en el que se manifiesta plenamente el amor del Padre, que no se arredra ni siquiera ante el sacrificio de su Hijo unigénito. Con el salmo cantamos que Dios-Padre es absolutamente fiel a su misericordia eterna hacia el hombre. Creer en Dios es creer en su misericordia.
El amor de Dios es más fuerte que el egoismo, que el pecado y que la muerte. Dios sale a nuestro encuentro, y nos invita a acoger su misericordia y su perdon en el sacramento de la penitencia. Así nos capacatita y enseña a perdonar al prójimo. Amar a Dios y amar al próximo es el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia entera. No es fácil amar con un amor verdadero, que incluye la compasión y el perdón. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad y de su misericordia. Fijando nuestra mirada en Dios, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de bondad y perdón: en una palabra, con ojos y con obras de misericordia. Si aprendemos el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible establecer un estilo nuevo de relaciones entre las personas y entre los pueblos. Desde este amor podremos afrontar los desafíos más diversos y la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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