El cristiano ante la Semana Santa
Ante la proximidad de la Semana Santa es conveniente prepararse para celebrar con espíritu cristiano estos días. Tantos elementos añadidos a la Semana Santa van empañando y desdibujando lo fundamental. Pero el olvido de lo esencial es como un virus o una carcoma, que mina y destruye todo poco a poco sin advertirlo.
Cristianos y comunidades, cofrades y cofradías no podemos olvidar cuál es el núcleo vital de la Semana Santa. La llamamos ‘santa’ porque ha sido santificada por la pasión, muerte y resurrección del Señor. Estos hechos son la prueba definitiva y permanente del amor misericordioso de Dios a los hombres, manifestado en la entrega total de su Hijo hasta la muerte y en su resurrección a la vida gloriosa. Cristo muere y resucita para liberarnos del pecado y de la muerte, y para devolvernos a la vida de amistad y de comunión con Dios y con los hombres. Lo que aconteció hace casi dos mil años, se hace actual en la liturgia y se expresa en las procesiones de Semana Santa.
Para celebrar de verdad el misterio del amor misericordioso de Dios, todo cristiano y, por tanto, todo cofrade, debe entrar en la Semana Santa con espíritu de fe y de conversión. Han de ser días de profunda vida espiritual, acogiendo la llamada de Dios a la conversión de nuestra vida vieja de pecado a la vida nueva de gracia de Dios. Es momento para preguntarse cómo está nuestra fe y nuestra vida cristiana; ante lo que no está de acuerdo con nuestra condición de cristianos es el momento de acoger la misericordia de Dios en el sacramento de la Penitencia, es decir dejarnos reconciliar y abrazar por Dios.
Son días también para la oración, para intensificar nuestra relación personal y comunitaria con Dios mediante la escucha atenta y la meditación contemplativa de la Palabra de Dios. La Semana Santa no sólo nos recuerda la pasión, muerte y resurrección del Nazareno como algo del pasado; nos ayuda a encontrarnos o reencontrarnos con Él, el Viviente, en su Palabra y en los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, de sentir la cercanía de Dios en la Liturgia y en las procesiones. La fe solo se mantiene fe viva mediante una sincera relación de amistad con Dios en Cristo.
Esto plantea una pregunta elemental para todo cofrade. ¿Eres sólo cofrade o eres también y ante todo cristiano? No es una pregunta retórica. Se puede ser, en efecto, un buen cristiano y un buen cofrade. Pero puede darse también el caso, de que haya cofrades que olviden la condición previa que los define como tales: el cofrade es, antes de nada, un fiel cristiano. Puede que haya cofrades para quienes lo importante es desfilar vestidos con hábito en la procesión, y no tanto vivir como cristianos. Ante esto resuenan las palabras de la Virgen: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Y Él, Cristo, el Señor, muerto y resucitado, nos dice: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Y en otro lugar: “Yo soy la vid verdadera” (Jn 15,1). Y añade que el sarmiento -el cristiano, y el verdadero cofrade lo es y debe serlo antes de nada- no puede dar fruto si no permanece unido a la Vid (cf. Jn 15,4).
Sin la unión a Cristo, sin una fe cristiana viva, profesada en comunión con la Iglesia, celebrada en la Liturgia y vivida en la caridad, sin una vida moral coherente con la fe de los cofrades, las cofradías pierden su alma y las procesiones se quedan en meras representaciones. Os invito, pues, a vivir con verdadero espíritu esta Semana Santa.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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