El ejercicio cuaresmal
Queridos diocesanos:
La Cuaresma es un tiempo de gracia y de salvación. “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la Salvación”, nos dice San Pablo (2 Cor 6,2). El tiempo cuaresmal es como una peregrinación que nos prepara a la celebración gozosa de la Pascua de Señor; por ello, es también una etapa en nuestro camino hacia la cumbre santa de nuestra propia resurrección. La Palabra de Dios nos invita a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida renovada, convertida y reconciliada. Este tiempo santo nos ofrece a todos la oportunidad de renovar nuestro espíritu de fe, de avivar nuestro amor a Dios y a los hermanos, y de fortalecer nuestra coherencia de vida con el Evangelio.
Dios es misericordia y amor infinito. En su Hijo Jesucristo, Dios sale a nuestro encuentro, se hace cercano a todos los hombres y nos reconcilia consigo, con los demás y con la creación. En la persona de Cristo, Dios no deja de llamarnos e invitarnos a la amistad con Él. Tan sólo tenemos que responder a sus invitaciones. Los medios que nos preparan para el encuentro con Dios son los descritos por Jesús en el evangelio: la oración, el ayuno y la limosna. Ese triple ejercicio nos ayuda a que el paso de Dios por nuestras vidas no sea en vano. Es verdad que la oración, el ayuno y la limosna son acciones por todos nosotros conocidas. Pero ¿las hacemos y las hacemos bien?, ¿las hacemos simplemente porque están mandadas?, y ¿sabemos ir más allá del puro formalismo?
La oración es estar con Dios, dejarse hablar e interpelar por Él. Dios nos precede siempre. La oración es una práctica vital para nuestra vida espiritual. No en vano se la ha definido como la respiración de nuestra alma. Si nos falta la oración, la muerte de nuestra alma está asegurada. Sería bueno, para ser constantes en ella, proponernos para esta cuaresma momentos precisos de oración, a poder ser al comienzo de cada jornada, antes de cualquier otra acción. Tonificados, iluminados por la oración, nuestro trabajo será distinto y se tornará auténtico apostolado.
Junto a la oración, el Señor nos propone el ayuno. El ayuno es autocontrol, negación de sí mismo, ascesis, búsqueda de un equilibrio en nuestra escala de valores, renuncia a las cosas superfluas, incluso a lo necesario, sobre todo si su fruto redunda en ayuda a los más necesitados. En un mundo dominado por el consumismo, que potencia el endurecimiento del corazón ante tanta pobreza y sufrimiento, necesitamos ayunar. Y hemos de hacerlo no porque nos guste el ayuno o para ganar méritos delante de Dios, sino para ayudar a los necesitados. El ayuno de los ricos debe convertirse en alimento de los pobres. Ayunar no sólo de alimentos materiales, sino también de todo aquello que engorda nuestro orgullo y bloquea nuestra apertura a Dios y al hermano; ayunar de todo aquello que potencia los vicios, las pasiones, las ataduras a las cosas y el egocentrismo. Hemos de ayunar, en definitiva, de todo aquello que mata nuestro amor a Dios y a los hermanos.
Junto a la oración y al ayuno, el Señor nos propone el ejercicio de la limosna. La obra clásica cuaresmal de la limosna, es ante todo caridad, comprensión, preocupación activa por el bien del otro, amabilidad, perdón, aunque también limosna a los más necesitados de cerca o de lejos. Hemos de saber compartir nuestro dinero. Pero también nuestro tiempo. Necesitamos aligerar nuestras mochilas para recorrer con presteza el itinerario cuaresmal. Así llegaremos llenos de alegría a la meta de la Pascua.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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