La JMJ(I): Don de Dios y aliento de esperanza
Queridos Diocesanos:
Aún está fresca en nuestra memoria y en nuestro corazón la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Hemos asistido a un “acontecimiento eclesial emocionante”, a una “manifestación de fe para España y, ante todo, para el mundo”. Así resumió Benedicto XVI en su Audiencia general del miércoles siguiente a la conclusión de la JMJ su vivencia de esos intensos días. En verdad: la JMJ ha sido un acontecimiento desbordante de la gracia de Dios, un nuevo Pentecostés para toda la Iglesia, incluida nuestra Iglesia diocesana, y para toda la humanidad.
En realidad todo el año en que nos hemos ido preparando para la JMJ ha sido un año de gracia de Dios. Dios nos ha ofrecido a todos, especialmente a los jóvenes, la inestimable oportunidad para encontrarnos con Cristo, de modo que, arraigados y edificados en Él, permanezcamos firmes en la fe. Recordemos las catequesis preparatorias en parroquias, movimientos y grupos, las vigilias mensuales de oración con los jóvenes y los días inolvidables de la presencia de la Cruz y del Icono de la JMJ a lo largo y ancho de la geografía diocesana. Y cómo vamos a olvidar los días previos a la JMJ en nuestra diócesis con los más de mil jóvenes de los más distintos países, que tan gozosa y generosamente fueron acogidos por parroquias y familias, y acompañados por el servicio gratuito de tantos voluntarios; especialmente gozosas fueron la Eucaristía en la Catedral de Segorbe, repleta de jóvenes, así como la Vigilia y la Misa del envío en el Pinar del Grao de Castellón.
Y, como colofón de todo, los días en Madrid junto al Santo Padre: han sido días de alegría desbordante, de encuentro con el Señor Jesús, de fiesta y de celebración de nuestra fe cristiana; días en que hemos experimentado la fraternidad cristiana y la catolicidad de nuestra Iglesia; días de reflexión y de profundización en la fe, compartiendo dificultades y proyectos; días para acercarse a la misericordia de Dios en el Sacramento del perdón y de oración silenciosa ante el Señor-Eucaristía, días de testimonio, de vocación y de misión. Días en que hemos sentido muy cercana la presencia amorosa de María, la Madre de la Iglesia.
Alguien me comentó días después de la JMJ: “¡Cómo lo necesitábamos!”. En verdad que la JMJ ha sido una bocanada de aire puro y fresco para los cristianos y para nuestra Iglesia; un aldabonazo que nos ha desperezado de nuestro apocamiento tedioso y que nos ha alentado en nuestra esperanza en el futuro de la Iglesia. La alegría profunda y nada superficial de tantos millares de jóvenes por su seguimiento de Cristo y por su pertenencia a la Iglesia del Señor nos ha hecho experimentar que la Iglesia está viva y es joven. Son jóvenes de su tiempo, que, a pesar de sus dificultades, y, a veces, dudas, tropiezos e incoherencias, quieren seguir a Jesucristo con la frescura, la fuerza y contagio de su juventud; jóvenes que, arraigados y edificados en Cristo, quieren vivir el Evangelio en el seno de la Iglesia; jóvenes que quieren dar testimonio de Cristo ante sus coetáneos para ayudarles a encontrarse con Él.
Dios ha estado grande, muy grande, con nosotros, y estamos alegres. Por todo ello damos gracias a Dios, a los organizadores, colaboradores y voluntarios de la JMJ.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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