Tiempo de descanso y restauración interior
Queridos diocesanos:
En los meses de verano muchos disfrutan del merecido descanso. Durante el tiempo de vacaciones se busca a toda costa el descanso. Pero los caminos que se eligen muchas veces no llevan al reposo porque son equivocados. Vivir las vacaciones no es sólo y exclusivamente dejar el trabajo o buscar un cambio de ritmo. La mayoría de las veces se vuelve de vacaciones más cansado que cuando estas se iniciaron. Y esto ocurre porque no se ha dado con la clave del descanso.
Las vacaciones son un tiempo privilegiado para favorecer el descanso físico, pero también para la restauración interior: también nuestro espíritu pide una renovación permanente. Ambas dimensiones han de ejercitarse para que haya vacaciones de verdad. Es sintomático constatar que en nuestra sociedad hay como una enfermedad congénita; ésta se manifiesta en tomar la vida con superficialidad sin ahondar en el sentido de la misma. Alguien ha definido al hombre ‘postmoderno’ como aquel que bucea en la superficie. Las necesidades del espíritu no se cubren con una jornada llena de actividades superficiales.
En tiempo de vacación tenemos tiempo para curar las heridas físicas y espirituales que el camino ha provocado durante el año. Las condiciones habituales de vida, a veces frenéticas, nos dejan poco espacio para el silencio, para la reflexión, para el contacto con la naturaleza, para el cultivo de la relación entre los esposos, en la misma familia y con los amigos. Además, en las vacaciones, se puede dedicar más tiempo a la oración, a la lectura y a la meditación sobre el sentido profundo de la vida en el ambiente sereno de la propia familia y de los seres queridos.
El tiempo de vacaciones ofrece oportunidades únicas para contemplar el sugestivo espectáculo de la naturaleza; es un ‘libro’ maravilloso al alcance de todos, de los grandes y de los pequeños. En contacto con la naturaleza, la persona recobra su justa dimensión, se redescubre criatura, pequeña pero al mismo tiempo única, ‘capaz de Dios’, porque interiormente está abierta al Infinito. Impulsada por la pregunta sobre el sentido de la vida que la apremia en el corazón, percibe en el mundo circundante la huella de la bondad, de la belleza y de la divina Providencia, y de una forma casi natural se abre a la alabanza y a la oración (Benedicto XVI).
La oración es la vida del corazón nuevo y renovado. Ella nos debe animar en todo momento puesto que nos centra en el ‘recuerdo de Dios’ como dicen los maestros del espíritu. El corazón está inquieto y no puede descansar hasta que descubre quien apuesta por él. “Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar” (San Gregorio Nacianceno).
Sin serenidad en el espíritu no puede haber descanso. Es muy difícil que los resortes de una vida más placentera y de relajación corporal sea la única forma de reposar. El espíritu nos pide algo más. Todos queremos ser felices y dichosos; pero esto no se puede conseguir si no se va a la fuente de donde mana y corre la plena alegría. La vida es muy importante y no la podemos trivializar con banales y absurdas apuestas. Dejar que hable nuestro interior y recrear el diálogo de amistad y amor con Dios, que nos ama, nos hará más felices.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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