Nuestra Iglesia ante la emigración
Queridos diocesanos:
El domingo, 20 de enero, celebramos la “Jornada mundial del emigrante y del refugiado”, una Jornada que nos ha de sensibilizar ante el fenómeno de la emigración, de gran envergadura ya en España y en nuestra tierra. Es, en verdad, un signo de los tiempos. Afecta a millones de personas en toda España y a bastantes miles entre nosotros.
Como creyentes y como Iglesia no podemos quedar indiferentes ante los emigrantes. Cierto que desde las Cáritas –diocesana, interparroquiales y parroquiales-, desde algunas parroquias y otras instituciones eclesiales se atiende a sus necesidades más elementales. Pero esto es insuficiente. Como Iglesia diocesana, todos –cristianos, comunidades parroquiales y grupos eclesiales- hemos de tomar mayor conciencia del fenómeno y significado de la emigración, de sus causas y problemas tanto desde el punto de vista humano y social, como cristiano y pastoral. Nos urge plantearnos nuestra actitud y nuestro compromiso con las personas de los emigrantes y de sus familias, para dar la respuesta debida.
La inmigración es un fenómeno humano, que afecta ante todo a personas con la misma dignidad que los nativos. Con frecuencia existen prejuicios, falsas apreciaciones y generalizaciones que hemos de superar. Los inmigrantes no son sólo “mano de obra” coyuntural y necesaria en determinados sectores; tampoco son rivales en puestos de trabajo ni más delincuentes que otros. Son personas humanas, con la misma dignidad, los mismos derechos fundamentales y las mismas obligaciones que los nativos; y se merecen el mismo respeto, la misma estima y el mismo trato. Hay que evitar todo comportamiento racista, xenófobo, discriminatorio o de infravaloración.
Pero además es necesario crear y fomentar actitudes y comportamientos positivos desde principios elementales del derecho, de la justicia y de la solidaridad.
Como cristianos recordamos las palabras de Jesús: “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); en ellas. Jesús se identifica con la persona del emigrante y nos manda acogerlo y amarlo, como Él nos ha amado y como si de Él mismo se tratara. Con estas premisas aprenderemos a respetarlos, a conocerlos y valorarlos, a acogerlos fraternalmente y a ayudarles en sus necesidades, a facilitarles la integración armónica en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia, y a dar gracias a Dios y a ellos por la riqueza laboral, económica, cultural y eclesial, que suponen, para nuestra sociedad y nuestra Iglesia.
En breve crearé un servicio diocesano de migraciones que nos ayude a todos ante este complejo problema. No podemos limitarnos a una atención asistencial. Hemos de ir dando los pasos para la acogida y plena integración de los inmigrantes católicos en las parroquias. Con los cristianos no católicos es necesario intensificar el diálogo ecuménico. Con los creyentes de otras religiones habrá de fomentarse el diálogo interreligioso. Con todos, creyentes o no creyentes, el diálogo intercultural y social. Confío en vuestro sentido cristiano y en capacidad de acogida de nuestro pueblo, que nunca ha sido excluyente.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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