Testigos silenciosos de la Palabra
Queridos diocesanos:
En la Fiesta de la Santísima Trinidad celebramos la Jornada ‘Pro orantibus’, en la que recordamos de modo especial a los monjes y monjas de vida contemplativa. Nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón cuenta con once monasterios de monjas de vida contemplativa, que oran por nosotros todos los días del año. En este día oramos por todos ellos para mostrarles nuestro reconocimiento, nuestra gratitud y nuestra alta estima por el bien que representan para nuestra Iglesia y para la sociedad. Son un patrimonio espiritual, que no es conocido ni valorado suficientemente; menos aún: es poco comprendido en un mundo dominado por lo útil, por el ruido y por la superficialidad.
En sintonía con el tema del Sínodo de los Obispos, que se celebrará el próximo mes de octubre en Roma, la Jornada de este año lleva por lema: ‘La Palabra en el silencio”. La Palabra por antonomasia es la Palabra de Dios, que ya existía en el principio. Antes de que fueran creadas todas las cosas, la Palabra estaba junto a Dios; y la Palabra era Dios. El Verbo de Dios, la Palabra de Dios, el Hijo eterno del Padre se hizo carne y habitó entre nosotros. Así lo expresa San Juan en el prólogo de su evangelio.
Jesucristo es la Palabra de Dios, que nos muestra a Dios y nos muestra también la verdad del hombre. Esta Palabra ha de ser escuchada en el silencio de tantas palabras menores que aturden los sentidos y embotan el espíritu. Es una Palabra de amor que busca nuestra respuesta de amor. Esa Palabra ha llenado el silencio de nuestros monjes y monjas con una voz inconfundible. Sólo quien se retira libre y voluntariamente a los aposentos interiores del alma, en el silencio y en la soledad de la vida interior, se capacita para escuchar a Dios en el corazón y responderle con amor.
Aquí radica el valor inestimable para la Iglesia y para la sociedad de los monjes y monjas de clausura. Con su ser y su quehacer son testigos silenciosos de la Palabra de Dios en medio de un mundo superficial y ruidoso que ha perdido la sintonía para escuchar la voz de Dios; con su silencio orante y contemplativo nos hacen presente la Palabra de Dios, la voz de Aquel que siempre acompaña a la humanidad, que sigue estando a la puerta y llamando en un mundo cada vez más sordo a su Palabra.
Los monjes y las monjas no se desentienden ni de la Iglesia ni del mundo. Aunque separados de todo están unidos a todo porque nada humano ni eclesial les es ajeno: ellos aman a los hermanos y glorifican a Dios con todo su ser. En nuestras evasiones nos dan el más precioso testimonio de su encuentro con la Palabra de Dios, que es Cristo Jesús, en el silencio interior y contemplativo, para que nos sea devuelta la capacidad de escucha de la Palabra y la luz a los ojos, para que nos vuelva a latir el corazón con el fuego de Dios. Nada hace ensanchar el corazón humano tanto como considerar que Dios y su Palabra son el único bien. Porque la vida tiene sentido cuando Dios y su Palabra son reconocidos y acogidos como Bien supremo.
¡Que el testimonio de los consagrados contemplativos nos ayude a valorar el silencio interior como medio necesario para escuchar y acoger la Palabra de Dios!
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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