Caminar con esperanza
Queridos diocesanos
Hoy os quiero invitar a todos a recuperar la esperanza en nuestra vida. Los cristianos estamos llamados, hoy más que nunca, a ser testigos de Cristo y de su Evangelio, el Evangelio de la esperanza.
Nos toca vivir una situación ciertamente no fácil para la fe cristiana, para los cristianos, para la Iglesia. Nunca ha sido fácil ser discípulo fiel de Jesús; el camino de su seguimiento es exigente. Hoy además se escuchan por doquier voces que pretenden la secularización total de la sociedad, es decir la exclusión de Dios, de Cristo y de su Evangelio de la vida personal y social. El medio táctico, que se usa, es la mofa y el desprestigio del mensajero –de los cristianos y de la Iglesia-, la tergiversación del mensaje, la imposición del silencio de la Iglesia en la vida social y pública. Parece como si se hubiera abierto la veda. Lo más que algunos quieren permitir todavía es que la fe se viva dentro de las cuatro paredes de la vida privada o de las sacristías.
Ante ello es necesario recuperar y vivir con fidelidad, coherencia y valentía nuestra propia identidad cristiana en privado y en público. Para ello es preciso alimentar la fe y la vida cristiana en la oración, en el conocimiento de la Escritura, en la práctica sacramental y en la vivencia de la caridad.
El cristiano cabal sabe que el mejor tesoro que tiene, para sí mismo y para los demás, es la fe en Cristo y en su Evangelio. Cristo, muerto y resucitado para la vida del mundo, es el fundamento de nuestra esperanza y la fuerza para nuestro amor comprometido con el hombre, la sociedad y la historia. Lo que Dios ha realizado ya en la resurrección de su Hijo está destinado a su consumación plena.
Es muy importante no dudar, no titubear ante esta importante hora a la que Dios nos llama, con la conciencia de que asumimos una importante responsabilidad histórica: no podemos fallar, no le podemos fallar a Dios, no podemos fallar a Cristo, que una vez más nos dice: ‘Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ (Mt 28,19). El mandato misionero nos invita a tener el mismo entusiasmo que los cristianos de los primeros tiempos. Para ello contamos con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza ‘que no defrauda’ (Rm 5,5).
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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