Comunidades de discípulos misioneros
La parroquia de San Bartolomé y San Jaime de Nules celebra este año el 50 Aniversario de su iglesia parroquial. El templo parroquial, además de ser la casa de Dios, es la casa de la comunidad parroquial; el templo nos remite a la comunidad parroquial. Es su imagen visible y peculiar. Ella es como un ‘templo’, edificado con piedras vivas, los fieles cristianos, y cuya piedra angular es Cristo. Esta efeméride es así motivo para la acción de gracias a Dios, pero también una ocasión propicia para escuchar y acoger la llamada del Papa Francisco a una continua renovación de esta como de toda otra parroquia en sus miembros, vida y misión.
La parroquia es una comunidad de fieles cristianos, una comunidad de hermanos, una familia de familias, una fraternidad. Está formada por los fieles de un determinado territorio –pueblo o barrio- a cuyo frente está el párroco como su pastor, en el nombre y en la persona de Cristo, el Buen Pastor, y bajo la autoridad del Obispo. Es necesario subrayar que todos juntos –párroco y resto de fieles- forman la comunidad parroquial. Todos, cada cual según la vocación, el don y el ministerio recibido, son responsables de la vida y de la misión de su comunidad parroquial hacia adentro y hacia afuera.
La comunidad parroquial es la presencia de la misma la Iglesia de Cristo «que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas» (Juan Pablo II). «Esto supone -dice el Papa Francisco- que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y que no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o un grupo de selectos que se miran a si mismos». También de la parroquia se puede afirmar que encarna, en cada lugar concreto, el acontecimiento de salvación de Dios en Cristo. Cuando la comunidad parroquial se reúne como familia para orar, o para proclamar, escuchar y acoger la Palabra de Dios, para celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos, para ejercer la caridad y para enviar y salir a la misión evangelizadora, se puede ver y palpar la obra maravillosa de Jesucristo que, por su gracia, les ha escogido, llamado y enriquecido con toda clase de bienes, para que sean su pueblo y anuncien su salvación hasta los confines del mundo.
Toda comunidad parroquial, pues, es y está llamada a ser, en su ámbito, signo e instrumento del amor de Dios con los hombres. Siendo una comunidad fraterna en Cristo y desde Él, la parroquia tendrá la energía necesaria para la misión hacia adentro y hacia fuera. Nuestra Iglesia diocesana necesita, pues, que cada una de nuestras parroquias sean de verdad ‘casa y escuela de comunión’ para la misión (Juan Pablo II). Es decir: que sean comunidades acogedoras, donde los «sedientos van a beber para seguir caminando», comunidades fraternas, donde cada cual se encuentre como en su propia casa; comunidades orantes en torno a la Palabra de Dios y a la Eucaristía; ámbito donde se suscite, se viva y se celebre la fe en Cristo Jesús; comunidades que proclamen, escuchen y se dejen convertir por la Palabra de Dios en la Tradición viva de la Iglesia.
Es una tarea prioritaria en nuestra Iglesia diocesana, que las parroquias eduquen en la fe a los bautizados mediante la catequesis y la formación. Necesitamos, en fin, comunidades que vivan la caridad, la comunicación de bienes y la misión sin fronteras; comunidades donde todos se sientan responsables y comprometidos con la vida y misión de su parroquia. Requisito indispensable para la escucha y acogida de la invitación del Señor a la misión es que cada uno nos dejemos evangelizar, que seamos verdaderos díscíplos del Señor y misioneros del Evangelio.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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