Conducir con prudencia
Queridos diocesanos:
Cada primer domingo de julio celebramos la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Es una invitación a fijar nuestra atención en el significado y la importancia de la conducción, así como en la urgente necesidad de esmerar nuestra prudencia.
La conducción se ha convertido en un hecho habitual en nuestra vida cotidiana.
Los desplazamientos de un lugar a otro tan frecuentes y tan propios de la vida moderna son expresión de la vida como viaje y como camino. En estos días del verano, millones de personas se desplazan de un lugar a otro para iniciar sus vacaciones o regresar de ellas; no olvidemos tampoco a los millones que diariamente lo hacen por motivos laborales y sociales. Cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, por desgracia, no siempre sucede así.
Es cierto que en una sola década el número total de accidentes y de víctimas mortales ha descendido notablemente. Con todo, es preciso seguir redoblando los esfuerzos, por parte de cada uno y desde todas las instancias públicas y privadas, para seguir reduciendo dichas cifras hasta donde sea posible. Salvar una sola vida humana bien merece la pena.
No olvidemos que conducir quiere decir ‘convivir’. Esto pide de todos los implicados hacer que la carretera sea más humana. El automovilista, al volante, no está nunca solo, aunque no haya nadie a su lado. Conducir un vehículo es, en el fondo, una manera de relacionarse, de acercarse y de integrarse en una comunidad de personas. Esto supone, sobre todo en el conductor, ser dueño de sí mismo, la prudencia, la cortesía, un espíritu de servicio adecuado, el conocimiento de las normas del código de circulación, y también estar dispuesto a prestar una ayuda desinteresada a los que la necesitan, dando ejemplo de caridad.
Conducir quiere decir también controlarse y dominarse, no dejarse llevar por los impulsos. Hemos de cultivar esta capacidad personal de control y dominio tanto en lo que afecta a la psicología del conductor cuanto para evitar los gravísimos daños que se pueden causar a la vida y a la integridad de las personas y de los bienes, en caso de accidente.
El conductor, cuando sale en automóvil, debe ser consciente, sin fobias, de que en cualquier momento podría suceder un accidente. La actitud al volante debería ser la de una gran atención. La mayor parte de los accidentes es provocada, precisamente, por la imprudencia. Por eso la prudencia es una de las virtudes más necesarias e importantes en relación con la circulación. Esta virtud exige un margen adecuado de precauciones para afrontar los imprevistos que se pueden presentar en cualquier ocasión. Desde luego, no se comporta según la prudencia el que se distrae, al volante, con el móvil, el que conduce a una velocidad excesiva o el que descuida el mantenimiento de vehículo.
El Papa Benedicto XVI ha recordado “el deber para todos de la prudencia en la guía y en el respeto de las normas del código vial. ¡Unas buenas vacaciones comienzan precisamente por esto!”. Redoblemos nuestros esfuerzos y nuestro sentido de responsabilidad como conductores también como peatones.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segobre-Castellón
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