«Convertíos y creed en el Evangelio»
Queridos diocesanos:
La llamada apremiante de Jesús a la conversión no ha dejado de sonar desde aquel primer discurso suyo hasta nuestros días. “Convertíos y creed en el Evangelio”: así comienza Jesús su predicación según el evangelista San Marcos. Una llamada, que nos recuerda la Iglesia en especial en este tiempo de Cuaresma, en que nos preparamos para la celebración de la Pascua, el misterio central de la fe cristiana.
Puede que esta llamada a la conversión en la Cuaresma nos resulte tan conocida que la escuchemos con indiferencia. Puede que nos hayamos instalado de tal modo en un estilo de vida, muy acomodado a lo que se lleva pero alejado de Dios, de Jesucristo y de su Evangelio, que ya no sintamos ni tan siquiera necesidad de Dios ni de conversión. Con frecuencia nos quejamos de la dificultad de vivir y de transmitir la fe cristiana en un ambiente social y cultural adverso al cristianismo y ante determinadas políticas laicistas y anticristianas. Esta queja, sin embargo, suena muchas veces a excusa. Porque el enfriamiento y alejamiento de la fe y vida cristianas de muchos no son consecuencia de determinadas políticas o de corrientes sociales o culturales.
Es cierto que este ambiente favorece la incredulidad, el abandono de la fe y de la práctica cristiana. Pero entre sus causas más profundas está la falta de una fe personal y viva en Cristo Jesús, de modo que Él sea de verdad el centro de la vida de los cristianos.
En este tiempo de Cuaresma, los cristianos hemos de hacer un alto en el camino y reflexionar sobre el estado de nuestra fe y vida cristiana. La invitación a la conversión a Dios en Jesucristo y a creer en el Evangelio es una llamada y un proceso permanente en la vida de todo cristiano, que en la Cuaresma se hace más apremiante e incisiva.
La conversión exige una transformación de la mente y del corazón, un cambio radical en el modo de pensar y de sentir, de ser y de vivir. Necesitamos unos ojos nuevos para ver con los ojos de Cristo, una mente nueva para pensar como El y un corazón nuevo para sentir como El. Necesitamos renovarnos interiormente despojándonos del ‘hombre viejo’ para revestirnos del “hombre nuevo creado a imagen de Dios para llevar una vida santa” (Ef 4, 22-24). La inclinación al dominio, al tener y a la autosuficiencia nos lleva a construir nuestro propio reino de espaldas a Dios, a instalarnos en él marginando a Dios y a su Reino de nuestra vida.
Convertirse significa abandonar la propia suficiencia y la falsa seguridad en sí mismo y en los propios caminos en la búsqueda de libertad y de felicidad para retornar a Dios, a Jesucristo y a su Evangelio. O mejor: convertirse es dejarse encontrar por Dios en Cristo, dejarse abrazar por El, dejarse perdonar los pecados y reconciliar por Dios en su Iglesia, cambiar de orientación en la propia existencia y buscar el apoyo en Dios. La conversión del hijo pródigo consiste en ponerse en camino y regresar al hogar paterno y a los brazos abiertos de su padre. Esta es la buena noticia: Dios nos ama, nos espera: en su Hijo se acerca como Salvador. Si nos abrimos a Dios, si le dejamos entrar en vuestra vida, entonces todo cambiará en nosotros: la tristeza en alegría, la desesperanza en fe, el miedo en fortaleza, la esclavitud en libertad, el egoísmo en amor.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!