El cultivo de la interioridad
Queridos diocesanos.
“El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma”. Son palabras de Juan Pablo II. Son muchas también las voces que, como el Papa, afirman que una de las notas más lamentables del estilo de vida moderno es la falta de interioridad. Nosotros mismos lo podemos observar en nuestro entorno y, quizá, en nosotros mismos.
No faltan quienes consideran la vida interior como algo inútil y superfluo y organizan su vida sólo desde lo exterior; no pasan de la superficie ni ahondan en su interior, en ‘el fondo’ de su persona. Vivimos en una cultura de la imagen, de la apariencia, de lo material y de lo superficial. Muchos viven sin conocerse a sí mismos a pesar de ocuparse constantemente de sí; caminan por la vida sin percibir a los demás, aunque estén contacto con ellos. En la era de comunicación, muchos creen comunicarse, pero no dialogan: ni escuchan ni son escuchados. La vida del espíritu está tan desprestigiada que se considera evasión el cultivo del mundo interior.
Pero, sin interioridad se degenera todo lo humano y el hombre pone en peligro su propia integridad. Sin cultivo del espíritu, el hombre camina sin rumbo por la vida limitándose a lo material y efímero. Sin relación viva ni consigo mismo, ni con los demás, ni con Dios, el hombre cae poco a poco en lo trivial y en el empobrecimiento personal. La falta de interioridad impide construir la propia vida de forma digna y gozosa, y desarrollar las propias posibilidades. Se construye el exterior, pero el interior queda vacío; se desarrolla un ‘yo’ fuerte, pero inauténtico; se atiende a aspectos parciales de la vida, pero con el riesgo de fracasar como ser humano.
No nos puede extrañar. Para crecer, el ser humano necesita adentrarse en su propio misterio y llegar al corazón de su vida, allí donde es total y únicamente él mismo. Toda persona necesita esa ‘fuente de luz y de vida’ (R. Laing). El vacío interior es como una ‘neurosis fundamental’ del hombre actual: tiene su origen en la falta de comunicación con Dios y le precipita en un abismo de absurdo y soledad (W. Stinissen).
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro
Obispo de Segorbe-Castellón
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