«Emergencia educativa»
Queridos diocesanos:
Educar nunca ha sido fácil: es una tarea ardua y difícil. Sin embargo, al menos en Occidente, la educación se ha convertido en un verdadero problema. La educación es hoy un terreno cambiado y casi desconocido. La fractura inter-generacional hace muy difícil la transmisión de modelos y reglas de comportamiento y de vida. Es muy precaria la posibilidad de una auténtica formación de la persona humana, que le capacite para orientarse en la vida, para encontrar motivos para el compromiso, y para relacionarse con los demás de manera constructiva, sin huir ante la dificultad y las contradicciones. Han aumentado las oportunidades y las posibilidades en los más diversos ámbitos de la vida, pero cada día es más difícil adquirir conciencia de sí mismo y del mundo, así como de la libertad y responsabilidad de nuestras decisiones, es decir, de crecer en aquellos elementos que parecen esenciales para una verdadera educación.
Esta situación era en parte previsible. En la educación han primado la instrucción y la información sobre la formación, con una minusvaloración de lo que no es práctico o útil. En general, no se ayuda a ser personas, a crecer en la libertad y en la responsabilidad basadas en la verdad, en el bien y en la belleza. En medio de una sociedad opulenta nos encontramos con la pobreza más profunda en niños, adolescentes y jóvenes. En edades cada vez más tempranas, los alumnos comienzan a sufrir auténticos problemas de identidad, de la razón de su ser en el mundo. Existe un oscurecimiento de la esperanza en un futuro que se presenta vago e incierto.
En esta situación resulta cada vez más arduo transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un recto comportamiento. A ello se refiere la expresión “emergencia educativa”, que ha hecho suya Benedicto XVI. Tanto los padres como el resto de educadores se ven desbordados y están fácilmente tentados a abdicar de sus deberes educativos.
Ahora bien, si se quiere encontrar las respuestas adecuadas a este desafío, hemos de buscar sus raíces profundas. Benedicto XVI señala dos causas principales: a saber, un falso concepto de autonomía del hombre y el relativismo.
En relación con lo primero, la pedagogía actual piensa que el ser humano debería desarrollarse solo por sí mismo, sin imposiciones de los demás, los cuales podrían sí asistir a su autodesarrollo, pero no entrar en este proceso. Sin embargo, la persona humana no es un ser completo y cerrado en sí mismo sino que llega a ser ella misma sólo desde el otro, el ‘yo’ se convierte en sí mismo sólo desde el ‘tú’ y desde el ‘vosotros’. Por ello la llamada educación anti-autoritaria no es educación, sino renuncia a la educación.
De otro lado está el relativismo, omnipresente en nuestra sociedad y cultura; éste, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión, porque separa al uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de su propio ‘yo’. En ese horizonte no es posible una auténtica educación; sin la luz de la verdad, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones humanas, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común. Es evidente que debemos trabajar para superar ambas cosas en nuestro trabajo de formación de las personas si queremos contribuir al objetivo esencial de la educación, que es la formación de la persona para hacerla capaz de vivir en plenitud y de dar su contribución al bien de la comunidad.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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