Eucaristía de envío de los Profesores de Religión
HOMILÍA EN EL ENVIO Y ENTREGA DE LA ‘MISSIO CANONICA’ DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN
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Basílica de la Mare de Déu del Lledó, Castellón, 27 de octubre de 2009
(Rom 8,18-25, Sal 125; Lc 13,18-21))
Hermanos y hermanas en el Señor. Saludo al Sr. Prior de la Basílica, al Sr. Vicario Episcopal de Pastoral, a los sacerdotes concelebrantes, a la Hna. Delegada Diocesana de Enseñanza y a sus colaboradores. Muy queridos profesores y profesoras de Religión:
El Señor nos ha convocado en torno a la mesa de la Eucaristía para celebrar vuestra ‘missio canonica’. Recordemos que la Eucaristía es la cima y la fuente de la vida y de la misión de la Iglesia: la tarea fundamental de la Iglesia es crear comunión con Dios y con los hermanos en Cristo: es en la Eucaristía, y especialmente en la unión con Cristo en la comunión eucarística, donde ser crea y aumenta esta comunión; comunión que envía a la misión para que esta comunión llegue a todos.
También vuestra ‘missio’ surge del mismo Cristo, que en el Evangelio de hoy nos habla del Reino de Dios en las parábolas del grano de mostaza y de la levadura del Reino de Dios. Este Reino de Dios, iniciado y establecido por la encarnación, muerte y resurrección del Señor, está presente y actuante ya en la Iglesia, que es ‘germen e inicio del Reino de Dios’. El Reino de Dios, como el grano de mostaza va creciendo y como la levadura va fermentando todo hasta que Dios sea todo en todos. Las palabras de Jesús son la razón de nuestra confianza y de nuestra esperanza, aunque tantas veces las apariencias puedan llevarnos a creer lo contrario. Con palabras de San Pablo en la lectura de hoy podemos afirmar: “los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá” (Rom 8, 18); y más adelante nos ha dicho el apóstol de los gentiles: “Porque en esperanza hemos sido salvados. Y una esperanza que se ve ya no esperanza”. (Rom 18, 24). Sigamos sus palabras y trabajemos con perseverancia en la expansión del Reino de Dios.
Al recibir el envío y el encargo para enseñar en nombre de la Iglesia la Religión y Moral católicas en los distintos niveles formativos de la escuela pública y privada sois constituidos en servidores del Reino de Dios. Si bien sois nombrados por la Administración educativa, vuestra tarea es un verdadero ministerio eclesial al que sois enviados por la Iglesia; participáis así en el ámbito del anuncio de la Palabra de Dios del ministerio apostólico, cuya plenitud reside en el ministerio episcopal. Como los mismos apóstoles y sus sucesores, los Obispos, también vosotros sois enviados hoy por el mismo Señor a través de mis manos al anuncio de la Palabra, que siempre es viva y eficaz, y como el grano de mostaza esta llamada a crecer y desarrollarse en vuestros alumnos.
Esta celebración os debe llevar a todos a adquirir una conciencia más viva de esta vuestra condición de enviados por Cristo y por su Iglesia al mundo escolar. Y como enviados habéis de ser servidores fieles y solícitos del Señor y de su Palabra tal como nos llega a través de la tradición viva de la Iglesia, en bien de la educación integral de vuestros alumnos. Se trata de un verdadero don, recibido en último término de Dios, y una tarea, que, en palabras de San Pablo, no es otra sino evangelizar sin alardes literarios para que no se desvirtúe la cruz de Cristo (1 Cor 1, 17). Porque no sois dueños, sino servidores de la Palabra; y de quien sirve se pide que sea fiel a la tarea encomendada y solícito para que la Palabra llegue plena e íntegra al destinatario.
“El Señor ha estado grande con nosotros” (Salm 125). Con estas palabras del salmista quiero dar gracias a Dios por vosotros y, a la vez, expresaros a los profesores de religión mi más sincero agradecimiento por la acogida del don que recibís en la ‘missio’; os agradezco la entrega generosa, no exenta de dificultad, que día a día demostráis en vuestros respectivos ambientes educativos. Lleváis a cabo una hermosa tarea, que ayuda a vuestros alumnos a crecer en el conocimiento de Dios, de Jesucristo y de su Evangelio, que les ayudará a que crezca en ellos el Reino de Dios, que llevan dentro de sí con la nueva vida que recibieron en su Bautismo, para dirigir sus vidas por el camino que Dios les ha señalado confiriéndolas así sentido y unidad.
Ante los intentos y la tentación de hacer de la clase de religión una clase de cultura religiosa, hoy deseo recordar el carácter confesional católico, que necesariamente ha de tener la enseñanza de la Religión y Moral católica para responder al derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones religiosas y morales. Los padres, al escoger la formación religiosa y moral católica para sus hijos, depositan en la Iglesia católica su confianza para que sus hijos reciban la formación adecuada tal y como la entiende la Iglesia católica. Depende, pues, de la autoridad de la Iglesia determinar la formación religiosa católica, sus contenidos y su pedagogía; y compete al Obispo diocesano organizarla y ejercer vigilancia (CIC. c. 804 § 1).
Para ello, el Ordinario del lugar debe cuidar que los profesores de religión seáis idóneos para esta tarea; es decir que destaquéis por vuestra recta doctrina, por vuestro testimonio de vida cristiana y por vuestra aptitud pedagógica (CIC c. 804 § 2). Así lo pide la Iglesia universal; y, como no podía ser de otro modo, así lo ha reconocido nuestro Tribunal Constitucional. Tres condiciones de vuestra idoneidad que vienen exigidas por la confianza que deposita la Iglesia en vosotros y para garantizar el derecho de los padres a pedir esta enseñanza para que sus hijos sean educados en sus convicciones religiosas y morales.
La recta doctrina pide no sólo no enseñar doctrinas contrarias a la doctrina y moral de la Iglesia; la recta doctrina también se ve afectada negativamente cuando se omiten cuestiones que están presentes en el currículo, cuando se ponen entre paréntesis temas que pensamos van a encontrar rechazo, cuando se presenta la doctrina de la Iglesia y del Magisterio en cuestiones doctrinales o morales como una mera opinión de los Obispos. Es urgente intensificar vuestra comunión con el Magisterio de la Iglesia, como también es necesario y urgente mejorar la formación inicial y la formación permanente en temas doctrinales y morales, en especial en bioética, en la comprensión cristiana del amor y la sexualidad. El testimonio de vida cristiana, por su parte, exige vivir como creyentes y discípulos de Jesús, practicando la fe cristiana y viviendo de acuerdo con la moral de la Iglesia. Quien no lo hace deja de tener la condición para obtener y mantener la declaración de idoneidad y, por tanto, para recibir o mantener la missio.
La formación religiosa católica, que impartís, pide que estéis identificados con la fe y la moral del Evangelio tal como nos llega y se nos propone en la tradición viva de la Iglesia y por el magisterio eclesial. Optáis libremente para ser profesores de religión; nadie os obliga a ello. Esta opción no puede basarse en el mero deseo de completar un horario ni tampoco en tener un puesto de trabajo seguro y remunerado. No os podéis limitar tampoco a ser meros especialistas conocedores de la materia. El profesor de religión y moral católica es, sobre todo, un creyente católico y testigo de su fe de palabra y de vida, que quiere enseñar en nombre de la Iglesia la Buena Noticia de la salvación de Dios que se ha manifestado en Cristo y su Evangelio; es un profesor que quiere transmitir la realidad viva de Dios, que posibilita la dignidad, grandeza, verdad y libertad del hombre, es decir su salvación, y que le hace protagonista en la construcción de su Reino y da sentido a su vida.
Como profesores de religión participáis de una manera específica de la misión evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia ha sido elegida por Dios para continuar la misión de Jesucristo, que no es otra que evangelizar, hacer presente y operante a Cristo y su Evangelio, para que el Reino crezca como el grano de mostaza y transforme al hombre y a la sociedad.
En vuestra misión habéis de proclamar con vuestra vida, con vuestra palabra y con vuestra específica enseñanza la comunión con Dios en el seno de la Iglesia que os otorga esta dignidad de enseñar. En vuestra tarea trasmitís no sólo conocimientos sino ante todo vida: la vida que hace posible ese proyecto que da sentido, dignidad y libertad. La naturaleza misma de la formación religiosa católica y la naturaleza del profesor de religión, como cristiano católico elegido para participar en la misma misión de la Iglesia, exigen que exista coherencia entre la vida y lo que se enseña.
No se me oculta la situación harto difícil en la que debéis llevar a cabo vuestra tarea educativa. La palabra de Dios, que hemos escuchado, es fuerza en la dificultad. Dios no se cansa ni fatiga, el reanima al cansado y reconforta al débil (cf. Is 40, 27-31). ‘La debilidad de Dios es más fuerte que los hombres’, nos dice San Pablo. Porque la semilla de la Palabra siempre encuentra una tierra buena y da su fruto; la Palabra de Dios nunca vuelve vacía a Él. Las enseñanzas de Jesucristo, su vida y su persona son fuente de valores, de vida y de cultura.
Ahora que estamos preparando el Directorio diocesano de Iniciación cristiana, no podemos olvidas que la educación y maduración en la fe y vida cristiana se realiza por diversos cauces, entre los que destacan la familia, la parroquia y la escuela; todos ellos, con objetivos y medios diferentes, han de ser convergentes en la acción educativa de niños, adolescentes y jóvenes. Cuando se prescinde de una de estas vías, se producen vacíos, rupturas y desajustes lamentables en el proceso de maduración y de educación en la fe.
Ante una cultura que en muchos casos presenta antivalores erigidos como nuevos ídolos o referentes vitales, el anuncio del acontecimiento de Jesucristo en la Iglesia, va siempre contra corriente y exige una respuesta personal y comprometida. Ante los síntomas de debilitamiento de la fe, dudas y desorientación en el camino, los testigos del Reino de Dios y de su Palabra, -y vosotros y vosotras estáis llamados y enviados a serlo-, deben estar a la escucha de Aquel, que los envía: El es la Palabra viva, la fuerza y la esperanza.
La enseñanza religiosa se enfrenta hoy a nuevos retos en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. Hoy es necesaria una propuesta de la fe que lleve al encuentro con Jesucristo, que integre la fe y la vida, que dialogue con la cultura y que promueva una nueva síntesis que muestre la fuerza humanizadota de la fe. Así se comprende que el anuncio de la fe debe ir unido a la educación del ser humano, para que el mensaje de la fe pueda ser acogido en la vida, pueda generar cultura, y entre en la historia. La prioridad de la Iglesia debe centrarse, por ello, en el anuncio de Cristo. El mismo se presenta ante el corazón y la libertad de todos como una compañía humana que se puede ver, tocar y escuchar, y que nos recuerda que la vida tiene un sentido y nos llama a descubrir nuestra dignidad de hijos de Dios. La transmisión de la fe conlleva la renovación de la fe de los cristianos, redescubrir la sencillez del mensaje de la fe y conquistar la verdadera libertad cristiana en un mundo que quiere imponer unos ‘valores’ contarios a la fe cristiana.
Volvamos nuestra mirada al Señor, confiemos en su palabra y en su presencia en medio de nosotros. Fiados de su palabra avivemos nuestra confianza en Él y retomemos el aliento necesario para el camino.
¡Que Santa María, la Mare de Deu del Lledó, que supo acoger con fe y obediencia la Palabra de Dios y transmitirla a los demás sea vuestro modelo en vuestra misión! ¡Que ella os aliente, os conforte y os proteja! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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