Fiesta de la Virgen del Pilar
Castellón, 12 de octubre de 2006
Estimados Sr. Subdelegado del Gobierno y Sr. Teniente Coronel Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil. Estimadas autoridades civiles y militares. Saludo con afecto a todos los miembros del Cuerpo de la Guardia Civil y a sus familias en el día de la Virgen del Pilar; ell es desde 1913, por propio deseo del Cuerpo, patrona, protectora y guía de la Guardia Civil. Hoy nos unimos a vosotros en esta Eucaristía de acción de gracias y, a la vez, de petición para que la Virgen os guíe y proteja en vuestra tarea al servicio de la sociedad y del bien común de España, nuestra patria común.
La Virgen del Pilar nos remonta a los primeros momentos de la Evangelización de nuestra tierra. La Virgen está con Santiago en el primer anuncio del Evangelio en nuestra Patria. La tradición nos dice que María reconforta y fortalece a orillas del Ebro a Santiago, cansado en la difícil tarea de anunciar el Evangelio. Desde entonces, la Virgen del Pilar es protectora de los cristianos de España y, más tarde, lo será de los pueblos hispanos de América en la obra de anunciar a Jesucristo, y de acoger y vivir la Palabra de Dios. María nos une en la misma fe común en Cristo; una fe que es generadora de unidad, de fraternidad y de solidaridad entre las personas y los pueblos, por encima de fronteras nacionales y egoísmos personales, sociales y regionales.
La Palabra de Dios de hoy subraya el significado de la Virgen del Pilar para los creyentes. María es el Arca de la Nueva Alianza. Como el Arca de la Alianza era el lugar por excelencia de la presencia de Dios en medio del pueblo de Israel en su peregrinar por el desierto (1 Cró 15,3-4.16; 16,1-2), así María, la Virgen del Pilar, es el Arca de la Nueva Alianza, por ser la Madre de Dios. María es signo elocuente de la presencia de Dios en nuestro mundo, en medio del pueblo cristiano, en medio de nuestro pueblo español, y por ello motivo de gozo para la Iglesia, para nuestro pueblo, para vuestro Cuerpo de la Guardia Civil.
La Virgen es como la columna que nos guía y sostiene día y noche en nuestro peregrinaje terrenal. El Pilar, la columna sobre la que se aparece y aparece representada la Virgen, es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra; es el signo de la acción de Dios en la historia y de lo que el hombre puede cuando da cabida a Dios en su vida. El Pilar es soporte de lo sagrado, soporte de la vida y del mundo, lugar donde la tierra se une con el cielo, eje a cuyo alrededor ha de girar la vida cotidiana, si quiere ser verdaderamente humana. María es la puerta del cielo, por haber sido escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo, Dios y el hombre, se han unido para siempre en Jesucristo. En El se desvela quien es el hombre, el mundo y la historia humana, cuál es su origen, su destino y su fundamento, que no son otros sino Dios mismo.
“¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”, dice Jesús en el evangelio de hoy (Lc 11, 27-28). María es bienaventurada por ser la Madre de Dios, por haberle llevado en su vientre. Pero, es, sobre todo, dichosa y bienaventurada por haber creído a Dios y en Dios: creyó que aquel que llevaba en su seno era el Hijo de Dios, creyó en su Palabra y la puso en práctica. María se convierte así en pilar de la Iglesia; en torno a ella va creciendo el pueblo de Dios. La fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el Reino de Dios día a día, siendo testigos de su amor.
“¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”, nos dice Jesús hoy a nosotros (Lc 11, 27-28). Jesús nos invita a escuchar y acoger la Palabra de Dios, a avivar nuestra fe cristiana, a llevar una vida coherente con la fe que profesamos. El Señor nos invita hoy a una renovación profunda de nuestra fe y vida cristiana, personal y comunitaria, profesional y pública. La fe, que hemos heredado, es un tesoro; hoy necesita ser personalizada e impregnada por la experiencia creyente, para que los bautizados lleguemos a ser verdaderos creyentes y testigos.
No nos avergoncemos de ser cristianos. La fe cristiana no es algo del pasado, porque Cristo vive: ¡Ha resucitado! La fe cristiana no es un sentimiento subjetivo y volátil, propio de personas débiles o pusilánimes. La fe cristiana es creer en Dios y creer a Dios, que sale a nuestro encuentro en Cristo de manos María, la Virgen del Pilar. Antes de nada creemos en Cristo y creemos a Cristo Jesús. Antes de nada, la fe cristiana es una fe personal, basada en la experiencia de un encuentro personal con Dios en Cristo Resucitado. Esta experiencia de fe implica no sólo el asentimiento de nuestra mente sino que compromete nuestros afectos, nuestros valores y nuestra voluntad.
La fe cristiana, si es verdadera, lleva a asumir como propios los valores, las actitudes y los comportamientos de Cristo y a actualizarlos en nuestra concreta situación de vida. No es asunto exclusivo de la conciencia, de la vida íntima y privada. La fe transforma y ha de transformar la existencia en todas sus dimensiones: en la esfera personal y en la familiar, en la esfera laboral y en la pública. Intentar separar o excluir nuestra fe cristiana del ámbito laboral, social o público sería vivir o pedir que vivamos en una esquizofrenia permanente, porque sería renegar de nuestra propia identidad en parcelas importantes de nuestra vida “¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”.
Ser creyente en Cristo es trabajar para que la Buena Nueva del Amor de Dios llegue a todos. Cristo quiere darse a conocer a través de los creyentes, de su palabra y de su testimonio de vida. Este deseo de Cristo se corresponde con los deseos y necesidades más profundos de los hombres y mujeres de todos los tiempos, también de los de nuestra época. Tales deseos se ocultan debajo de una cultura que quiere vivir al margen de Dios.
Por el contrario, en una sociedad cerrada a Dios se inicia la muerte del hombre. Porque la igualdad fundamental de las personas, la inalienable dignidad de todo ser humano por el sólo hecho de serlo, la libertad del individuo frente a su destino, la defensa del débil, la protección y salvaguardia de la naturaleza y del medio ambiente son valores que tienen su origen en última instancia en Dios, revelado en Cristo. Es esta una fe que ha arraigado en nuestro pueblo y se ha mantenido viva a través de los siglos. Y un pueblo que olvida su pasado, pone en peligro su futuro. Por bien del hombre, de nuestra sociedad y de nuestro pueblo es hora volver a hablar de Dios y de contar con su presencia en nuestra vida; en una sociedad cada día más excluyente de la trascendencia es hora de anunciar sin miedo a Cristo, de avivar las raíces cristianas de nuestro pueblo. Nuestra herencia cristiana no pertenece a la arqueología; tampoco es un fardo que obstaculice el camino hacia el progreso, sino el mejor capital que poseemos.
La Fiesta de la Virgen del Pilar nos invita mirar a la Virgen María, para como ella, volver a creer en Cristo y vivir el Evangelio, para fundamentar nuestra vida y nuestro trabajo en Dios, para ofrecer a nuestra sociedad al Dios, que se nos ha revelado en Cristo y ha nacido de María.
Queridos miembros del Cuerpo de la Guardia Civil. Pido al Señor, que María, la Virgen del Pilar, os siga protegiendo en vuestro trabajo de servicio a nuestro pueblo: un trabajo silencioso, a veces mal comprendido y con frecuencia no suficientemente valorado, pero siempre necesario para el bien común de nuestra sociedad. Al Señor pido también por todos vuestros compañeros, víctimas de la violencia y del terrorismo, y por todas sus familias. Que el Señor conceda su paz eterna a los difuntos y consuelo y esperanza a los atribulados. A El se lo pedimos de manos de María, la Virgen del Pilar, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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