Fiesta de María, la Mare de Déu del Lledó
Basílica de Lledó, 6 de mayo de 2007
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Como cada primer Domingo de Mayo nos hemos reunido en torno al Altar del Señor para honrar a Santa María, la Mare de Déu del Lledó, patrona de nuestra Ciudad de Castellón. Con las palabras de su prima Isabel la cantamos: “Bendita tú, entre las mujeres y el bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,42). María, la Mare de Déu del Lledó, es “la morada de Dios entre los hombres” (Ap 21,3): ella nos ha dado al Hijo de Dios. Hoy nos acogemos de nuevo a su especial protección de Madre: en su regazo podemos acallar nuestras penas, encontrar siempre su consuelo maternal y su aliento para caminar fieles en la fe, firmes en la esperanza y activos en la caridad.
Mi saludo más cordial a cuantos habéis secundado la llamada de la Madre: al Ilmo. Sr. Prior de esta singular Basílica, que nos acoge esta mañana; al Ilmo. Sr. Prior, Presidente, Directiva y Cofrades de la Real Cofradía de la Mare de Dèu del Lledó, a la Sra. Presidenta y Camareras de la Virgen. Saludo también con todo afecto a las muy dignas autoridades, en especial, al Ilmo. Sr. Alcalde y Miembros de la Corporación Municipal de Castellón en el día de su Patrona. Mi saludo cordial también a mis hermanos sacerdotes concelebrantes y a cuantos, recordando nuestra condición de peregrinos en la vida, habéis venido hasta Lidón, para participar en esta solemne celebración eucarística, en la que por la fuerza de su Espíritu Santo actualizamos el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor.
Vuestra presencia numerosa es un signo bien elocuente de la profunda devoción de la Ciudad de Castellón a la Mare de Déu, como lo fue la hermosa serenata de ayer noche; una devoción ya secular y llena de amor a la Mare de Dèu del Lledó. Sabéis bien que ella nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, la Ciudad entera, estamos en su corazón; ella cuida de nuestras personas y de nuestras vidas; ella camina con nosotros en nuestras alegrías y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades.
Pero, ante todo, María dirige nuestra mirada hacia su Hijo; ella nos ofrece y nos lleva a su Hijo. Su deseo más ferviente es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro con Cristo Jesús y con su Palabra para que se afiance nuestra fe y se renueve nuestra vida cristiana. Nuestra veneración a la Mare de Dèu debe estar siempre orientada a Cristo. Porque Cristo Jesús, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el misterio de Dios y el misterio del hombre, y la Vida en plenitud que Dios nos regala con su pasión, muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús, fruto bendito de su vientre. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).
Nuestra devoción a la Mare de Déu será auténtica, si realmente nos lleva al encuentro con Cristo, si en María descubrimos de verdad a la Madre de Dios, a la primera discípula, al modelo perfecto de imitación y de seguimiento de Jesús. Si honramos a María con amor sincero acogeremos de sus manos al Hijo de Dios para encontrarnos con El, conocerle, amarle e imitarle, y así seguirle con una adhesión personal en estrecha unión con los Pastores. Como Pablo y Bernabé lo hicieron con aquellos primeros cristianos, también María nos anima y exhorta a la perseverancia en la fe en su Hijo (cf. Hech 14, 22). A Cristo por María, debería ser el lema de nuestra devoción a la Mare de Déu del Lledó.
¡Qué bien lo han experimentado nuestros antepasados en la fe generación tras generación desde aquel 1366, año de la feliz ‘troballa’ de la imagen de Ntra. Sra. la Mare de Dèu del Lledó”! Ellos han sabido contar con su presencia maternal en sus vidas. Ellos sabían bien que en María, como figura de la nueva Jerusalén, Dios hace nuevas todas las cosas porque en ella comienzan a existir los cielos nuevos y la nueva tierra de los que brota el Salvador. Al darnos a Cristo nos ha dado la luz para todas nuestras pruebas y la fuerza para perseverar en la fe, aún cargando con la cruz, en la esperanza de la gloria. La Mare de Dèu del Lledó, nuestra Madre y Patrona, no deja de velar por nosotros y de acompañarnos con el consuelo del triunfo de Cristo.
Esta mañana os invito a poner conmigo el presente y el futuro de nuestra Ciudad de Castellón en las manos de la Mare de Dèu del Lledó y en su amor de madre. Nuestra ciudad vive un proceso acelerado de crecimiento económico y también de desarrollo y cambio social: los nuevos barrios, la inmigración, las crisis que afectan a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones. Vivimos momentos de crisis cultural, humana y espiritual; es una grave crisis en sus contenidos y en sus efectos sobre la vida de los más jóvenes e indefensos. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin el horizonte de la trascendencia; una crisis que pretende desalojar a Dios de nuestra sociedad y de la vida ordinaria, de la familia, del trabajo, de la cultura, de la economía o de la política.
En estas circunstancias acudimos a María y le pedimos que nuestra Iglesia y los cristianos sigamos siendo testigos y artífices vivos y auténticos de “la morada de Dios con los hombres” (Ap 21,3). Esa morada es la Iglesia que, a ejemplo e imitación de María, se abre a la Palabra de Dios, acoge el evangelio del Amor y de la Esperanza, y da testimonio de que Dios-Amor vive en medio de su pueblo. Nuestra Ciudad de Castellón necesita evangelizadores creíbles, en cuya vida, en comunión con la cruz y resurrección de Cristo, resplandezca la belleza del Evangelio. Esta belleza se revela en el valor insustituible de la Ley de Dios, Ley Nueva por su gracia, que, acogida con humilde docilidad, abre las puertas de las personas y de la sociedad a la verdadera vida, y la edifica ya aquí en los valores que tanto añoramos: la unidad y la paz, la justicia y la fraternidad.
Una sociedad que da la espalda a Dios, a su amor y a su ley termina por deshumanizar al hombre; termina por volverse contra el mismo hombre, contra su inviolable dignidad y sus derechos más sagrados. Se explica así la llamada que el Papa Juan Pablo II hizo a la Iglesia en Europa: “Descubre el sentido del misterio: vívelo con humilde gratitud; da testimonio de él con alegría sincera y contagiosa. Celebra la salvación de Cristo: acógela como don que te convierte en sacramento suyo y haz de tu vida un verdadero culto espiritual agradable a Dios” (Ecclesia in Europa, 69).
De manos de María, la Mare de Dèu del Lledó, los cristianos estamos llamados a ser testigos del misterio: del misterio de Dios y del misterio del hombre. Descubrir en la escuela de Maria el sentido del misterio es reconocer que el sentido de la vida empieza y termina en Dios, Creador y Redentor del hombre. Como cristianos estamos llamados a dar testimonio de este misterio que engloba y abarca toda la vida del hombre, desde su nacimiento hasta su muerte. Toda la vida del hombre es un profundo misterio cuya clave sólo se encuentra en Dios. ¡Cómo lo supo entender Santa María! Como ella, los cristianos hemos vivir como testigos de ese misterio proclamando la verdad sobre el hombre a la luz de su destino trascendente. Cuando la Iglesia defiende la verdad sobre el hombre frente a todos los ataques contra su vida y muerte natural, contra los derechos fundamentales de la persona, contra la institución matrimonial y familiar, contra el verdadero sentido de la sexualidad humana, no hace sino proclamar que nadie puede manipular la condición humana tal como ésta ha sido pensada y creada por Dios, tal como ha sido revelada por Cristo.
En estos momentos es preciso que los cristianos demos testimonio de la verdad integral sobre el hombre sin dejarnos arrastrar por ideologías que, si bien son presentadas como progreso de los derechos de la persona, en realidad conducen a su deterioro y aniquilamiento. Son ideologías que, en definitiva, nacen de un olvido de la persona humana, y que la abocan a la negación de sí misma como imagen y semejanza de Dios. Amar al hombre, tal como éste ha salido de las manos de Dios, nos llevará a ser testigos de su amor en el matrimonio y la familia, entre los más pobres y necesitados, entre los marginados y entre los ancianos abandonados.
Nuestra Iglesia en Castellón, a imagen de María, necesita dejarse vivificar por el Señor resucitado y ser la “morada de Dios entre los hombres”. Contemplando a María, la Mare de Déu del Lledó, nuestras comunidades cristianas están llamadas a ser el lugar donde todos puedan encontrar y experimentar la cercanía de Jesucristo, la manifestación suprema de Dios-Amor; es la cercanía del Emmanuel, del Dios con nosotros, de Aquél que, como dice el libro del Apocalipsis, “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor mediante nuestro amor fraterno. Este es el mandamiento nuevo. “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Como María debemos dejarnos amar y vivificar por Él y ponernos, como siervos humildes, a su servicio especialmente en los momentos difíciles junto a la cruz. Al pie de la cruz, María nos ofrece el ejemplo de la fidelidad martirial tan necesaria en nuestro tiempo. Muchos cristianos huyen o se desalientan ante la dificultad. Lejos de confesar valientemente su fe, se pierden por los falsos caminos de la ignorancia de Dios, del olvido de sus raíces cristianas, e incluso de la soberbia displicencia ante las exigencias morales del evangelio. Como aquellos primeros oyentes de la predicación de Cristo, que la consideraban ‘duro lenguaje’, también hoy muchos cristianos prefieren adaptar las exigencias morales del evangelio a la mentalidad subjetiva y relativista de nuestro tiempo.
Al pie de la cruz, por el contrario, María nos da ejemplo de heroica fidelidad, de valiente confesión de la fe y del amor a Cristo, de firme resistencia frente a toda tentación de escándalo y huída de la verdad. Es el ejemplo de la Virgen fuerte que permanece en la verdad aun cuando ésta resulte escandalosa para quienes la contemplan bajo la imagen del Crucificado. Acoger a Dios en nuestra vida, adherirse a Jesucristo, que es la Verdad, y perseverar en ella, ser testigos vivos ella es el mejor servicio que como cristianos podemos ofrecer a nuestra Ciudad de Castellón: para que sea una ciudad edificada a favor del hombre y no contra el hombre; una ciudad en la que la lucha y las competencias egoístas den paso al bien común y a la verdadera fraternidad entre todos sus moradores; una ciudad en la que el bienestar material no obstaculice el desarrollo de las verdaderas dimensiones espirituales y trascendentes de la persona; una ciudad en la que quienes buscan trabajo, hogar y cultura, vengan de donde vengan, no sean mirados como impedimento para el mayor bienestar de quienes viven en la abundancia, sino como hermanos a quienes se les brinda justicia, amor y paz.
Acudamos, pues, a la Mare de Déu del Lledó, para que abra nuestros corazones a Dios, a Cristo y al Evangelio. A Ella nos encomendamos y le rezamos: “Tu poder es la bondad. Tu poder es el servicio. Enséñanos a nosotros, grandes y pequeños, gobernantes y servidores, a vivir así nuestra responsabilidad. Ayúdanos mantenernos perseverantes en la fe, firmes en la esperanza y fuertes en el amor. Ayúdanos a ser pacientes y humildes, pero también libres y valientes, como lo fuiste tú. ¡Protégenos y protege nuestra Ciudad! ¡Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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