Hacia un mundo mejor
El domingo, 19 de enero, celebramos la “Jornada mundial de las migraciones». Se trata de una Jornada para sensibilizarnos ante el fenómeno de la emigración, que afecta a millones de personas y a muchos miles entre nosotros. De otro lado, si antes de la crisis económica actual nuestra tierra era destino de inmigrantes, hoy son muchos, también nativos, los que tienen emigrar fuera de España en busca de trabajo. Quizá esta situación nos ayude a mirar a los emigrantes no con recelo sino con una actitud de acogida. En cualquier caso, como creyentes y como Iglesia no podemos ser indiferentes ante este fenómeno y, sobre todo, ante los emigrantes y refugiados. Los cristianos, comunidades parroquiales y grupos eclesiales hemos de tomar mayor conciencia del fenómeno de la emigración, conocer sus causas y problemas tanto desde el punto de vista humano y social, como cristiano y pastoral. Nos urge seguir revisando nuestras actitudes y nuestro compromiso con las personas de los emigrantes y de sus familias, para dar respuestas acordes con el Evangelio. Apunto algunos criterios en este sentido.
La inmigración es un fenómeno que afecta ante todo a personas. Los emigrantes no son peones en el ‘tablero de la humanidad’.»En el rostro de cada persona está impreso el rostro de Cristo. Aquí se encuentra la raíz más profunda de la dignidad del ser humano, que debe ser respetada y tutelada siempre. El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) y, más aún, en el ser hijos de Dios» (Papa Francisco, Mensaje). Los emigrantes son personas con la misma dignidad que los nativos; merecen el mismo respeto, la misma estima y el mismo trato. Hay que evitar todo comportamiento racista, xenófobo o discriminatorio.
Emigrantes y refugiados salen de su tierra con el deseo de un futuro mejor, no sólo para ellos, sino también para sus familias y personas queridas; abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, pero comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”. Para que no se vea truncada su esperanza, entre todos hemos de trabajar para crear un “mundo mejor” para todos. Esto significa trabajar por el desarrollo auténtico e integral de todos los hombres y de todo el hombre, para que haya condiciones de vida dignas para todos, y para que sea respetada, custodiada y cultivada la creación que Dios nos ha entregado. Nuestro corazón desea “algo más”, que no es simplemente conocer más o tener más, sino que es sobre todo ser más. No se puede reducir el desarrollo al mero crecimiento económico. El mundo sólo puede mejorar si en el centro de nuestra atención está la persona, su desarrollo integral en todas sus dimensiones, incluida la espiritual, si no se abandona a nadie, comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los forasteros (cf. Mt 25,31-46), y si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida (Papa Francisco), de la integración y de la comunión.
Por ello es necesario tener y fomentar actitudes y comportamientos basados en la justicia, la solidaridad y la fraternidad. Recordemos las palabras de Jesús: “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35). Jesús se identifica con la persona del emigrante y nos pide acogerlo y amarlo, como si de Él mismo se tratara. Así difundimos también el Evangelio y caminamos hacia un mundo mejor.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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