Ordenación de siete presbíteros
CONCATEDRAL DE STA. MARÍA EN CASTELLÓN, 18 de abril de 2015
(Is 61,1-3a; Sal 88; 2 Cor 5,14-20; Jn 15,9-17)
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Queridos hermanos en el sacerdocio, diáconos asistentes y seminaristas,
Queridos Cabildos Concatedral y Catedral, Vicarios General y episcopales, y Rectores,
Hermanas y hermanos amados todos en el Señor,
Acción de gracias
“Cantaré eternamente, tus misericordias, Señor” (Sal 88). En esta mañana nos unimos a vuestra alegría, queridos Fran, Pedro, Alex, Samuel, Andrea, Isaac y Manuel, y con vosotros cantamos al Señor por su gran amor hacia vosotros, y, en vuestras personas, a vuestras familias y a nuestra Iglesia diocesana. Las palabras del Salmista nos invitan a cantar una vez las misericordias del Señor: hoy lo hacemos por vuestra vocación sacerdotal y por vuestra ordenación presbiteral. Ambas son una gracia de Dios para vosotros; sí, pero también y ante todo para nuestra Iglesia, que en estos tiempos de escasez vocacional, se ve una vez más agraciada en vuestras personas.
Sí, hermanos, cantemos todos eternamente las misericordias del Señor y démosle gracias: Dios muestra de nuevo su benevolencia para con nosotros, para con esta Iglesia suya, que peregrina en Segorbe-Castellón y, en ella, para toda la Iglesia.
Quiero expresar aquí también mi sincera gratitud y mi cordial felicitación a todos cuantos han cuidado de vuestra formación: rectores, formadores, profesores y padres espirituales; mi gratitud y felicitación también para vuestros padres, catequistas, familiares, amigos y para cuantos os han ayudado en el camino hasta el sacerdocio. Estoy seguro de que seguirán estando cerca de vosotros, con la oración y el apoyo humano necesario para que perseveréis con alegría y generosidad en el ministerio sacerdotal y podáis cumplir la misión que el Señor os confía hoy.
Elegidos y hechos sacerdotes por el Señor para ser pastores-servidores
Esta mañana vais a ser elegidos y consagrados presbíteros para ser pastores en la Iglesia y actuar en el nombre «et in persona» de Jesucristo, el Buen Pastor y la Cabeza de su Iglesia. Mediante la imposición de mis manos y la plegaria de consagración, quedaréis convertidos en presbíteros para ser servidores del pueblo cristiano. Participareis así en la misma misión de Cristo, maestro, sacerdote y rey, para que cuidéis de su pueblo siendo maestros de la palabra, ministros de los sacramentos y guías de la comunidad.
Sois elegidos y constituidos pastores, no por vosotros mismos, sino por el Señor, y no para serviros a vosotros mismos, sino para servirle a Él y a su rebaño en la parcela que se os confíe, para servirlos hasta dar la vida como Cristo, el Buen Pastor (cf. Jn 10, 11). «No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino yo quien os ha elegido a vosotros», dice Jesús (Jn 15,16). Vuestro sacerdocio es una iniciativa amorosa del Señor, totalmente gratuita por su parte e inmerecida por la vuestra. Él es quien os elige a cada uno de vosotros porque quiere haceros sus sacerdotes. Él va por delante, vuestra respuesta -ciertamente generosa, alegre y confiada- es acogida de su iniciativa. Nos lo recuerda la liturgia de la ordenación: vuestra llamada en la presentación, vuestra respuesta con las palabras ‘aquí estoy’, y, sobre todo, el gesto antiquísimo de la imposición de las manos. Cuando os imponga las manos, es el Señor mismo quien lo hace. Él tomará posesión de cada uno de vosotros diciéndoos: «Tú me perteneces». Pero de este modo os dice también: «Tú estás bajo la protección de mis manos. Tú estás bajo la protección de mi corazón. Tú estás protegido bajo el hueco de mis manos y te encuentras en la inmensidad de mi amor. Estás en el espacio de mis manos; dame las tuyas».
Es muy importante que mantengáis vivos en vuestra memoria y en vuestro corazón estos hechos de la elección de Jesús y de la imposición de sus manos. El Señor siempre estará en vosotros y junto a vosotros, para protegeros, alentaros, para cuidaros en la inmensidad de su amor y de su misericordia. Él será vuestra fuerza y sustento. Dirigid siempre vuestra mirada hacia Él y dadle la mano. Dejad que su mano os tome, y entonces no os perderéis en la obscuridad de la niebla ni os hundiréis en la mar alborotada. La fe en Jesús, Hijo del Dios vivo, os llevará a coger su mano en los momentos de cansancio apostólico, de debilidad personal o de dificultad y desaliento pastoral.
Para ser amigos del Señor
El Señor va a poner su mano sobre vosotros. El significado de este gesto lo expresó con las palabras: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Juan 15, 15). El Señor os hace sus amigos: os confía todo y se confía a sí mismo a vosotros para que podáis hablar «in persona Christi capitis» (en persona de Cristo Cabeza). ¡Qué confianza, queridos ordenandos! Cristo se pone verdaderamente en vuestras manos (cf. Benedicto XVI, Homilía de Jueves Santo, 2006).
Los signos de la ordenación sacerdotal expresan y explican en el fondo estas palabras de Jesús: la imposición de las manos, la entrega del evangeliario -e.d. de su palabra que Él os confía-, la entrega de la patena y del cáliz con el que Él os trasmite su misterio más profundo y personal. De todo esto forma parte también el poder de absolver: os hace partícipes de su conciencia sobre la miseria del pecado y la oscuridad del mundo y pone en vuestras manos la llave para volver a abrir la puerta hacia la casa del Padre.
Ya no os llamo siervos, sino amigos. Este es el significado profundo de ser sacerdote: ser amigo de Jesucristo. Tenéis -tenemos- que comprometernos con esta amistad cada día. Amistad significa comunión de pensamiento, de voluntad y de sentimientos, y, por tanto, de actuación. En esta comunión con Jesús tenemos y tenéis que ejercitaros, nos dice san Pablo en la Carta a los Filipenses (Cf. 2, 2-5).
Esto implica conocer y descubrir a Jesús de una manera cada vez más personal, escuchándole, viviendo junto a él, estando con él, dejándoos encontrar personalmente por Él. Escucharlo -en la ‘lectio divina’, es decir, leyendo la Sagrada Escritura de una manera espiritual; de este modo aprenderéis -y aprendemos- a encontrar a Jesús presente que nos habla. Debéis reflexionar y contemplar sus palabras y su manera de actuar ante Él y con Él. La lectura de la Sagrada Escritura tiene que ser oración, tiene que surgir de la oración y llevar a la oración. Los evangelistas nos dicen que el Señor se retiraba continuamente -durante noches enteras- ‘a la montaña’ para orar a solas. También los sacerdotes tenemos necesidad de esta ‘montaña’: la montaña de la oración. Sólo así se desarrolla y cultiva la amistad con el Señor. Sólo así podemos los desempeñar nuestro servicio sacerdotal, sólo así podemos llevar a Cristo y su Evangelio a los hombres. Nuestro actuar exterior quedará sin fruto y perderá su eficacia si no nace de la comunión íntima con Cristo. El tempo que dedicamos a esto es realmente tiempo de actividad pastoral, de una actividad auténticamente pastoral. La verdadera oración, la oración del pastor, no nos aleja de la gente; todo lo contrario: nos lleva a la gente, a sus gozos y sufrimientos, a sus alegrías y a sus penas, a sus dificultades y necesidades, a sus desalientos y a sus esperanzas. El sacerdote tiene que ser sobre todo un hombre de oración.
Ya no os llamo siervos, sino amigos. El corazón del sacerdocio consiste en ser amigos de Jesucristo. Sólo así podemos hablar verdaderamente «in persona Christi», a pesar de que nuestra lejanía interior de Cristo no puede comprometer la validez de los sacramentos. Ser amigo de Jesús, ser sacerdote, significa ser hombre de oración. De este modo le reconocemos y salimos de la ignorancia de los siervos. De este modo aprendemos a vivir, a sufrir y a actuar con Él, por Él y como Él.
La amistad con Jesús es siempre por antonomasia amistad con los suyos, con los hermanos sacerdotes y con todos sus discípulos. Sólo podemos ser amigos de Jesús en la comunión con el Cristo total, con la cabeza y el cuerpo, en la viña de la Iglesia animada por su Señor. Sólo en ella la Sagrada Escritura es, gracias al Señor, Palabra viva y actual y no un mero libro del pasado.
Ser sacerdote significa ser amigo de Jesucristo, y serlo cada vez más con toda nuestra existencia. El mundo tiene necesidad de Dios; no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo: del Dios compasivo y misericordioso, que se hizo carne, que nos amó hasta morir por nosotros, por nuestros pecados, por nuestras heridas, por nuestras miserias, que resucitó y creó en si mismo un espacio para la humanidad. Este Dios, que es Misericordia, cuyo rostro es Jesucristo tiene que vivir en nosotros y nosotros en él, para ser en su nombre y en su persona ministros de la misericordia.
Y ministros de su misericordia
Como pastores, queridos ordenandos y queridos sacerdotes, debemos dar mucha misericordia. En toda la Iglesia es el tiempo de la misericordia. Nos disponemos a celebrar el Año Jubilar de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, siguiendo una intuición de san Juan Pablo II. Nos corresponderá a nosotros, como ministros de la Iglesia, proclamar este «año de gracia del Señor» (Is 61, 2), mantener vivo el mensaje de la misericordia, en la predicación, en los gestos y en los signos, y dando prioridad al sacramento de la Reconciliación y a las obras de misericordia corporales y espirituales.
Ser ministros de la misericordia significa conmoverse ante las ovejas, como Jesús, cuando veía a la gente cansada y extenuada como ovejas sin pastor. Jesús tiene las ‘entrañas’ de Dios: está lleno de ternura hacia la gente, especialmente hacia las personas excluidas, es decir, hacia los pecadores, hacia los enfermos olvidados, hacia los excluidos, hacia los pobres. A imagen del buen Pastor, el sacerdote está llamado a ser hombre de misericordia y de compasión, cercano a su gente y servidor de todos. Quien sea que se encuentre herido en su vida, de cualquier modo, debe poder encontrar en el sacerdote atención y escucha.
Como sacerdotes demostraréis, es especial. entrañas de misericordia al administrar el sacramento de la Reconciliación; lo demostraréis con vuestra actitud, en el modo de acoger, de escuchar, de aconsejar, de absolver. Pero esto deriva del modo en el cual vosotros mismos viváis el sacramento en primera persona, del modo como se os dejéis abrazar por Dios Padre en la Confesión, y permanezcáis dentro de este abrazo. Si uno vive esto dentro de sí, en su corazón, puede también donarlo a los demás en el ministerio.
En la Iglesia de Segorbe-Castellón
Queridos diáconos: Vais a ser ordenados presbíteros para esta Iglesia de Segorbe-Castellón, abiertos siempre a la Iglesia universal. No tengáis miedo: El Señor estará siempre con vosotros. Con su ayuda, podréis recorrer los caminos que conducen al corazón de cada hombre y mujer; con su ayuda podréis llevarlos al encuentro con Cristo, el Hijo de Dios, hecho hombre, al Cordero de Dios y Buen Pastor, que dio la vida todos y quiere que todos participen de su misericordia. Si estáis llenos de Cristo, si Él es el centro de vuestra vida y crecéis en una íntima unión y amistad con él, si sois fieles a la comunión de la Iglesia, si vivís la fraternidad sacerdotal, si amáis a las personas podréis ser verdaderos misioneros del Señor.
Ojalá que vuestro ejemplo aliente también a otros jóvenes a seguir a Cristo con igual disponibilidad y entrega. Oremos al “Dueño de la mies” para siga llamando obreros al servicio de su Reino, porque “la mies es mucha” (Mt 9, 37). Por vuestra vocación y por vuestro ministerio oramos todos nosotros y vela María Santísima. ¡Que María, Madre y modelo de todo sacerdote, os proteja siempre! Amén
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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