La Cuaresma, tiempo de la Misericordia
Con el rito de la imposición de la ceniza el próximo miércoles iniciaremos el tiempo de la Cuaresma. El papa Francisco nos pide que «la Cuaresma de este Año Jubilar -de la Misericordia- sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (MV 17) y nos invita a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa 24 horas para el Señor escuchando y meditando la Palabra de Dios sobre la misericordia de Dios. Ésta es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir las obras de misericordia corporales y espirituales (Mensaje para la Cuaresma 2016, 1 y 3).
La Cuaresma es, en efecto, un tiempo de gracia y de salvación, un tiempo propicio para anunciar y contemplar, para experimentar personalmente la misericordia de Dios, y para vivir la misericordia personal y comunitariamente. De ahí la llamada a la oración, el ayuno y las obras de caridad en el tiempo cuaresmal.
El anuncio frecuente, la escucha orante y la contemplación meditativa de la Palabra de Dios nos llevará a descubrir y redescubrir y así a profundizar en el misterio de Dios, que es Misericordia. El Profeta Joel nos dice:“Convertíos a mí de todo corazón” (2, 12). Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para ello y antes de nada es preciso escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8), descubrirle en su bondad y su amor misericordioso para con Israel, su pueblo elegido; Dios se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral. El amor compasivo y misericordioso de Dios lo vemos sobre todo en su Hijo, Jesucristo, que es la misericordia encarnada de Dios: con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela a Dios que es misericordia. La persona misma de Jesús es un amor que se dona y ofrece gratuitamente por amor a toda la humanidad; los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia los pobres, excluidos, enfermos y sufrientes son muestra de la compasión y de la misericordia.
Dios, que nos ha pensado desde siempre y nos ha creado por amor y para la Vida en plenitud, sale a nuestro encuentro y nos indica el camino para alcanzar nuestro verdadero ser, nuestra plenitud y salvación. Con amor paciente y tierno nos indica como a hijos y amigos suyos cuál es el camino; Él nos quiere llevar a la comunión de vida consigo y con los demás. Si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos que, por acción o por omisión, nos hemos alejado de Él, de su amor y de sus caminos hacia la Vida, que son los Mandamientos; si somos veraces reconoceremos que hemos rechazado su amor y su vida con nuestros pecados, si somos humildes reconoceremos que estamos necesitamos de su perdón y reconciliación. Así la contemplación de su misericordia nos llevará al arrepentimiento y acogerla, celebrarla y experimentarla personalmente. Él nos espera y nos acoge en el sacramento de la Confesión para perdonar y olvidar nuestros pecados. Su misericordia va incluso más allá del perdón de los pecados; su misericordia se transforma en esta Año Jubilar en indulgencia que, a través de la Iglesia, alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo del pecado; lo capacita así para obrar con caridad, para crecer en el amor y no recaer en el pecado; Dios cura nuestras heridas, Dios sana las huellas negativas que los pecados dejan en nuestros comportamientos y pensamientos, que nos empujan al pecado; la misericordia transforma así nuestros corazones para poder ser misericordiosos como el Padre en las obras de misericordia corporales y espirituales.
Por la dureza de nuestro corazón puede que opongamos resistencia a Dios, que nos cerremos a Él, a su voz y su misericordia. Dejémonos evangelizar en esta Cuaresma escuchando, meditando, experimentando y viviendo el Evangelio de la misericordia.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
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