La Luz de la Navidad
En unos pocos días celebraremos la Navidad. Un año más escucharemos las palabras con que el ángel anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús en Belén: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11). Esta es la buena Noticia de la Navidad, la razón más profunda de nuestra alegría navideña y el motivo de nuestra esperanza. Como los pastores, los cristianos escuchamos con estupor este anuncio y acudimos con gozo a Belén a contemplar este misterio de salvación: el Hijo de Dios, la Palabra eterna de Dios, se hace carne y acampa entre nosotros. Dios viene hasta nosotros, se hace uno de los nuestros y asume nuestra propia carne para llevarnos a Dios.
Ese Niño, que yace humilde y pobre en el portal, es el Mesías esperado, es la luz para el pueblo que camina en tinieblas (cf. Is 9, 1). Al pueblo oprimido y doliente se le apareció “una gran luz”. Es la luz de la nueva creación. En el Niño de Belén, la luz originaria vuelve a resplandecer en el cielo para la humanidad y despeja las tinieblas del pecado y de la muerte. La luz radiante de Dios aparece en el horizonte de la historia para proponer a los hombres un nuevo futuro de esperanza. Es la luz divina que da valor, sentido y dignidad a la vida de todo ser humano. Sin esta luz divina todo estaría desolado y nada tendría sentido. Dios se hace hombre para hacernos partícipes de su misma vida divina y de su gloria eterna. La gloria de Dios es que el hombre viva, y la gloria del hombre es el mismo Dios, decía San Justino.
El Niño Dios, que yace en Belén, no es una idea o una invención humana; es el mismo Dios que se hace presente entre nosotros por amor a cada uno de nosotros. El viene para alumbrar nuestra noche, para orientar nuestros caminos y para llevarnos por la senda de la verdad. Él viene para sanar nuestras dolencias y pecados, para darnos la vida y el amor de Dios. En la noche fría y oscura de la Navidad, nace Dios; la luz se hace palabra y mensaje de esperanza.
Pero, ¿no contrasta esta certeza de la fe con nuestra realidad? Hoy también nuestro mundo vive una noche oscura y camina muchas veces en tinieblas, porque está huérfano de Dios. La tiniebla de nuestro mundo es esa voluntad recalcitrante de querer vivir sin Dios o de espaldas a Él. La noche obscura de nuestro mundo es declarar con tono altivo la muerte de Dios para suplantarlo por el hombre. La tiniebla del hombre de hoy es el rechazo mezquino del amor de Dios; un rechazo nacido del corazón soberbio y satisfecho con los logros limitados de la ciencia y la técnica.
Sin embargo, el mundo sin Dios se convierte en un mundo en que reina la frialdad egoísta y calculadora de los hombres. La frialdad y la oscuridad de la historia contemporánea se manifiestan en las guerras, el terrorismo, el desprecio de la vida humana, el afán desmedido de lucro a costa de los demás, las víctimas de la violencia y de los malos tratos, las situaciones de injusticia y tantas otras situaciones adversas.
Hoy resuena de nuevo: “No temáis, hoy nos ha nacido un Salvador”. Este Niño tierno y frágil cambiará la historia del hombre: las desgracias en gracia, la muerte en vida, el sufrimiento en gloria, la tristeza en alegría, el odio en amor, la esclavitud en libertad, la debilidad en fuerza, los llantos en alegría, la corrupción en solidaridad, los rencores en fraternidad gozosa.
En este Niño-Dios se nos da el amor de Dios. El nace para todos y él quiere nacer en todos. Acojámosle.
Os deseo a todos una feliz Navidad.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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