La puerta de la fe: la oración
Queridos diocesanos:
El Año de la fe es una ocasión propicia para redescubrir nuestra fe cristiana y la alegría de creer. Este es, entre otros, el deseo del Santo Padre y el motivo de su convocatoria. Ya cercano su inicio nos debemos ir preparando para que este “tiempo de gracia” no transcurra en vano, sino que tenga los frutos espirituales deseados.
En el camino de la fe es imprescindible la oración, que es la puerta que lleva a la fe, la hace crecer, la fortalece y la mantiene viva. La fe, en efecto, no es sólo creer como verdaderas las enseñanzas de Jesús, el Hijo de Dios, ni sólo aceptar la moral que Él nos propone. La fe incluye todo esto; pero es también y antes de nada abrir nuestra mente y nuestro corazón a Jesucristo, en quien Dios viene a nuestro encuentro para darnos su amor. Creer es confiar en Jesucristo, ponerse en sus manos, prestarle la adhesión de nuestra mente y de nuestro corazón, aceptarle como el centro de nuestra existencia. Porque creemos en Él, confiamos en Él y nos fiamos de Él, creemos y acogemos su Palabra como la Verdad y su camino como el camino de la Vida.
La fe brota del encuentro personal con el Dios vivo en su Hijo Jesucristo. El Papa Benedicto VXI nos ha escrito en su primera Encíclica, ‘Dios es amor’, que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (n. 1). Es, pues, el encuentro personal con Cristo, la experiencia de su amistad y de su amor, lo que hace surgir, crecer y madurar la fe. Para ser cristiano no basta con tener unos conocimientos de Dios o de Cristo, ni unos valores cristianos. Es necesaria una experiencia personal de encuentro con Cristo, que posibilite la adhesión total de mente y corazón a Él y a su Evangelio.
Para que se dé este encuentro personal con Cristo hay que “caer en la cuenta”, del amor de Dios en Cristo, que precede cualquier decisión nuestra, como dice San Juan de la Cruz. Sólo cuando caemos en la cuenta de que Dios nos ama, que nos ha creado y redimido por sí sólo, que nos ha colmado de bienes y que quiere entablar una comunión de vida y de amor con cada uno de nosotros, podemos salir de nosotros y dejarnos encontrar y amar por Él. El peligro y la tentación por nuestra parte es encerrarnos en nosotros mismos y no dejar lugar a Dios y su amor en nuestra existencia. Nuestro reto es descubrir que el amor de Dios por cada uno nos hace capaces de nuestra respuesta de amor en la fe.
¿Dónde descubrirlo? En la oración personal y comunitaria. Quien reza de verdad y ora con autenticidad se pone en la presencia de Dios, abre su corazón al misterio del amor de Dios, se deja encontrar y amar por Dios. La oración es la puerta para entrar en el castillo interior donde Dios habita (Santa Teresa de Jesús), es la puerta necesaria para creer. No hay otro camino para establecer una relación de amistad con Dios ni para el encuentro con Jesucristo que la oración. Y hemos de orar con constancia e insistencia.
Recuperemos o intensifiquemos la oración en este tiempo de gracia, que nos ofrece el Año de la fe. Demos a Dios cada día algo de nuestro tiempo. Y hagámoslo con fidelidad y en un lugar tranquilo, donde haya algún signo que remita a la presencia de Dios.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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