La vida consagrada, profecía de la Misericordia
En la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, el día 2 de febrero, celebramos ya desde hace años la Jornada de la vida consagrada. En esta ocasión celebraremos también la Clausura del Año de la vida consagrada y el Jubileo de la Misericordia. Recordando la ofrenda y la consagración de Jesús al Padre recordamos en este día con gratitud a todas las personas consagradas y oramos por ellas: monjes y monjas de vida contemplativa, religiosos y religiosas de vida activa y demás personas consagradas: todos ellos se han consagrado y se han entregado a Dios tras las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, para bien de la Iglesia y de todos los hombres. Configurados así con Cristo, los consagrados son y están llamados a ser profetas de la Misericordia de Dios, con su persona, con su palabra y con su testimonio de vida.
San Juan Pablo II ya nos dejó escrito que la vida consagrada testimonia la primacía de Dios y de los valores evangélicos, sin anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive. La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado. El testimonio profético exige la búsqueda apasionada y constante de la voluntad de Dios, la generosa e imprescindible comunión eclesial, el ejercicio del discernimiento espiritual y el amor por la verdad (cf. Vita consecrata, 84). Y, el papa Francisco, refiriéndose a esta condición profética de los consagrados, afirma: «El profeta recibe de Dios la capacidad de observar la historia en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que vigila por la noche y sabe cuándo llega el alba (cf. Is 21, 11-12). Conoce a Dios y conoce a los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas. Es capaz de discernir, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias, porque es libre; no debe rendir cuentas a más amos que a Dios; no tiene otros intereses sino los de Dios. El profeta está generalmente de parte de los pobres y los indefensos, porque sabe que Dios mismo está de su parte» (Carta de 30.11.2015).
Junto con la palabra profética está, de modo inseparable, la vivencia y experiencia de la Misericordia de Dios. Sólo puede anunciar de forma creíble la misericordia divina quien la ha experimentado en sí mismo en la contemplación y en el amor entrañable y en el perdón recibidos de Dios. Y entonces la anuncia, la proclama, la testimonia y ofrece con su vida. Si el testimonio viene refrendado por la propia vida, íntegra, coherente y fiel, dicho testigo llega a ser más creíble que los maestros. O, mejor, es maestro porque es testigos de la Misericordia de Dios en sus obras de misericordia corporales y espirituales.
En este Año Santo de la Misericordia roguemos todos al Señor por todas las personas consagradas de nuestra Iglesia de Segorbe-Castellón: para que sean testigos infatigables de ese Amor en nuestra Iglesia y en nuestro mundo. Que sean profetas y testigos de la Misericordia de Dios, que se nos ha manifestado en Jesucristo, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo sin cerrarse a la propia carne, acogiendo al forastero y asistiendo a los enfermos, visitando a los presos de las cárceles físicas y existenciales y dando sepultura a los que pasan de este mundo al Padre, y para que sean testigos de ese amor misericordioso y tierno, lleno de compasión, que sabe dar consejo a quien lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir a quien se equivoca, consolar al triste, perdonar siempre las ofensas recibidas, soportar con paciencia a las personas molestas, y oren ante Dios por los vivos y por los difuntos.
Bajo la protección maternal de María ponemos a cuantos han recibido el don de seguir a Jesús en la vida consagrada para que sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada, siendo misericordiosos como el Padre.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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