Los pilares de la paz auténtica
Queridos diocesanos.
Con la paz ocurre como con la salud: la valoramos de verdad cuando la hemos perdido o corremos peligro de perderla. Y de la misma manera que todos deseamos gozar de buena salud, también la humanidad desea la paz. Sin embargo, estamos aún lejos de haber logrado la paz entre las personas, en las familias, en la sociedad y entre los pueblos de la tierra. Una y otra vez constatamos a nuestro alrededor y en el mundo la enemistad, el rencor y el odio, la crispación y la violencia verbal y física, la falta de diálogo y de reconciliación, el afán de eliminar o dominar al otro -sea persona, grupo o pueblo-, o el recurso a las armas. La violencia y las guerras son una triste y lacerante realidad.
Pese a todo ello, la paz es uno de los mayores anhelos de la humanidad. Los cristianos sabemos que la paz es un don de Dios, que nos ofrece en Cristo Jesús, ‘el príncipe de la paz’. Él es el único capaz de darnos la paz auténtica, la que necesita la humanidad: una paz que se basa en la comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí. La paz, en efecto, es fruto de la reconciliación y comunión con Dios, restablecidas por Cristo Jesús con su muerte y resurrección, y que, a su vez, son fuente de reconciliación y comunión, de encuentro y diálogo entre los hombres y los pueblos. Como don de Dios, que es, hemos de orar y pedirla con insistencia y constancia. No olvidemos que la paz es mucho más que la mera ausencia de guerra, el equilibrio de las fuerzas adversarias o el fruto de una dominación despótica; la paz comienza en el corazón reconciliado y pacificador de cada persona y se va ampliando a las relaciones entre las personas, a las familias, a los grupos, a la sociedad y a los pueblos.
Pero la paz, don de Dios, es, a la vez, tarea de todos. Cada cual en su lugar, todos hemos de trabajar para que la paz se extienda entre los hombres y los pueblos. El Papa Juan XXIII, en su encíclica Pacem in terris, señalaba hace 50 años que los cuatro pilares sobre los que construye la paz auténtica son la verdad, la justicia, el amor y la libertad, y que tiene su corazón en el respeto a toda persona humana. Hemos de promover la verdad, para ser rectos y honrados en el pensamiento y en la acción. A la verdad ha de unirse el compromiso por la justicia que pide el respeto exquisito de la dignidad y derechos inviolables de todos. Pero no se puede construir la paz en el mundo sin amor sincero y compromiso desinteresado. La justicia por sí sola no podrá asegurar la paz al hombre y al mundo. La verdadera paz florece cuando en el corazón se vence el egoísmo y el afán desmedido de lucro, dando paso a la solidaridad y al compromiso efectivo.
Todo ser humano es creado por Dios a su imagen; ésta es la base de la dignidad y de la libertad de toda persona humana y el fundamento de los derechos humanos, que debemos acoger, respetar y promover. si queremos construir la auténtica paz. Todo cristiano ha de ser testigo comprometido de la paz. Unido a todos los hombres de buena voluntad, el cristiano ha de trabajar por el respeto efectivo de la igual dignidad de todo ser humano. El testigo de la paz acoge, respeta y perdona al otro, respeta su cultura y religión, trabaja para que se implante la justicia, fomenta el dialogo sincero y la reconciliación entre los hombres desde la verdad y la libertad. Oremos y trabajemos por la paz.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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