María, Virgen y Madre de la Esperanza
Queridos diocesanos:
Con frecuencia observamos que en el hombre actual ha anidado el desencanto; el hombre de hoy, en efecto, está de vuelta de muchas grandes ilusiones y tiene miedo al futuro; se refugia en lo inmediato, en las satisfacciones a corto plazo, en lo material e intramundano; parece como si hubiera perdido la esperanza. En nuestro mundo hay signos claros de falta de esperanza, como son: la crisis del ‘nosotros’ y el culto del individualismo y del egoísmo que llevan a la pérdida de la solidaridad; o el relativismo como norma de vida, el consumismo exasperado, la llamada ‘cultura del placer’ o la crisis de confianza en el futuro que lleva a la crisis de la acogida de la vida humana, a la alarmante baja tasa de natalidad, al envejecimiento de la población o a la crisis de la familia. Ahí está también el nihilismo contemporáneo que corroe la esperanza en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro de él y a su alrededor reina la nada: nada antes del nacimiento, nada después la muerte.
Entre nosotros avanza una forma de pensar y de vivir, instalada en el momento presente y cerrada a la trascendencia. También entre los cristianos hay una creciente crisis de fe en la vida eterna que es la única que hace a la existencia mundana realmente digna de ser vivida. Esto se traduce en un individualismo carente de comunión eclesial y de práctica sacramental. Muchos cristianos se conforman con una religiosidad ambigua, sin una referencia personal al Dios verdadero, a Jesucristo y a la comunidad eclesial; otros se alejan silenciosamente, atenazados por el miedo ante el hostigamiento de la fe cristiana y de la Iglesia, o se dejan arrastrar por la moda del agnosticismo.
En realidad, si falta Dios, desaparece la esperanza. En este tiempo de Adviento podemos recuperar a Dios de manos de María, la Virgen y Madre de la Esperanza; de sus manos podemos también recuperar y fortalecer la belleza y la profundidad de la esperanza cristiana, acogiendo a Dios en Cristo Jesús, nuestra Esperanza. Esto es lo que desean también las parroquias de la Ciudad de Onda con la celebración de un Año mariano, dedicado a la Virgen de la Esperanza.
En el Adviento nos hemos de preparar para acoger al ‘Enmanuel’, al Dios-con-nosotros, que nos nace en la Navidad, eliminando de nuestra vida todo lo que impide que Dios venga a nosotros. A ello nos ayuda la Virgen, modelo para todo creyente. María es la Virgen de la Esperanza porque creyó en las palabras del Ángel y porque esperó en el cumplimiento de su promesa. María es además la Madre de la Esperanza porque es la Madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Él es nuestra esperanza (1 Tim 1,1).
Jesucristo ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y nos emplaza a recibirlo con fe y a mantenernos fieles y firmes en la fe ‘hasta que El vuelva’. Se trata de una fe y de una esperanza, gozosas, seguras y exigentes, que arraigan en el amor incondicional de Dios, que huyen de los optimismos frívolos, que llevan al compromiso y tienden hacia la plenitud del final de los tiempos, el momento definitivo de Dios.
El mensaje central de nuestra fe es que Dios ama y no abandona nunca a nuestro mundo; muestra suprema de ello es que ha enviado a su Hijo, el Emmanuel, el ‘Dios con nosotros’, el Salvador. Jesús, con su nacimiento en Belén, ha iniciado ya el mundo nuevo, la vida nueva del hombre en Dios: en Él se realizan las promesas de Dios y las esperanzas humanas. María nos da a Cristo y nos conduce hacia Él; ella es el camino seguro para encontrarnos con Cristo, nuestra esperanza.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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